domingo, 24 de febrero de 2013

CRÓNICAS DE LA MARIPOSA NEGRA: CUANDO NO ÉRAMOS EXTRAÑOS (I)

“Sight. La Vista. La que ve en otros ojos.
¿Por qué debería yo amarte?
No había respuestas.
O sólo una: había sido necesario engullir cada esquirla del pasado, cada brote nuevo o marchito, girar alrededor de carnes desnudas y de pájaros de dolor para llegar hasta ella".
Entorné los ojos, apartándome del hielo de mis reflexiones.
-    ¿Estás bien? –dijo Sight en tono alarmado.
-    Sí. No es fácil digerir lo que me estás contando. No lo creería de otra persona que hubiera conocido apenas hace unas horas…
“¿Desde hace unas horas? Sentía que la conocía desde hacía siglos.”
-    Pero ahora no quiero que pares –continué–, me gustaría que terminases todo lo que puedas decirme.
-    No. Estás fatigado. Te prometo que sabrás el resto. Ahora es mejor tratar de recuperar fuerzas. Y no te preocupes, no dejaré que la piedra caiga en… malas manos.
-    De acuerdo. Me marcho. Espero que podamos vernos otra vez pronto.
Me aproximé hasta Sight e hice ademán de ir a besarla en la mejilla, pero ella me detuvo colocando con delicadeza su mano en mi pecho.
-    Aguarda un momento –dijo, rozando mi hombro con sus dedos.
-    Sí, dime –expresé, algo desconcertado.
-    Que… no es necesario que te vayas ahora. Puedes quedarte aquí conmigo, darte una ducha si quieres y dormir un poco.
-    ¿Contigo? –pregunté, sin poder disimular la ilusión en mi voz.
-    Sí. Hay dormitorios de sobra en esta casa. En los lavabos encontrarás lo que necesites –aclaró Sight con tranquilidad.
-    Ah. Encantado. Descansaré un rato antes de irme, si no es molestia –precisé puntillosamente.
-    Por supuesto. De verdad, estás en tu casa. Si te apetece tomar algo, en la cocina…
-    No, gracias, no quiero nada de la cocina. Necesito tumbarme un rato, eso es todo.
-    Entonces subamos –dijo, encogiéndose de hombros y señalando una escalera curvada con peldaños de vidrio– te enseñaré tu dormitorio.
El suelo del piso superior estaba cubierto por una gruesa y hermosa alfombra persa, perfilada a propósito para extenderse por los recovecos del largo pasillo. Había numerosas puertas, idénticas pero de distinto tamaño. Varias mesas elevadas y angostas, donde estaban colocados floreros con rosas rojas y originales estatuillas de figuras mitológicas, conferían al espacio un aspecto menos sobrio que el piso de abajo, pero en cierto modo recordaban al corredor de un hotel de lujo. En toda la pared destacaba un solo y alargado espejo, un espejo veneciano bellísimo, con marco compuesto por cristales octagonales donde se distinguían símbolos de significado arcano.
-    Esta es tu habitación –dijo Sight, dando un golpecito a la puerta–. Mi dormitorio está justo al fondo del pasillo. Por si necesitas algo…
-    Gracias. Buenas… buenos días. Hasta luego.
-    Anda, duerme un poco.
Contemplé a Sight caminando hacia su habitación, ligera, ingrávida, se diría que flotando por encima de la alfombra.
Sight. La Vista. Viéndola alejarse, era como si se me fuera la vida.
Entré en la habitación y con un suspiro me fui directo al lavabo. El cuarto de baño estaba forrado con mármol oscuro y la grifería de bronce estaba diseñada en forma de mariposas con alas desplegadas. Tras una corta pero reparadora ducha, me enfundé en un fino albornoz de terciopelo, que me quedaba corto y estrecho, y me contemplé en el espejo empañado. “¡Decídete!” –apremié a mi imagen borrosa.
Un par de segundos después, me tumbaba en la confortable cama, dispuesto a dormirme enseguida. Comencé a dar vueltas, a mover la almohada de un lado a otro, sin apaciguar la ansiedad que me devoraba. Al fin, resolví levantarme y dirigirme a la habitación de Sight, confiando en que aún continuase despierta.
Cuando el espejo veneciano devolvió mi estampa esperpéntica, ataviado con el albornoz que apenas me llegaba a las rodillas, estuve a punto de salir corriendo y regresar por donde había venido. Me armé de valor y continué hacia el fondo del pasillo hasta que llegué a la puerta de la habitación de Sight y, sin reflexionar más, golpeé suavemente con la punta de un dedo.
Silencio.
Antes de que decidiese si volver a insistir o emprender la retirada, sonó despejada la voz de Sight.
-    Pasa, no te quedes ahí.
-    Perdona. Se me había olvidado decirte algo pero no sabía si estabas ya durmiendo –me justifiqué, abriendo la puerta y adentrándome en el dormitorio.
-    Todavía no. Estoy terminando de tomar unas notas.
Sight estaba sentada en la cama con un camisón negro, sus piernas se hallaban cubiertas por la sábana y sobre ellas reposaba un MacBook portátil. Las espesas cortinas oscuras bloqueaban la intrusa luz de la mañana y un par de lámparas de mesa de molduras plateadas entregaban una etérea luminosidad.
-     Estás muy gracioso con el albornoz –musitó, llevándose la mano a la boca para disimular un conato de risa.
“Eso, tú ponme las cosas más difíciles” –pensé, consternado.
-    Es que me viene pequeño…
-    Ya lo veo – asintió, reprimiendo otra carcajada–. Lo siento, no tengo más grandes.
-    No importa. Mira –dije, mostrando un pequeño trozo de papel–, te he apuntado mi número de teléfono por si me despierto antes que tú. Puede que otro día te animes a contarme el resto de esta historia, o tal vez quieras ver con detalle la placa que llevo colgada y que parece tener tanto valor…
-    Ah, perfecto. Ven, déjalo aquí encima –contestó, indicando una mesilla contigua a la cama.
Obedecí y permanecí inmóvil, pegado a la cama.
-    ¿Eso era todo? –preguntó.
-    No… Es que verás, no dejo de darle vueltas a la cabeza.
-    Siéntate a mi lado –me invitó, mientras cerraba la tapa del pequeño ordenador y lo depositaba en el otro extremo–. No te voy a morder.
-    Ya me imagino... ¡Oye, es fantástica esa pintura! ¿Es un retrato tuyo?
Me había fijado en una tabla que representaba la figura de una mujer rubia, de cutis pálido, envuelta en una larga túnica estampada con flores.
-    No. Es una Venus renacentista. Auténtica.
-    Caray –exclamé mientras me sentaba en el borde del lecho–. Es cierto, su aspecto es antiguo. Con esta luz no lo distinguía bien, es como una Venus de Botticelli, pero el parecido contigo es extraordinario…
-    Casualidades. Y no es de Botticelli, pero podría haber sido pintada por alguno de sus discípulos… Bien, ¿qué es lo que no te deja dormir?
-    ¿Eh? ¡Ah, sí! Estaba pensando en lo que me dijiste sobre el destino y sobre encuentros y circunstancias que dan la impresión de repetirse. Dejando aparte las simplistas teorías de la reencarnación, pueden considerarse racionalmente otras posibilidades.
-    No me digas –profirió ensanchando el mar de sus ojos.
-    Claro –me animé–. Nuestro cerebro puede interpretar de forma errónea una situación presente como un recuerdo, es lo que se llama déjà vu. A veces, las emociones son tan indelebles que esa explicación se queda corta. Por ejemplo, por decir algo, yo podría sentir que en un pasado he estado muy unido a ti  y revivir las experiencias de otra vida, pero esa sensación puede ir ligada a fenómenos físicos que explica la teoría del caos, el azar en un universo infinito...
-    Fascinante –comentó, aproximando su rostro.
-    Sí, cuando pienso en ello siempre me acuerdo del verso de Dylan Thomas: “y el interminable comienzo de prodigios, abierto, sufre.”
-    Muy bello…
-    Y no sólo es eso –los nervios me hacían parlotear como una cotorra que se hubiera caído en una barrica de ron–. Nuestros genes podrían heredar la impronta de una respuesta ante estímulos similares que vivieron nuestros antepasados. Es decir, antepasados nuestros que estuvieran juntos. ¿Entiendes? De hecho, la moderna biología molecular enseña…
-    Doctor Sangrás…
-    ¿Qué?
-    JM, para, por favor… Me estoy mareando con la teoría del caos, el universo y los genes de nuestros tatarabuelos.
-    Perdona, perdona. No es el momento adecuado. Mónica tiene razón cuando me regaña porque cojo un tema de estos y…
-    Deberíamos descansar un poco. ¿Qué pretendes decirme? ¿Que estás enamorado de mí y te encuentras extraño?
-    Creo que sí –afirmé, tragando saliva–. Dicho tan escueto, es mucho resumir, pero, vamos…, que sí.
-    Pues a mí también me pasa lo mismo, pero no me siento extraña.
No supe qué añadir. La abracé con ternura, rodeando su camisón, y uní mis labios a los suyos. Al instante, descendí a un limbo de islas burbujeantes, a corrientes pasadas de océanos eternos. De nuevo, el sabor a cerezas y el vapor cromático de mil mosaicos en la mente que mis ojos no veían.
Sight gimió, se retorció, ondeando su cabellera, y deslizó su boca sobre la piel de mi cuello.  Al fin, crispó su mano en mi nuca y pegó su mejilla a la mía.
-    Espera, espera –suspiró, jadeante–. Tienes que tomar mis sueños primero y beber mi sangre de venas invisibles.
-    No…, no entiendo.
-    Confía en mí –pidió, casi sin sonido.
La mano que aferraba mi pelo en la nuca se abrió con abandono y sus dedos iniciaron un serpenteante masaje. Al mismo tiempo, notaba la humedad incendiaria de sus lágrimas mojando mi rostro.
-    Descansa, relájate –seguía susurrando–. Dame tu dolor, dame tu tristeza, el fuego que te desgasta. Ahora ya estamos otra vez juntos. Duerme, rum, duerme, mi vida.
Un río de paz y laxitud trepó por mi columna e inundó mi cuerpo por completo, como si un poderoso sedante invadiese mi torrente sanguíneo. Me envolvió una oscuridad benigna, un silencio apaciguador y luego la nada de la inconsciencia profunda.





domingo, 10 de febrero de 2013

MAPA DE SUEÑOS DE FEBRERO




Hay un lápiz sobre la mesa
y un papel en penumbra
como si aún fuera otoño
y hubieran caído de un árbol de versos.
Escribe un poema,
dices,
si quieres que vuelva.
Lo haría cualquier otra noche tan solo por una caricia
(por ese breve tránsito al cielo que dan tus labios y tus dedos)
pero hoy noto un puente que me llevaría a una parte dentro de ti
donde reinan los demonios y la oscuridad impregnada de fantasmas sueña con ser real.
Ya tengo bastante
con nombres que suenan como círculos y me hacen pensar en fechas
que se han convertido en grietas
y miradas heridas por tormentas de un amor que no fue posible.
No sé si volverás,
en el amanecer poco importa,
los pulsos mudos están allí, ateridos, buscando
el fuego blanco de unos gestos perdidos más allá de las fronteras violetas.