martes, 29 de enero de 2013

CRÓNICAS DE LA MARIPOSA NEGRA: EL LIBRO DE LOS SOLLOZOS



RESUMEN DE LAS ENTRADAS ANTERIORES

Una noche de tormenta JM sale de su apartamento en la playa para tomar una copa en el Brutus Bar. Allí conoce a  Rima, una extraña rumana que lleva un medallón en forma de mariposa negra. JM acompaña a Rima a su casa y allí sorprenden a un ladrón que, tras una pelea, consigue escapar con un antiguo libro, "El Libro de los Sollozos". Pasa un tiempo mientras JM tiene visiones de una mujer envuelta en un velo que oculta su rostro. Un día recibe la visita de la rumana en su apartamento  y en el mismo momento llega también Mónica, su mejor amiga, dando lugar a una embarazosa situación. Con posterioridad, Mónica y JM se hallan dando un paseo de noche por la ciudad y tienen un encuentro con una mujer que parece tener perturbadas sus facultades mentales y cuyo nombre es Mavra, "La Oscura".  Justamente en ese encuentro surge Rima de las sombras y Mónica y JM se alejan del lugar acompañados de la rumana. Deciden ir a tomar algo a un local llamado el Dukh, donde hay unos espectáculos que se diría sobrenaturales: Drac forma figuras de fuego en el aire y Gianna brota de una crisálida convertida en mujer-mariposa. Más tarde, Sight, la dueña del local, invita a JM y a Mónica a su despacho. De inmediato, JM se enamora de esa misteriosa mujer que está al tanto de muchos detalles de su vida; sin embargo le remuerde sentir el recuerdo de Rachel, la única mujer que había amado hasta entonces , una militar canadiense que resultó muerta en Afganistán. Bien avanzada la madrugada, JM se ofrece para acompañar a Sight a su domicilio, ayudándola a trasportar unos libros.
Al salir del Dukh  sufren un asalto por dos maleantes armados con aspecto de mafiosos pero salen bien librados y Sight muestra un inusual entrenamiento en el combate cuerpo a cuerpo. Llegan a casa de Sight y ésta relata la historia de Rima, cómo la encontró en un lugar de Kirguizistán cuando estaba a punto de ser quemada viva tras ser violada. Sight logró rescatar a Rima y desde entonces sus destinos han estado unidos. JM espera el amanecer en casa de Sight con la confianza de poder averiguar más detalles sobre su vida. Durante esas horas, Sight revela que  es dueña de una empresa que se dedica al comercio con diamantes.



-        ” ¿Entonces, qué es lo que detiene a Mavra?”
Esta vez, tampoco Sight mostraba intención de abundar en explicaciones.
-    ¿Ponemos un poco de música?
-    Mientras no nos quedemos dormidos –objeté, temiendo que me obsequiase con algún tipo de música cacofónica acorde con la decoración del recinto.
-    Con esto, seguro que no –proclamó, exhibiendo un CD.
-    ¿Epica?..."The road to Paradiso" –murmuré leyendo la carátula del CD–. Son fantásticos, pero en este momento preferiría algo un punto más tranquilo.
Sight se encogió de hombros.
-    Es un CD de Rima: los deja por todas partes. Vamos a escuchar música persa, pero moderna, electrónica, como a ti te gusta.
-    Interesante.
Comenzó a sonar una melodía que me enganchó de inmediato: una voz aguda y ligera conducida por el ritmo suave pero vigoroso de la percusión electrónica. Lo único que entendía de la letra en persa era “Arisú”, probablemente un nombre propio.
Con una taza en la mano, me di la vuelta avanzando hacia la biblioteca. Sight dejó la bandeja sobre la mesa y se puso a mi lado.
-    ¿Qué te parecen mis libros?
-    Uf, me pasaría las horas muertas ojeándolos. Tienes una colección fascinante por lo que veo… historia, arte, literatura medieval… pero eso de ahí me parece que es una novela de amor.
-    ¿Cuál? –me preguntó mirándome con sensualidad a los ojos en lugar de a la estantería.
-    La que está a continuación de El mundo de la antigua Mesopotamia.
-    ¿Yamila?
-    Sí, esa.
-    Yamila: Un día más largo que una vida. Es de un autor kirguiso, un compatriota: Aitmátov. Hay quien opina que es el más bello relato de amor.
-    He leído comentarios en algún foro de internet…
-    ¿Te gustan las novelas románticas?
-    Pues…, no, es decir, sí. No es que haya leído muchas, pero sí que me que me gustan cuando están bien narradas.
-    Lo mismo pienso yo –convino, sin apartar la mirada, abriendo puertas a un vertiginoso vínculo de intimidad–.  ¿Quieres que te la preste? ¡Ay, no! Este ejemplar está en ruso.
-    ¡Vaya, qué pena! Hablando de libros…
-    Dime.
-    El que robaron en casa de Rima, El Libro de los Sollozos, tenía la apariencia de ser un objeto único, extraordinario. ¿Era de tu propiedad?
-    Se puede decir que sí –declaró, entornando los ojos y abriéndolos de nuevo con un resplandor dorado en el que ya no había rastros de vulnerabilidad–. Los volúmenes que son en especial originales o antiguos suelo guardarlos en otros sitios.
-    Pues, al margen de que el apartamento de Rima no es un escondrijo muy seguro, cualquiera hubiera dicho que se le daba todas las facilidades a los potenciales ladrones.
-    Aciertas –confesó sin ambages en un tono áspero–. Exactamente es eso lo que pretendía: que lo robaran. Y contaba para ello con la complicidad de Rima.
-    ¿Y con la mía? –aventuré, con cierto resentimiento.
-    Llegaste en el momento preciso –susurró, ahora con suavidad, mientras dirigía su mirada al suelo.
-    ¿Preciso en el sentido de adecuado o de coincidente?
-    Fue casualidad. Me hubiera gustado encontrarte a través de Rima, hace ya meses, pero no esperaba que estuvieras allí justo esa noche y te vieras enzarzado en una pelea. Estoy siendo del todo sincera contigo. Fueron muy rápidos localizando el libro
-    ¿Quiénes? Fueron quiénes.
-    Tamerlán -replicó –mirándome de nuevo.
-    ¿Quién es Tamerlán?
-    Podría calificarse de una banda muy poderosa, dirigida por ex militares, aunque toma su nombre de una antigua sociedad secreta, forjada a su vez en torno a la leyenda que envuelve al verdadero personaje histórico: el guerrero y conquistador mongol Tamerlán.
-    Sight –dije, pronunciado su nombre con dulzura–, ¿qué tengo que ver yo en todo esto? ¿Se trata de hechos casuales o hay algo más? Cada vez entiendo menos.
No me sentía molesto, sino desconcertado, atónito.
-    No es azar. Es tu destino. No, no sonrías. No puedes pararlo, nunca hemos podido… además posees algo muy valioso.
-    ¿Algún don que yo ignoro y tú has descubierto?
-    No me refiero a eso, aunque lo tienes, por más que te empeñes en ignorarlo.  Se trata de un objeto que conservas: esa placa que llevas colgada bajo la camisa.
-    ¡Oh, vamos, sólo es un recuerdo! –dije, jugueteando con la cadena que rodeaba mi cuello–. Es algo muy antiguo, mi familia lo apreciaba como una joya durante generaciones, por eso lo llevo.
-    Y es lo que está buscando Mavra. Vale mucho más que El Libro de los Sollozos.
-    No sé de qué me hablas. Pero, para ir por partes, ¿qué contiene ese libro y por qué has dejado arrebatártelo?
-    Tengo una copia escaneada. De todos modos, su lectura no tiene ya utilidad práctica.
-    Entonces por qué es tan importante para la banda esa…, la Tamerlán.
-    Ellos no sabían que en la actualidad, desde hace mucho tiempo, es sólo una hermosa reliquia.
Con un largo suspiro, me giré de nuevo hacia la estantería dando a medias la espalda a Sight. ¿Tan difícil era encontrar una mujer que absorbiera mi soledad y a quien amase? Había decidido compartir mi vida con Rachel y terminó muerta en mis brazos. Los extraños destinos de los que hablaba Sight me habían conducido hasta ella y era como si por fin me hubiera alcanzado un huracán que iba tras mis pasos aun antes de nacer. La amaba. La amaba desde el mismo momento en que me hundí en la eternidad de sus ojos por primera vez. Y ahora, cada vez que intentaba sondear sus sentimientos y abrirle los míos, descargaba un diluvio de complicaciones.
-    Hasta donde soy capaz de llegar a estas horas –dije, sin cambiar de postura–, hay una conexión intrincada entre el libro, los Tamerlán, mi maldita chapa y tú o tu organización.
-    Ven, vamos a sentarnos. Es un poco complicado, pero ya es momento de que empieces a estar al corriente.

Biskek, Kirguizistán.
Se suponía que era un restaurante de lujo pero estaba decorado como una caseta de feria. Abundaban  bombillas en racimos colgantes de todos los colores y las mesas y sillas eran de estilo rústico. Eso sí, el mantel, de un blanco impoluto, mostraba unos delicados bordados artesanales y los platos eran famosos por su soberbia elaboración, mención aparte del excelente caviar de Beluga.
Todo esto no parecía interesar al general Titov, verdadero propietario del local. Acomodado en su silla de ruedas junto a la mesa, se limitaba a sorber un líquido espeso y parduzco, una especie de puré diluido, con una larga pajita: no podía tomar otra cosa sin riesgo de atragantamiento, debido a las secuelas neurológicas que padecía por sus enfermedades.
Nikolai, su segundo al mando y mano derecha, clavaba la vista en la cazuela de barro que tenía enfrente, con carne muy especiada y cubierta por una costra de harina, sin apenas haber arañado el suculento plato con la cuchara: había perdido el apetito. Las cosas no habían transcurrido tan bien como se esperaba y los ojos oscuros y sangrientos del general Titov, como agujeros negros que absorbieran toda energía cercana, no cesaban de escudriñarle.
Desde otra mesa distante, llegaban los ecos apagados de las carcajadas de sus hombres, insensibles a la tenebrosa atmósfera que emanaba de Titov, el 'zar' de la organización, gracias a las numerosas botellas de vodka que se amontonaban sobre la mesa.
Nikolai admiraba, odiaba y temía, a la vez, a aquel viejo caquéctico y medio paralizado. Podría haberse dicho que era un auténtico despojo humano, pero hubiera sido falso: no existía ya nada de humano en él. Desde que había empezado a servir bajo sus órdenes en Afganistán, durante la invasión soviética, había aprendido del general que no hay fronteras para la crueldad. Más allá de la ausencia de sentimientos y el sadismo que puede manifestar el peor de los psicópatas, Titov parecía buscar la maldad en su mayor pureza, como un dios de los infiernos a quien rendir culto. A pesar de todo, Titov había favorecido la carrera de Nikolai, tomándole bajo su protección y adiestramiento como un sucesor y como el hijo que nunca llegó a tener.
-    ¿Me estás diciendo, Nikolai, que los esfuerzos para descifrar ese libro no han valido para nada? –Titov había pronunciado la frase como una sentencia más que como una pregunta, mientras restos de saliva se acumulaban en sus comisuras.
-    El libro es un conjunto de pergaminos ilustrados con profusión, el texto está escrito a mano en persa antiguo con acotaciones más modernas en latín.  Parece una colección de rituales centrados en la adoración de lo que llama la 'piedra del infinito'. Hasta ahí, todo indicaba que contenía las pistas necesarias para explotar las propiedades de la gema. Pero…
Nikolai intentaba ser lo más preciso posible con las indagaciones que habían realizado. Sabía que el general no toleraba ni un atisbo de incompetencia y deseaba ser minucioso para exonerarse del fracaso. Sin embargo, el viejo no daba muestras de interesarse en los detalles de la investigación y, por el contrario, su temblor habitual se hizo más patente denotando que estaba al borde de una explosión de cólera.
-    Pero ¿qué? –explotó Titov, derramando de un manotazo el vaso de puré sobre el inmaculado mantel– ¡Acaba  de una vez! ¡No me queda vida para oír estupideces!
-    Que no tiene sentido. Es pura fantasía. En los dibujos aparecen animales que no existen y las notas hacen referencia a la sangre de esas bestias imaginarias, donde se supone que debía introducirse la piedra para después ser expuesta a la luz de…
-    ¿Qué clase de animales son esos?
-    Bueno, es como una mezcla de murciélago y mariposa gigante.
-    Una mariposa negra –masculló Titov para sí, casi ininteligible.
-    Sí, una enorme mariposa chupadora de sangre, como un vampiro. En el libro se narra también que cierto clan de guerreros, que habitaba en un desierto próximo a la antigua Mongolia, cazaba a esos animales y bebía su sangre en medio de ceremonias dedicadas a la piedra del infinito. Al parecer, la piedra representaba para ellos un legado de dioses primigenios, seres divinos con monstruosas formas de insectos. No cabe duda –concluyo Nikolai– que son meras supersticiones de pueblos primitivos recogidos por algún relator exaltado.
Titov no escuchaba ya, había regresado a sus islas de tinieblas. La atmósfera en el interior se tornó lóbrega y espesa y  la festiva iluminación del restaurante se marchitó de golpe por unos instantes. Los hombres que bebían vodka en la mesa apartada interrumpieron sus risotadas sin ni siquiera atreverse a dirigir la mirada hacia donde se encontraba el "zar".
-    Entonces tendremos que averiguarlo por nuestra cuenta –dijo por fin el general, volviendo a la realidad de los mortales con voz asombrosamente firme y enérgica–. A no ser que Tatiana, es decir, Sight, esconda otra clase de información. En cualquier caso, ha llegado la hora de ir en su busca y arrebatarle la piedra.
Nikolai no contestó de inmediato, se tomó un respiro y tragó un sorbo de agua antes de continuar. Sí, había llegado la hora de que estuviese en situación de alcanzar el poder.
-    Ella es la guardiana. Suele ir siempre escoltada por uno o dos de los suyos. Eso no es problema.
-    ¿No? ¿Qué sucedió la última vez? –cortó de nuevo con rudeza el general.
-    Se trataba sólo de asustarla. Nos informaron de que salía acompañada por un hombre que…
-    ¡Idiotas! El mismo que se enfrentó a Oleg, ¿me equivoco?
-    En aquella ocasión, en casa de Rima, nos pilló por sorpresa.
-    ¡Basura! ¡Estoy rodeado por la escoria de los ineptos! –escupió Titov entre toses–. ¡No podemos permitirnos ninguna improvisación!
Nikolai volvió a tomar el vaso de agua, tragando el líquido, su orgullo, y su deseo de fulminar allí mismo al viejo. Aguardó a que sus pulsaciones disminuyeran antes de hablar.
-    Ya tenemos datos de ese individuo, mi general.
-    ¿Qué datos?
-    Se llama Sangrás, doctor JM Sangrás. Los informes que hemos podido reunir indican que trabaja como médico en un hospital local, pero está relacionado con algún servicio de inteligencia, con toda probabilidad en el seno de la OTAN. Además, ha estado ausente largos periodos, se dice que desaparecido en Argentina, en La Patagonia, aunque es posible que estuviese en Irak con los blackwater, el ejército de mercenarios empleado por los americanos.
-    Ese perfil cuadra mejor con lo sucedido.
-    En efecto, mi general –asintió Nikolai, satisfecho de captar la atención de su jefe–. Sabemos también que después de la muerte de una militar canadiense en Afganistán, con la que estaba liado, emplea la mayoría de su tiempo en el hospital, salvo por breves viajes a Bruselas.
Nikolai guardó silencio y se mantuvo a la espera: recordó que al viejo no le gustaban las parrafadas, siempre demandaba a sus subordinados la información esencial, desprovista de cualquier adorno.
-    Por alguna razón –conjeturó Titov, secándose la boca con el dorso de una mano trémula-, ese hombre está ahora al servicio de Sight. Él estará recibiendo un generoso salario, Sight puede permitírselo, y ella dispone de un escolta experimentado y encubierto. Debe de sospechar que se le avecinan problemas y ha reforzado su seguridad. Será mejor que eliminéis al nuevo guardaespaldas.
-    No será ningún obstáculo, mi general. Si me permite la observación, lo que me preocupa no es ese hombre, ni tampoco la resistencia de Sight o sus lacayos, sino que Sargón, su organización, se nos eche encima… esos engendros son muy poderosos.
-    Nikolai, llama a la camarera –dijo el general por respuesta.
-    Sí, claro, mi general –se apresuró Nikolai girándose en la silla para hacer una seña.
El pequeño cuerpo de una camarera surgió con rapidez de un rincón agitando una larga coleta oscura. Su rostro ancho y pálido, casi infantil,  de ojos negros y oblicuos y labios regordetes, estaba deformado por el terror.
-    Limpia todo esto y sírvenos de nuevo la cena –ordenó el general. Luego, enfocó  sus ojos sanguinolentos y oscuros en los de su lugarteniente–. No pasará nada, Nikolai, una vez que tengamos la piedra. Suplicarán para negociar con nosotros. Pero en esta ocasión hay que planearlo contemplando varias alternativas, no puede existir ningún error. Utiliza todos los recursos necesarios y presiona al máximo a tu contacto en el negocio de Sight en España para que coopere… hasta las últimas consecuencias. 
 

“Va a hacer un día precioso” –pensé, mirando a los cristales.
Sight había hecho una pausa, permitiendo que asimilara sus palabras. De la serie musical que ella había seleccionado a su gusto, sonaba ahora una canción de Mylène Farmer, La Veuve Noire:
“Mira a esta viuda negra, tú la has amado
Pobre enamorado de una noche de mayo.
Mira a esta dama negra…”
En la habitación, comenzaba a infiltrarse el manto luminoso de la mañana. Un rayo prematuro incidió en los cabellos de Sight arrancando un reflejo azafranado.
Ella se apartó un mechón de pelo y se frotó con delicadeza la mejilla como si la luz naciente incendiara su cutis de nácar.
-    Voy a cerrar las cortinas –murmuró Sight entornando los ojos–. Después de toda la noche en vela no soporto la claridad.
“Toda la noche en vela –repetí para mí–. Quizás, como en Yamila –la novela de  Aitmátov–, horas más largas que una vida. O, al menos, horas en que la vida anterior se funde en una fracción de segundo con el presente, y se franquea el portal de la cordura con la sospecha de haber penetrado en un mundo extraño donde los sueños son sólidos.”
Sight se sentó a mi lado tras sumir otra vez la habitación en la penumbra. Me rozó un brazo con su mano delgada, pareció dudar un momento, y acercó su rostro que mostraba débiles huellas de cansancio en torno a los ojos. Por un momento pensé, o deseé, que fuera a besarme.
-    Eso que llevas ahí colgado –dijo, tocándome el pecho con un dedo– tiene una clave.
-    ¿Cómo que una clave?
-    Los símbolos que están trazados perforando la chapa son un código. La pieza forma parte de una lámina más grande que fue cortada en varios trozos, los demás se han perdido. La inscripción es muy, muy, antigua. Y la misma placa es de un material que no se conoce con exactitud, pero de una época en que todavía la Humanidad no había empezado a usar los metales.
-    ¿Cómo sabes todo eso? ¿Y cómo ha llegado a parar hasta mí?
-    La compañía a la que pertenezco es propietaria de un avanzado laboratorio de análisis de cristales y piedras preciosas y, desde hace poco, ha extendido sus cometidos hacia otras ramas de la investigación científica… Formamos una sociedad que ha existido desde hace muchos siglos  y almacena documentos de toda la historia de nuestra civilización.
-    Algo así como los herederos de la biblioteca de Alejandría –comenté escéptico.
-    ¡Hablo en serio! –protestó, alejando su rostro del mío-. De hecho, tenemos manuscritos que sobrevivieron al incendio de la biblioteca de Alejandría. Pero, déjame seguir sin desviarme, la organización conserva en particular archivos relacionados con su propio origen y curso histórico. En ellos, hay referencia a la placa perforada con símbolos arcanos, al Libro de los Sollozos y a un tesoro ancestral que se daba por desaparecido…
-    ¿Pero qué tengo yo que ver en todo esto? –insistí.
-    Hay objetos esenciales, vitales para nuestra identidad, que tienen un custodio específico. Tu familia ha sido la depositaria de la lámina durante siglos.
-    ¿Estás diciéndome que existe una conexión entre mis antepasados y tu organización? –pregunté estupefacto.
-    Así es. Sin embargo, hace tiempo tu familia decidió separarse de las directrices de la organización y seguir su propio camino. Su actitud fue considerada por algunos de los nuestros como una herejía, pero siguieron siendo los guardianes de la placa.
-    Parece que estamos hablando de sectas, de hermandades, casi de extrañas iglesias con sus propios disidentes y herejías. Todo me suena muy peliculero.
-    ¿Crees que lo que te está pasando es casual?
-    La verdad es que no… Un detalle… ¿por qué no se le reclamó esa chapa a mi familia?
-    Porque su objetivo, su complemento, ese tesoro que he mencionado, había desaparecido. Y por otra razón fundamental: sólo los guardianes serían capaces de interpretar esos símbolos.
-    Pues si estás insinuando que yo soy el actual –e involuntario- guardián, puedes estar segura de que no tengo ni idea de lo que significa esa inscripción. De todas formas, ya no tiene importancia: según me has dicho, el Libro de los Sollozos es una antigüedad apreciable pero sin valor práctico. Respecto a la placa que contiene una suerte de información cifrada, su posible aplicación, o lo que sea, con ese tesoro es inútil al haber desaparecido.
-    Ya no es inútil. El tesoro volvió a ser descubierto.
-    ¿Y cuál es ese tesoro?
-    Una gema: la piedra del infinito.
No dije nada. Todo aquello me sonaba a cuento de hadas.
-    La gema tiene cualidades extraordinarias – prosiguió Sight –, sobrenaturales, según los relatos de nuestra sociedad. Existen varias maneras de activar esas propiedades. Algunas son ya imposibles de llevar a cabo; otra manera es a través de un código que está depositado en la placa.
-    ¿Y qué ocurriría si se activa esa piedra? –pregunté, sin poder contenerme –… Espera, no sé si quiero que me lo digas, me temo que no será nada bueno.


domingo, 20 de enero de 2013

ANTES DE MEDIANOCHE


Me miras y tu mirada baja
por un largo camino entre nosotros
hacia el fondo del vaso que sostiene tu mano
y cae en los posos de un té amargo y oscuro
como si ejercieras un antiguo poder adivinatorio
pero los dos sabemos que los instantes que nos quedan juntos
van a marcharse hacia una memoria vacía,
hacia un bosque de hebras moribundas por algún conjuro.
Antes de medianoche saldrán tus pasos
de esta luz pequeña que hemos amado
y recogerás por última vez las flores de la oscuridad
de vuelta hacia tu hogar.
No va a pasar nada entre tú y yo,
ha llegado el tiempo del retorno a nuestros refugios
de hielo debilitado
pero por si acaso
no tocaré tu rostro de niebla con mis labios.
Antes de que atravieses la puerta,
cada sílaba se convertirá en polvo negro
y cada silencio quedará desterrado
donde no hay cabida para los besos ni los dedos
ahondan el azar de la pasión. 





lunes, 14 de enero de 2013

ESPEJOS EN LA NOCHE

-    Número 19, pase a ventanilla 3.
No había tenido que esperar demasiado en las ventanillas de reclamación de la Oficina de la Delegación de Hacienda. Los malos tragos, cuanto antes mejor.
-    Buenos días, señorita. Vengo a ver cómo está mi expediente. Aquí tiene el resguardo con la referencia.
La mencionada señorita, era una mujer de unos cuarenta y cinco años, con pelo rubio y corto y facciones agradables. Había coincidido con ella en mis dos anteriores gestiones, y cuando extrajo una carpeta del  archivador sus ojos brillaron con una señal de reconocimiento.
-    Sí, ya parece que con los documentos que aportó en su anterior visita están  justificadas las irregularidades.
-    ¿Entonces es todo? ¿Queda arreglado el asunto?
-    No. Mire, formalmente usted aporta datos que indican que cometió un error en la cumplimentación de los distintos apartados, pero que no hubo ocultaciones en la declaración. De todas formas, la interpretación final y la posible sanción si la hubiera depende del inspector.
“Me he caído con todo el equipo –pensé para mis adentros– La verdad es que no he tenido intención de defraudar, sólo me equivocado en la forma. Pero con la mala suerte que tengo yo con estas cosas…”.
La administrativa de la ventanilla número 3 captó las sombras de preocupación que se pasearon por mi semblante.
-    No se apure. En principio, todo está aclarado. Ahora mismo puede usted ver al inspector, en este caso inspectora, Doña Rosa, y queda solucionado el expediente. Siéntese, voy a llamar por teléfono y le hago una seña cuando pueda pasar. Es la segunda puerta a la derecha por ese pasillo.
-    Gracias, señorita.
-    Y no se preocupe. Doña Rosa es muy buena persona.
-    Gracias, otra vez. Es usted muy amable.
-    De nada.
No había llegado ni siquiera a sentarme, cuando me percaté de que la señorita de la ventanilla número 3 me indicaba con la mano que podía ir al despacho de la inspectora.


Toc, toc, toc.
-    ¿Se puede?
-    Adelante.
-    Buenos días.
Una mujer se hallaba de espaldas a la entrada. En apariencia, escudriñando algo que sucedía en la calle a través de la ventana. Vestía un traje de chaqueta gris perla con pantalones estrechos. Contemplé su melena oscura que caía un poco por debajo de los hombros. Era esbelta y se diría que estaba en buena forma física.
-    Buenos días –repetí–. Me han indicado en la ventanilla que pase a este despacho a formalizar un expediente.
-    Eso será si se puede, JM; es decir, si está correcto –dijo la inspectora de Hacienda, dándose la vuelta y encarándome.
-    ¡Joder! ¡Rosi!
-    ¡Eh! Aquí nada de palabrotas. Y para ti soy Doña Rosa –añadió sentándose detrás de la mesa del despacho.
-    Claro, Rosi. Perdón, digo, Doña Rosa, Doña Rosa. Es que así, de pronto. ¿Puedo sentarme?
-    No.
-    ¿Cómo has adivinado que era yo antes de mirarme a la cara? Que yo era, JM. No conocías mis apellidos.
-    Al pasarme tu expediente, venía una fotocopia del DNI. Me ha bastado ver la fotografía de la fotocopia para reconocerte. Ya te dije que era muy observadora.
-    Sí, ya recuerdo.
-    ¿Y recuerdas también que después de acostarte conmigo me dijiste que me llamarías muy pronto? Aunque quizás sea un poco impaciente. Total, sólo ha pasado un mes. Y recuerda también que yo no te comenté nada, que no te exigí nada. Fuiste tú quien me pidió el número de teléfono y me prometiste con voz melosa que me llamarías. Quisiste quedar bien y lo que hiciste fue quedar como un cerdo –concluyó Rosa, contundente, mientras las paredes de la habitación empezaban a dar vueltas a mi alrededor.


Aquella noche de jueves en El Kraken no faltaba público. Mucha gente de cualquier edad se pasaba a tomar una copa después de cenar fuera, aunque al día siguiente tuvieran que trabajar. Cuando llegaba el fin de semana, los locales de copas se ponían hasta los topes.
Pero el principal factor que contribuía a la concurrencia de clientes en esa noche de entre semana se debía al  espectáculo de música en vivo gracias al grupo "Oye Como Va". Eran cinco, cuatro hombres con pinta de viejos rockeros y una chica, jovencilla, pero de opulentos pechos. Con todo, interpretaban unas decentes recopilaciones de pasados éxitos, en especial de Santana y de conjuntos de habla española.
En El Kraken había pocos asientos, así que estábamos todos de pie, apiñados, viendo la actuación. Aprovechando que los camareros me conocían, me colé por dentro de la barra para situarme en primera fila. Me fijé en el tipo de color que tocaba con soltura y ganas la batería, pero enseguida desvié la mirada. Había algo que mi instinto detectaba como más prioritario: una morena de unos treinta y tantos largos, flexible, algo delgada para mi gusto, pero con una sensualidad primaria, natural, capaz de remover en el acto mariposas en mi estómago. Llevaba encima unos simples vaqueros desgastados y una camisa blanca suelta por fuera. Fijé mis ojos buscando su mirada y ella, al advertirlo, dudó un instante y me dio la espalda. Me encantó su silueta bañada por las luces amarillentas y violetas de El Kraken, la ondulación de su cabellera oscura, el sesgo sinuoso que vertía el movimiento de sus caderas. Dándome otra oportunidad, me acerqué hasta colocarme detrás de ella. Sin dejar de bailar, la mujer cuya silueta me trasladaba al recuerdo de otra figura, se dio la vuelta. Esta vez me sostuvo la mirada un buen rato.                                                                                                   Y sonrió.
Seguimos con ese tira y afloja durante unos minutos, hasta que apareció otra chica que debía de ser amiga suya y la arrastró hasta la barra. Para mi consuelo, regresaron sin tardanza con sendas copas. Volvimos a reemprender el ritual que habíamos iniciado: el lenguaje velado de los deseos.
Estaba claro que yo le gustaba.
Y ella a mí también.
-    ¿Cómo te llamas? –pregunté, sin dejar de bailar.
-    Rosa. ¿Y tú? –replicó ella, acercándose a mi oído.
-    JM
-    Te voy a presentar a mi amiga, Aurora.
-    Como quieras.
-    Aurora –dijo, dándole un toquecito a su amiga que estaba trotando a su aire– .  Este es JM.
-    Pareces una marca de tabaco, tío, ja, ja –soltó la tal Aurora, ocurrente.
-    Perdona a Aurora –intervino Rosa– es que siempre está de broma.
-    No importa –dije ignorando a la amiga y colocándome más cerca de Rosa–. A mí me gusta mucho tu nombre. Voy a llamarte Rosi. Porque eres como una pequeña flor de porcelana.
-    Está claro que la poesía no es lo tuyo. Y como me llames Rosi te mato –replicó ella con fingida seriedad–.  Además, de pequeña tengo poco.
-    A ver, vamos a comprobar hasta dónde me llegas.
La tomé con delicadeza de la cintura y la atraje hacia mí. Era alta. Me hubiera bastado una ligera inclinación de la cabeza para rozar sus labios. La tentación pasó por mi cabeza. Sus labios se me antojaron pétalos frescos, gruesos, húmedos, llamándome con el ímpetu irresistible de un remolino en el vacío.
Pero sabía que era un error.                                       A esa clase de mujer tenía que convencerla antes con mis gestos y mis palabras. Utilizar la sutileza.
Hasta que su instinto me admitiese.
O no.
Me separé de nuevo, pero la mantuve cogida de una mano.
Continuamos moviéndonos despacio con la música, inmersos en una danza que yo sentía como un ritual de magia y erotismo. Los de "Oye Como Va" arrancaron con unos acordes inarmónicos para imponerse al alboroto del local. De inmediato, sonaron unas notas imitando la canción “Oye mi amor”, del conjunto mexicano Maná y toda la peña se puso a saltar como locos. 

 "No sabes cómo te deseo,
   no sabes cómo te he soñado"

La mirada de Rosa cambió. Las luces de la sala dejaron de reflejarse en sus pupilas y en su lugar brotaron  pequeñas llamas ardiendo en el horizonte  de sus ojos verdosos.
“Ya está –me dije–. Ya se ha decidido.”
-    Rosa, es tarde. Yo mañana trabajo –chilló la amiga, interponiéndose entre los dos.
-    Yo también trabajo. Vamos.
-    ¿No te puedes quedar un ratito más? –intervine.
-    Claro que puede –se adelantó a decir la amiga–. Eso de que trabaja es un cuento. Es una famosa atracadora de bancos. Acaba de salir de la cárcel. Por eso está medio loca –añadió llevándose un dedo a la cabeza–. O sea, tío, que se puede quedar contigo.
-    Aurora, no seas payasa; ¿qué van a pensar de mí? Y me voy contigo. Hemos venido juntas y nos vamos juntas –protestó Rosa.
-    Que no, cariño. Que no me pasa nada. Quédate. Lo estás pasando bien. Y para un día que sales.
Al final, fue a resultar que no me caía tan mal la amiga de Rosa como había creído en un principio.
Rosa y yo nos quedamos en El Kraken hasta que cerraron. Nuestra conversación se dirigió sobre todo a comentar  las cosas que más nos gustaban y las que no nos gustaban. Hablamos de música, de viajes; sin dejar de darnos señas –sin palabras– de que deseábamos estar juntos.

Muy juntos.
Terminamos en su apartamento entrada la madrugada.
El amanecer nos sorprendió aún abrazados. Mi piel estaba impregnada de su olor, de su perfume.
Sus labios me habían traído no solo placer sino sobre todo paz, como si hubiera hallado el sitio más puro donde se apaciguaba cualquier destello de recuerdos dolorosos.
-    Tengo que marcharme, Rosi –dije acariciando su mejilla, mientras entraba ya la luz del sol.
-    Sí, lo comprendo. Yo tengo que irme a trabajar también dentro de nada.
-    ¿En qué trabajas?
-    Oh, no te gustaría saberlo, es un trabajo muy aburrido.
-    ¿En una oficina?
-    Sí. Oye, JM.
-    ¿Qué?
-    Quiero que sepas. A lo mejor no te importa, pero quiero que sepas que…
-    ¿Qué quieres que sepa, cielo?
-    Que, en fin, yo no salgo mucho por la noche y menos meto a un tío en mi casa de buenas a primeras. Tú ya me entiendes.
-    Tranquila, te entiendo.
-    Y, vaya, será que estoy un poco loca, como dice Aurora, pero sabía que iba a sentir algo especial. Y… Y…
-    Shsss –susurré colocando con ternura el dedo en sus labios–.Yo también he sentido algo muy especial.
-    Ya está dicho. Ahora, puedes ducharte si quieres antes de marcharte.
-    Me temo que tengo que irme ya. Me ducharé en mi casa. Tengo que pasar a recoger unos papeles y a cambiarme antes de ir al trabajo.
-    Claro, claro, no te entretengas.
-    Nos vemos –me despedí, con un rápido beso en los labios.
-    Sí. Nos vemos –repuso ella en un tono que intentaba ocultar tristeza.
-    Escucha, Rosi –dije de repente–. Vamos a hacer una cosa.
-    ¿Qué? ¿Qué has pensado? –preguntó con un resplandor inundando sus ojos.
-    Me das tu número de teléfono y te llamo luego o como mucho mañana.
-    Ah, vale. Está bien. Es el 6…

El despacho de Rosa era formal pero con varios toques personales. Una foto con una mujer mayor; su madre, con toda probabilidad. Una góndola en cristal de Murano…  Un portalápices plateado, un tarjetero con un buen fajo de tarjetas y… un posavasos de El Kraken.
-    Con sinceridad –acerté a decir–, pensé que no debíamos volver a vernos. Seguir quedando no nos hubiera traído más que disgustos.
-    Pero ni siquiera me diste la oportunidad de considerarlo, de preguntarme. Los problemas pueden hablarse e intentar solucionarlos -objetó Rosa.
-    No es tu culpa. El problema es mío.
-    ¿Y qué? ¿Te parece una disculpa? Es una excusa muy oída ya: “no es por ti, es por mí” –dijo en tono burlón–. ¿Sabes lo que hice cuando vi que no me llamabas?
-    No sé…
-    Me fui un jueves como una idiota a El Kraken. Trataba de convencerme a mi misma de que quizás habías perdido el teléfono por cualquier razón y que tampoco recordabas la dirección de mi casa. Me dije, como una colegiala enamorada, que tal vez habías dejado algún mensaje en el bar; se notaba que conocías a los camareros. Así que me acerqué a la barra y me encontré con la camarera que nos había atendido a mi amiga y a mí la otra vez. Una chica con el pelo rizado y teñido de rubio, con la nariz un poco curvada y un generoso escote. Dijo que te conocía desde hacía un par de años.
-    Es Vicky. Buena chica.
-    Sí, simpatiquísima y muy agradable. Lástima que con el ruido de la música y los clientes que tenía que atender no pudimos hablar mucho, pero fue suficiente para enterarme de lo que quería.
-    ¿A qué te refieres?
-    De entrada, a que no me habías dejado ningún mensaje.  Y luego, averigüé la razón de tu comportamiento.
-    ¿Qué te contó Vicky? –inquirí con tensión, al tiempo que, haciendo caso omiso a la deliberada falta de cortesía de Rosa, me senté de golpe en una silla.
-    Me dijo que antes eras un tipo normal, cariñoso, con buen fondo. Pero que después, es decir, ahora, estás muchas veces como ausente y amargado.
-    ¿Después de qué? ¿Te dijo algo?
-    Dímelo tú.
-    ¿Qué te dijo Vicky? –reiteré.
-    No juguemos al gato y al ratón. Ya te he contado que había mucho ruido y que Vicky iba de un lado para otro. Pero entendí que te habías vuelto otra persona cuando una tal Rachel te dejó. Eso fue lo que me dijo: cuando Rachel se fue o se marchó. ¿Es verdad?
-    Es verdad –asentí.
 Por supuesto que era verdad. Lo que Rosa no había entendido –o la camarera no había querido especificar– es que Rachel no sólo se había ido de mi lado, se había marchado de todos los lados, de todas las cosas de este mundo. Y yo me sentía responsable de ello.
-    Mira, JM –prosiguió Rosa–. Cada uno es libre de elegir su vida y sus compañías. Los dos somos mayores y yo no me arrepiento de haberme acostado contigo; nadie me obligó a hacerlo. Es más, puedo incluso comprender que te sientas amargado porque te dejó plantado una novia, o lo que fuera, y te dediques a buscar planes para desahogarte. Allá cada cual. Pero no tenías necesidad ninguna de hacerme un daño gratuito al decirme que sentías algo especial por mí y que ibas a llamarme. Y luego, desaparecer sin un adiós. ¿Pero qué te has creído? ¿Que soy una fulana?
-    Por favor, Rosi, no digas esas cosas.
-    Tú sí que eres un cabrón –dijo con lágrimas en los ojos–. Nunca me habían hecho algo así.
-    Cálmate. Estás muy alterada.
Rosa extrajo un paquete de kleenex de un cajón, secó sus lágrimas y se sonó la nariz.
-    Ya estoy serena –dijo con seriedad–.Ahora vamos a repasar tu expediente. 


Durante varios minutos un silencio gélido se apoderó del despacho. Rosa no apartaba la mirada de la pantalla del ordenador, excepto para echar una ojeada a mi expediente y tomar alguna nota a mano. Sin darse una pausa, me dio la impresión de que abría otro documento y se puso a escribir en el teclado mientras consultaba sus notas. Por fin, presionó una tecla y la impresora expulsó un papel. Lo examinó por encima, lo firmó y lo metió en un sobre.
-    Tu expediente está ya resuelto. Y aquí tienes un papel para ti. –dijo entregándome el sobre.
-    Gracias, pero, ¿puedo saber cuál ha sido tú decisión?
Rosa se repantingó en el sillón, estiró los brazos y despejó su frente de varios rizos de cabello oscuro.
Estaba seguro de que me iba a crucificar con la mayor sanción económica que la ley le permitiera imponerme. Estaba saboreando la venganza, fría y en bandeja de plata. Pero a pesar de todo, me seguía sintiendo atraído por ella. Su mirada noble, inteligente y tierna. Sus labios como fresas maduras y húmedas. Y ese aire de involuntaria sensualidad. ..
No podía afirmar que Rosa era semejante en su aspecto físico a Rachel. Ni siquiera sus caracteres eran superponibles: Rachel me había parecido en ocasiones un libro que encerraba pasajes enigmáticos y oscuros. Por desgracia, no hubo tiempo para que llegara a recorrer esas páginas.
Sin embargo, la forma en que Rosa me miraba, su tacto, determinadas sensaciones que me resultaban imposibles de concretar, me recordaban mucho a Rachel.
Esa era la razón de que no hubiera cogido el teléfono para llamarla.
Tenía miedo.
Miedo de llegar creer que estaba enamorado de Rosa cuando, en realidad,  podría llegar a encarnar en ella el espejismo de una mujer muerta.

-    Está bien –arrancó Rosa, formal–. Te lo voy a explicar: figuran cantidades incorrectamente asignadas a la casilla 002 en lugar de la 008, con lo que se incrementa una deducción ficticia. De forma similar la casilla 014 y la 004. Todo ello, conforme al artículo 18, en varios apartados, de la Ley de Impuesto. Puede entenderse un error en la aplicación o, por el contrario, dolo en la asignación.
-    No entiendo nada Rosi, digo, doña Rosa, pero no me está sonando nada bien lo que dices.
-    Calla. Además, tu DNI está caducado.
-    Pero eso no tiene nada que ver con…
-    Calla. Y además tienes unos gustos musicales muy raros.
-    ¿Raro el house y el minimal?
-    Y hablas en sueños.
-    Ah, estás de broma. Qué susto me habías dado.
-    ¿Tú crees que estoy de broma? Para resumir, lo que decido es…
-    Espera, espera. Déjame que sea yo quien te diga ahora una cosa: no soy un canalla; tú querías estar conmigo lo mismo que yo contigo. Y no me puedes poner una cadena por eso o recriminarme que no te mandase un ramo de flores. No es nada romántico lo sé. Pero la vida es dura. Mi vida es dura. De hecho no sé bien qué provecho tiene seguir viviendo. Y, como tú decías, para resumir: me importa un bledo que me multes. Hazlo, aunque sea injusto, si así te sientes mejor. Pero añadiré una cosa más, y termino: la noche en que estuvimos juntos, no sólo te sentí de un modo especial, me sentí enamorado de ti.
-    ¿Y por qué no me contaste eso? ¿Es que temías que yo te rechazase o que me burlara?
-    No. No es eso. Me enamoré de ti porque me trajiste sensaciones que me recordaban a otra mujer. Y no quiero vivirlo de esa manera. No todavía.
-    ¿Es aquella mujer que te dejó?
-    Sí.
-    JM, ella se marchó, se fue, y yo estoy aquí.
-    No. No se ha ido. No se ha ido del todo.
-    Creo que comprendo lo que quieres expresar. Las heridas de amor necesitan tiempo para cicatrizar. Tómatelo. Y si llega un momento en que descubras lo solitario que te has vuelto, ven a buscarme. Pero no tardes demasiado, porque quizás ya no me encuentres.
-    Eres maravillosa, Rosi. Como mujer, como persona.
-    No me hagas la pelota. Sigo pensando que tenías que haberme hablado así aquella noche. Nos hubiéramos ahorrado los días de incertidumbre que yo he sufrido y el mal rato que te he hecho pasar ahora yo a ti.
-    No te preocupes por mí. He pasado por cosas peores. Y en cuanto a la multa, qué le vamos a hacer.
-    Abre el sobre.
Obedecí, rasgando el sobre con el membrete oficial de Hacienda.
-    Vete a la última línea. Justo encima de mi firma –indicó Rosa.
-    Veamos, aquí pone... ¿Qué significa esto?
-    Lee en voz alta.
-    "No sabes cómo te deseo,
  no sabes cómo te he soñado"
-    Es de la canción de Maná que cantaba aquel grupo, "Oye Como Va", la noche en que nos conocimos  –dijo Rosa–. La comunicación con la resolución del expediente te la enviaré a tu domicilio fiscal. Esto es sólo un recuerdo; algo personal que quería que te llevaras. Piensa en ello como un juego, como el final de este juego, si lo prefieres de esa manera.
-    No. No quiero pensar en esas palabras como en parte de un juego. Rosi, acércate, por favor, quiero decirte algo al oído.
-    Aquí no nos escucha nadie. Estamos solos.
-    Quizás.
-    ¿Cómo que quizás? ¿Tú ves a alguien más en la habitación?
Estuve tentado de responder con franqueza a su pregunta, pero no lo hice.
-    Anda, hazme el favor.
Rosa se levantó en silencio y se aproximó hasta mi asiento. Me puse de pie y pegué mis labios a un lado de su rostro. En la piel de su cuello flotaba el olor de un perfume de Loewe que aspiré con nerviosismo.
Con un leve temblor, conseguí susurrar algunas palabras en su oído.
-    ¿Esta noche? –me preguntó Rosa en voz alta.
-    Sí. Hoy es jueves, como la otra vez –repuse yo también en voz alta.
-    Puede que mañana te arrepientas.
-    O puede que no.
La notificación de la Delegación de Hacienda sobre mi expediente tardó una semana en llegar por correo certificado. Se me comunicaba que, una vez revisada la declaración, quedaban subsanados los errores y no daba lugar a sanción alguna.
El rancio papel oficial, con la firma de Rosa a pie de página, aún desprendía un tenue aroma a su perfume.