domingo, 30 de mayo de 2010

LA HORA PALIDA


Es temible ser el territorio
del vacío para encontrarte
entre las cuerdas que llamean
su sonido frío
donde yacen nuestras palabras
como esmaltes de estrellas
apagadas.


En la hora pálida reluce
la puerta que me convierte
en hielo de pequeños venenos,
en espejo que recluta el resto
de lo invisible, manos
ante extraños secretos
en los huesos pintados de oscuro.

Voz que amo con sigilo
de ventanas impávidas,
de arena desempeñando
el color de la nada.

¿Me quieres?
Supongo que es así
aunque me aísles de esa culpa,
aunque nunca digas nada
cuando me acuesto a tu lado
sin desprenderte demasiado aprisa
de la ropa de otros mundos.
Algunas cosas no
tienen símbolos,
ni gestos, ni sueños, ni sinapsis.

No temerás esta hora.
Vuelvo, lo ves,
vuelvo sobre el cráter
de los versos que te ofrecí
y nadie ha entendido,
sobre tus dedos que hojeo
con pasión de sombra,
sobre el polen de tu pelo que propaga
escalofríos en mi máscara.
Sobre ti.

lunes, 24 de mayo de 2010

LA POETA

Escribía en sus auroras más extrañas
a las olas ennegrecidas que no rompían,
a lo que había en mí de inacabado.
Pensando en todos los nombres apagados,
en todas las estirpes conscientes de mentiras.

Nada me ha vuelto a decir.
En la oscuridad ambigua había la esperanza
de la persecución que determina el deseo,
del hielo desvaído que fluía por sus dedos.

Siempre, al término del día
se movía su soledad entre cercanías insonoras
que nunca dejaba entrar arriba, en la torre
reservada para las derrotas,
en las celdas de tiempos inexistentes
que todavía se abrían e incendiaban.

Nada rodea ya el hechizo subterráneo
que adoptaban los espectros de nuestras siluetas.
Los murmullos viven como cuerpos en el espejo
que no buscas
.

lunes, 17 de mayo de 2010

MORPHING


“Chew it, chew it”. Sí, sí, mastícalo. No sé qué narices me había dado el maldito guía afgano pero, de entrada, tenía la lengua adormecida y una vaga sensación arenosa inundaba mi boca.
Teníamos que permanecer casi inmóviles durante horas, bajo el sol de las llanuras desérticas, detectando movimientos de fuerzas hostiles en una zona crítica de la ruta Lithium.
 “Take it easy, my friend –continuó el guía–. Esto te ayudará a aguantar. Los talibanes están vigilando como nosotros”. Con esto se refería a una mierda de raíces o yerbajos secos. Cualquier cosa, vaya usted a saber en una tierra donde crece el opio como margaritas silvestres.
Los dos solos en el borde de uno de los innumerables barrancos que agrietan Afganistan: un militar afgano haciendo el trabajo de guía y un servidor. Para ser precisos, en ese momento no estábamos lo que se dice solos: a unos doscientos metros se paseaba un nutrido grupo de talibanes armados hasta los dientes y, lo que era peor, estaban torciendo para dirigirse a nuestra posición.
Ahora además de la boca, comenzaba a perder sensibilidad en todo el cuerpo. El guía afgano permanecía agachado como yo en la entrada de dos pequeñas cuevas naturales medio ocultas por los arbustos. El guía tenía un nombre largo y de difícil pronunciación incluso en parsi, por lo que todos en la base le llamábamos Jaime. A él no parecía importarle. Asunto resuelto.
Jaime me hacía ahora señas para que metiese más el cuerpo en la cueva. Y sonreía.
Que el guía sonriese, en principio, era bueno; quería decir algo bueno. Pero esa sonrisa distaba mucho de tranquilizarme. La cabeza me daba vueltas y mi visión se oscurecía por momentos.
La maldita yerba… ¿Quién me decía que Jaime no era un talibán infiltrado? ¿Qué no terminaría en mitad de esta tierra en ninguna parte con la garganta rebanada?
Empecé a deslizarme hacia abajo por el agujero estrecho de la cueva. La tierra cedía bajo mi peso y cada vez me hundía más en ella. Y tragando arena rojiza de paso.
Me estaba asfixiando.
“¿Seré gilipollas?” –pensé una fracción de segundo antes de perder el conocimiento.

Es curioso como la falta de oxigeno cerebral dispara la evocación de recuerdos; todos los recuerdos: los buenos y los que aún siguen clavándote puñales. Y hasta los recuerdos de los sueños. El organismo lucha por mantener indemne hasta el último momento la memoria como si fuera la parte más importante de un ser humano que hay que preservar.
En un instante todo lo vivido, todo lo imaginado y todo lo deseado, se presenta en escenas aceleradas hasta la velocidad de la luz; estallando en explosiones de colores desconocidos. Mezclando tiempos y experiencias. Mezclando rostros y nombres. Libros, películas, pinturas...


Rilke había escrito en Capri estos versos:
“Ahora cierra los ojos: para que podamos
guardar todo esto
en nuestra oscuridad, en nuestro descanso”
Pero yo no estaba en Capri.
¿O sí?
Yo estaba en calzoncillos, tumbado boca abajo en la cama. Sara, tampoco llevaba encima más prenda que unas bragas boxer. Se puso a horcajadas sobre mi cintura y se inclinó para besarme la nuca; sus pezones me hacían cosquillas en los omóplatos.
-    “Tienes un nudo en los músculos de aquí –dijo Sara apretando con el dedo en un punto  situado en la mitad de la espalda–. Una buena pelota. No te cuidas las lesiones”
-    “Bah –repliqué–, es por la tensión que llevo estos días. Nada que tus deditos mágicos no puedan aliviar”.
-    “Anda, mira qué bien. El niño quiere un masajito. ¿Y tú qué me vas a dar a cambio?”
-    “El cielo. Voy a bajar el cielo y derramarlo a besos sobre tu piel.”
-    “¿Cuántas veces habrás dicho esas palabras?”
-    “Nunca, es la primera vez. Sólo para tus oídos –dije girando más la cabeza y sonriendo.”
-    “No te creo, mentiroso.”
-    “No soy mentiroso. Soy complicado, pero no mentiroso.”
-    “Entonces dime una cosa, JM.”
-    “¿Qué, cielo?”
-    “¿Me quieres?”

-    “No. Negativo. ¿Cómo quieres que te lo diga?”
-    “Pero, JM, llevas encerrado en ese refugio de la playa dos semanas en pleno invierno.
-    “Estoy de permiso, Elena.”
-    “Vale. Entonces déjame que vaya a hacerte compañía unos días.”
-    “He dicho que no. No quiero estar con nadie.”
-    “Pero antes nos llevábamos bien. Antes de que conocieras a esa chica…Raquel. Ahora tienes que seguir adelante. La vida sigue y los muertos no vuelven.”
-    “He dicho que quiero estar solo. Lo siento, Elena, voy a colgar.”


Los ojos azulados, los rizos de su pelo rubio, los labios… los labios vencidos por el rapto ardiente de los míos.  Las máscaras ceden en la rueda de uno, cien crepúsculos, las lágrimas se deshilachan, los abrazos contienen vidas donde deseo irme lejos. Los ojos castaños, en la piel que la luna plagiara, las ramas de los brazos  flotando en la cama, el rocío como sudor en los polos diseminados de los amantes, sus ojos enlutados, su lengua lujuriosa, sembrándome de estrellas.


-    “Raquel. Quiero que vivas conmigo. Quiero despertarme contigo. Quiero pasear de tu mano por el parque de El Retiro. Ir contigo a la cola del pescado.”
-    “Tonto… Ya nada me apartará nunca de ti.”
Nada. Excepto la hermana gemela ciega de la nada.
La oscuridad de los desaparecidos.
Y el amor que se enfría en un cuerpo abandonado.


Todas las mujeres, las que he creído amar, las que han creído amarme, las que me amargaron un tiempo de mi vida, aquellas que olvidé…todas son una. Un rostro de polvo en un sueño. Una búsqueda que duele ya demasiados siglos.


Ella me mira desde el fondo de la oscuridad. Y me alza con unas manos extrañamente poderosas, enérgicas.
Y me arroja fuera del camino de los ahogados.
Pero no son las manos de ella.
Son las manos del afgano tirando de mi cuerpo. Sacándome del agujero.
-    Vamos, my friend, come on, breathe, respira.
-    ¿Y los talibanes? –pregunto, tosiendo, escupiendo tierra.
-    Disappeared.
-    Disappeared
?
-    Lejos. Se han ido ya. No hay peligro.
-    ¿Iban hacia la ruta Lithium?
-    No. Hacia el norte. A sus refugios.
-    Gracias a Dios.
-    ¿Estás bien, my friend?
-    Pásame la cantimplora, Jaime. Cuando me hundí en ese hoyo no podía moverme. Entre la tierra y tus malditas yerbas pensé que iba a palmarla.
-    Esas yerbas te han salvado la vida. Redujeron tus constantes vitales al mínimo mientras pasaban cerca los talibanes.
-    Entonces eres tú el que me ha salvado la vida. ¿Cómo sabías que podría sobrevivir?
-    You don’t have to be fucking doctor House. Mi pueblo tiene también sus propios conocimientos de medicina. No todos somos bárbaros.
-    Ya. ¿Sabes una cosa Jaime?
-    Qué, my friend.
-    He tenido unas visiones muy extrañas. Creo que va siendo hora de regresar a mi país.
-     ¿Qué has visto? ¿Personas o animales?
-    Personas. Rostros de mujer que se fundían en uno.
-    Debes regresar a tu tierra. Si no lo haces ahora, puede que no regreses jamás. No sigas poniendo tu vida en riesgo una y otra vez. Metiéndote donde ningún extranjero en su sano juicio lo haría.
-    Tienes razón, estoy mayor para estos trotes.
-    Sí, my friend.
-    Oye, no hace falta que des la razón.
-    De verdad, my friend, de verdad, lo que creo es que tienes que marcharte. Regresa. Tu destino está ahora en tu país. Allí es donde encontrarás la voz que rompa el silencio.
-    ¿Qué silencio, Jaime? ¿De qué hablas? ¡Qué entenderás tú de eso!
-    Aquella que romperá el  silencio de tu corazón. Eso significaban tus visiones.


Escrito en La Manga un sábado de Mayo, mientras sonaba una y otra vez  "Your friend" de  Gregor Salto feat Chappell  ¡Es una pasadaaaa!
Escúchala en : http://www.youtube.com/watch?v=7zk0pEA6aAc
 

Verónica, la camarera de “El Brutus disco bar” de La Manga, llevaba cuatro años currando en ese local, pero ya no seguirá allí: está embarazada. Verónica, un beso y mis mejores deseos para tu futuro y el de tu hijo. No sé si alguna vez te lo dije, pero preparabas los mejores mojitos de toda la costa.

martes, 11 de mayo de 2010

EL TACTO ARREPENTIDO


No creo que debiera
llegar apresurado
a amarte,
si te amara.
Cara a cara
están los espacios blancos,
los extraños barrancos
de estas distancias encubiertas
que esquivas y sujetas
para no transbordar más sentimientos.

Hablar de deseo
es esperar la visita de tus dedos
sobre las calles vacías de mi cuerpo,
de tus besos sobre el pavimento
helado de mis labios.
Es
abrir los ojos
a la suave luz de nuestros huecos.
Es
la forma de la boca
que viene desde otra travesía
y no rehuyo.
Es
esta galería
excavada entre nosotros
con mareas que nunca antes se tocaron.

Me queda amar.
Amarte en todo,
si te amase.
Amarte roto, invariante,
en la espesura herida
de tus lágrimas, en el agua
emboscada de tu vida.
Tocar resonancias tatuadas
sobre modelos de brazos fronterizos
donde en otros tiempos he sido
lecho de nebulosas esculturas.

Como alas de una mariposa oscura
te entrego el tacto arrepentido.
Lejos queda la ausencia que gotea
su ritmo de metal fundido
en las arenas de Khana.
Reconozco ahora tu inflexión interna como mía
y devuelvo de aquellos naufragios azuzados
la envuelta caligrafía
sigilosamente hecha añicos,
aquel tiempo acostumbrado
a ser recurrente
viento del presente
en el pasado.

jueves, 6 de mayo de 2010

LA AFGANA (III de III)


-    Estás muy cambiada Dhara –repetí, sin salir de mi asombro.

Nada permanecía en la voz y en la mirada de Dhara que me recordase a la chica afgana de cuatro años atrás. Muy al contrario, me sacudió la sensación de estar siendo calibrado por un depredador antes de lanzarse al ataque.
Aquellos tonos dulces e ingenuos de sus ojos se habían disuelto en la oscuridad de un cielo a punto de descargar la tormenta. 


-    Sí, español. He cambiado. Gracias a ti –respondió.


Accioné a tientas el interruptor de una lámpara de mesa. Las pupilas de Dhara se contrajeron con la luz y recuperaron en parte el brillo suave y cálido que yo había conocido.


-    Cuando conseguimos huir del campamento de Zandrak –recordé–, alcanzamos la frontera con Irán y yo te dejé allí. Me dijiste que tenías familia en un poblado próximo.
-    Es cierto. Me diste agua, provisiones y me regalaste tu daga.
-    ¿Qué ocurrió después? ¿Pudiste encontrar a tus familiares?
-    Oh, sí, pero no me recibieron con entusiasmo, ni mucho menos. De entrada, me culparon de las matanzas que Zandrak había llevado a cabo en los poblados afganos que estaban en el borde de la frontera. Y también de que sus hombres terminaran de una forma cruel con la vida de mi madre. Sentí que de nuevo mi vida estaba en peligro y tuve que escapar. Esta vez sola.
-    Lo siento.
-    No. Fue lo mejor que pudo sucederme. Me topé con una patrulla americana, me llevaron a su base, me dieron refugio y poco tiempo después me contrataron como intérprete.
-    Eso es magnífico. Fue una suerte que te encontrases con ellos. Mi idea en principio fue llevarte a una base del ISAF, pero tú estabas obstinada en ir a ver a tus familiares de Irán.
-    Sí, tienes razón; no lo he olvidado. No fue culpa tuya.
-    ¿Qué ocurrió después Dhara? ¿Dónde estás viviendo ahora?
-    He vuelto al desierto. Los americanos me instruyeron bien y ahora hago trabajos de inteligencia para ellos.
-    ¿Inteligencia? ¿Quieres decir espionaje?
-    Oh, sí. Información. Me tiño el pelo y me coloco unas lentillas oscuras… o simplemente me pongo un burka y me convierto en nadie, ya sabes. Luego, recojo un poco de información de aquí o de allá o hago otro tipo de trabajo.
-    Prefiero no pensar en ello. Prefiero no pensar en que arriesgas de ese modo tu vida. Si los talibanes te capturan…
-    Los americanos me han entrenado a conciencia. Y  yo he sido buena alumna. Tanto, que una de las cosas que pude hacer fue infiltrarme en el campamento de nuestro viejo amigo Zandrak.
-    ¿Te ordenaron que fueras allí? Eso era todavía más peligroso que merodear cerca de los talibanes.
-    No, no, por supuesto. Al Señor de la Guerra se le consideraba todavía un aliado. Fue un trabajo que arreglé yo sola, los americanos no supieron nada.  Una liquidación de cuentas, si queremos llamarlo así. Me introduje en su tienda por la noche y lo asesiné como ejecutaban los antiguos guerreros afganos a sus enemigos más odiados.
-    ¿Quieres decir degollarlo y mutilarlo? –inquirí con aprensión.
-    Exacto. Rajé la garganta de Zandrak para que no gritara, y cuando se ahogó en su propia sangre, amputé sus genitales y se los introduje en la boca. 


Un sudor helado como la bocanada de una tumba se quedó pegado a mi nuca. ¿En qué habían convertido a aquella niña tierna y desvalida? Era una asesina. Un ser que vivía en los límites de la vida y de la muerte; sobreviviendo y matando con frialdad.
¿Habría podido yo evitar su vejación y una muerte segura de otro modo? Con sinceridad, creía que no, que nunca tuve otra opción. Pero no debí consentir dejarla sola en aquel trozo del desierto próximo a la frontera, por mucho que ella me insistiera en ello. Eso hacía que me sintiera ahora responsable de verla convertida en un sicario.
Deposité el revólver en una mesa del salón y apoyé  la mano en el brazo de un sofá.
Ella dio un par de pasos hacia mí, desanudó de su cuello un pañuelo de gasa blanco y se despojó de la chaqueta de cuero oscuro que llevaba encima. Sobre una ceñida camiseta apareció colgando del cuello un chaku –una daga de hoja curva– en su funda de piel. Con lentitud, extrajo la daga de su funda  y la extendió hacia mí. 


Hay un límite al que poco a poco te empuja el dolor de la ausencia, el recuerdo de los errores mordiendo como bestias heridas y el vacio amargo de cada despertar.
Un día cualquiera, algo regresa del pasado: espectros con labios abiertos o seres vivos con cuentas pendientes. Y el límite se traspasa. Y uno tiene la perfecta revelación de que hace tiempo que ya no debería existir, de que nada de lo que cree estar viviendo ahora importa en realidad.
Me quité la camisa y me senté en el suelo con las piernas cruzadas y el pecho desnudo. Había decidió entregar mi destino a Dhara y quería que ella fuera plenamente consciente de mi actitud.

-    Hay mucho odio y amargura en tu corazón, Dhara. Quizás pienses que yo soy también parte de ese pasado del que tienes que vengarte. Haz lo que creas que debes hacer. Yo nunca intentaré hacerte daño. No tuve más remedio que consumar aquello contigo o hubieras terminado de una forma horrible.


Dhara continuó acercando la mano con el arma mientras me miraba como el que se esfuerza en ver entre tinieblas. Al llegar al sitio donde estaba sentado, se inclinó hacia mí y su cabello, trigueño por la exposición al sol del desierto, acarició mi frente.
La afilada hoja que sujetaba su mano se detuvo a escasos milímetros de mi garganta, firme, sin el más ligero temblor. Hizo girar el cuchillo con un rápido movimiento de muñeca, de modo que el extremo punzante apuntó hacia ella,  ofreciéndome la empuñadura.


-    Lo sé, español. Sé que estoy viva gracias a ti. Toma, te devuelvo la daga que me diste cuando nos despedimos. Ya no la necesito.


Recogí el cuchillo y lo deposité a mi lado. Dhara se arrodilló frente a mí, colocándose a mi altura, pasó sus dedos crispados por mis sienes y me abrazó con fuerza, casi con violencia.


-    No sabes cómo he pensado en aquel día en que me tomaste –musitó con un tono de voz que me sonó como un lamento–. En nuestros cuerpos unidos sobre el  suelo de tierra, en el olor a sudor de nuestra piel, en la humillación a que nos obligaron.
-    Yo tampoco he logrado olvidarlo ni un solo día. No he dejado de sentirme culpable y de rogar porque te encontraras a salvo y llegara el instante en que pudieras comprenderlo y perdonarme.
-    Desde entonces se creó un vínculo entre nosotros que no cesa de atormentarnos. Y sólo hay una manera de liberarse de esa sensación de vergüenza, de haber cedido a la degradación a que nos obligaron nuestros guardianes.
-    ¿Qué manera? ¿A qué te refieres?
-    Hagamos el amor. Como dos seres humanos libres. Así, en el futuro,  llevaremos paz a los recuerdos que nos han unido todo este tiempo.
-    No puedo, Dhara. No me siento capaz de hacerlo.
-    ¿Qué ocurre? ¿No te gusto? Seguro que han pasado otras mujeres por tu vida.
-    No es eso. Eres preciosa, una mujer muy bella. Volverías loco a cualquier hombre. Y sí, han pasado muchas mujeres por mi vida; pero también hubo y hay todavía momentos en que no puedo estar con ninguna.
-    Sé lo que te sucedió. Tú dices que mi corazón está lleno de odio, pero el tuyo es un puro abismo de negrura. Por el bien de los dos, hagámoslo. Luego me iré y, quizás, ya no vuelvas a saber de mí. Quizás cualquier día de estos me maten al fin; parece un destino que no puedo eludir: el de una muerte violenta. Es lo que merezco.
-    No digas eso, no digas eso. No hables de ese modo, Dhara. No es lo que mereces. Has sufrido desde tú nacimiento, tú no has podido elegir cambiar de vida. Pero ahora puedes hacerlo; márchate a un lugar donde no te encuentre nadie. Yo puedo ayudarte a escapar y a encontrar un refugio seguro.
-    Gracias, pero ya es tarde para cambiar nada. Lo único que quiero de ti es que me hagas el amor. No puedes negármelo.
-    Dhara, aunque lo desease, me resultaría imposible. No puedo evitar seguir mirándote como aquella niña…


Sin pronunciar una palabra, Dhara deshizo su abrazo, se apartó de mí y se puso de pie. En la hondura del silencio, se fue desprendiendo con movimientos rápidos de toda su ropa hasta quedarse  desnuda.  Recogió el pañuelo de gasa blanco y tras sujetarlo a la cintura balanceó con sensualidad las caderas emulando una especie de danza tribal. Aquellos gestos avivaron dentro de mí algo que percibía como una llamada sexual primitiva, algo que enlazaba con la memoria animal que anida en el cerebro humano.


-    ¿Todavía piensas que soy aquella niña? –me preguntó en tono provocativo.

Conduje a Dhara de la mano hasta mi dormitorio tal y como lo habría hecho guiándola hacia un refugio en la noche del desierto. Flotando en la oscuridad de la habitación –sólo visibles para mí–,  los ojos del espectro de la mujer que había amado con el nombre de Raquel relumbraron con el estertor de una estrella que se extingue en el infinito. En su mirada latía la extrañeza de aquellos que se extravían en las minas de la muerte. La llamé en silencio. De repente sus ojos dejaron de ser nubes rojizas y me contemplaron irradiando compasión. Ternura. Perdón.
Entonces, la visión de Raquel se disolvió.
Y volqué mi cuerpo, mi alma liberada, el peso de mis sentidos, sobre la desnudez de la afgana.




"Nunca nacisteis
para ser un cenicero de sus penes."
 Strappado
Janet I. Buck (en homenaje a las mujeres que sufren la herencia de los talibanes en Afganistán)
http://www.rawa.org/janet.htm)

Bad Love, bad love
Booka Shade: http://www.youtube.com/watch?v=g2xgIp-m1uw&feature=related

Terminé de escribir La Afgana en La Manga, la noche del 1 de Mayo de 2010. Booka Shade sonando. El sabor de Absolut Citron helado en mis labios.  Otros recuerdos en mis labios, también.
Dedicado a los nacidos el ocho de Mayo, día de mi cumpleaños. Y también a los del 9 de Mayo.
Eh, vamos. El Kraken estará abierto. Estará en cualquier parte en que nos encontremos tú y yo. Soy un tipo complicado, pero nunca te mentiré. ¿Quién invita esta ronda?