viernes, 7 de febrero de 2014

UNA NOCHE DE JUERGA
































Hay que reconocer que Lorena, con sus cuarenta y tantos cumplidos, está muy, pero que muy buena, lástima que en lugar de cerebro tenga  un ordenador y probablemente instalada cualquier versión futura de Windows 8 millones en sus circuitos neuronales. Todo tiene que tenerlo previsto, programado y controlado. Sin embargo yo vivo cada vez más al día, no es que no quiera hacer ningún plan para el futuro pero prefiero que me seduzcan los buenos detalles de la vida, que para darte patadas en los huevos el destino no te avisa.
Lorena me saca de quicio con su manía de coger las tazas de café con la mano izquierda, siendo, como es ella, diestra. Dice que es para no beber en sitios públicos por el lado en el que lo hace la mayoría de la gente. La chica es un poco aprensiva. No me la imagino  compartiendo cantimplora en el desierto con unos afganos. Sin embargo, también ella tiene su corazoncito o, mejor dicho, sus necesidades.
-    Lorena, te veo muy estresada.
-    Tienes razón. Y así rindo menos en el trabajo.
Es abogada y de las que ganan una pasta.
Otra cosa que me revienta. No que gane una pasta, lo otro. Pero en este momento se lo perdono todo mientras me recreo en la generosa visión de sus pechos que permite contemplar  su blusa con un botón desabrochado de más.  Ella se ha dado cuenta, por supuesto, pero se hace la loca.
-    Si quieres te ayudo a relajarte –me aventuro.
-    Vale. El viernes por la tarde, mmm, déjame ver, de cinco a seis y media, me viene bien. Por cierto, ¿en el Ejército os hacen controles del SIDA?
-    Bueno, sí, nos hacen reconocimientos generales.
-    Ah, estupendo. Da gusto tener amigos como tú a mano.
-    Sí, pero va a ser que no me hace gracia que me tomes por un puñetero tratamiento fálico.
-    No digas chorradas. Tú lo pasas bien y yo lo mismo. Los dos ganamos.
-    Es que a mí no me van así las cosas. Me cortan un huevazo.
-    En el fondo eres un romántico y un pringao, así te va.
Cada vez me encuentro más raro en Madrid, casi me siento ya un paleto cuando dejo mi refugio de la playa y me acerco por aquí un par de días. Y eso que todavía conservo el ático, en un lugar estupendo, cerca de la plaza Castilla y con unas vistas fabulosas desde la terraza sin que me tape ningún edificio cercano. Un verdadero chollo.


Al final salí el viernes, pero no con Lorena ni a las cinco de la tarde. De madrugada, solo y a lo loco. O sea, como de costumbre. Decidí esta vez cambiar de ambiente y en lugar de meterme en el Kraken, con sus sesiones de música electrónica, me fui al Luna Morena, donde ponen un poquito de todo, incluido salsa y reggaetón, de los que no soy ningún fan,  pero eso es la gracia de la vida: variar de vez en cuando. El público que aparece por aquí es también más normalito, no hay tanto pijo o pija como en el Kraken los fines de semana, lo que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. En fin, que echaba de menos el Brutus Bar al lado de mi casa de la playa, donde probablemente a muchos les  parecería que los que vamos por ahí somos chusma, pero, oye, chusma con pedigrí  mediterráneo.
Acabo de ligar con Bea, o Bea acaba de ligar conmigo, que estas cosas tienen mucho de  improvisación. Soy unos cuantos tacos mayor que ella, pero la chica es desprendida. Eso o que le gustan las mezclas grises y oscuras de mi pelo. En fin, el caso es que es alegre, guapetona, con buenas curvas, vulgar sin complejos y de una urbanización de Navalcarnero. 
Está sonando una versión que no está mal del todo del conocido tema de Ventura “Obsesión”.
“Son las cinco en la mañana
y yo no he dormido nada
pensando en tu belleza…”
Bea me arrastra a la pista. Yo en esto de bailar salsa hago lo que puedo, que es moverme lo justo para no hacer el ridículo. Pero  esta chavala es una tromba y me acopla sus caderas con un movimiento diabólico despertando los nunca mejor llamados bajos instintos. Tengo que decir también que está un poco pedo. Y conforme pasa la noche, agarra un melocotón de no te menees.
No tengo nada en contra de las chicas que están trompas. Un tío bebido es un puto baboso. Pero en las chicas puede tener su punto, hasta cierta medida claro.
-    Tío, estoy un poco troncha, no voy a poder conducir a Navalcarnero.
-    ¿Y tus amigas?
-    Se han abierto ya.
-    Te puedes quedar a dormir en mi casa si te fías. Está cerca.
-    Me fio, tío, me fio, pareces legal. Eres de puta madre, tío –remató, besándome y metiéndome la lengua con sabor a Beefeater con Coca Cola  hasta la tráquea.
Entramos en mi casa y por un instante tuve la clara sensación de que no estábamos solos. No me refiero a un ladrón, ni a ningún intruso de carne y hueso. Encendí el equipo de música, puse un volumen bajo dado las horas intempestivas y, súbitamente, me pareció escuchar mi nombre. Mi nombre, pero de la forma en que solo una persona me ha llamado. Una persona que lleva muerta ocho años.
-    ¿Me invitas a una copa? –balbució Bea, sacándome de mi ensimismamiento.
-    Creo que ya has bebido bastante, no te va a sentar bien.
-     No seas coñazo, trae alguna cosa.
Regresé con la bebida, Bea dio un trago largo y dejó el vaso sobre el equipo de música.  Se giró para besarme con brusquedad y volví a sentir su lengua juguetona y alcohólica. De repente, me desabrochó el cinturón y tiró hacia abajo a lo bestia, agarrando también mis Calvin Klein.
-    Calma, nena, tranquila –acerté a articular, mientras ella trasteaba con la cremallera de mi pantalón.
Introduje mi mano debajo de su ropa y mis dedos fueron deslizándose con suavidad a lo largo de su espalda hasta su firme trasero. Noté el tacto de una braguitas minúsculas y aumentó mi excitación. A continuación,  la chica dobló las rodillas y apoyó su boca en mi bragueta. De improviso, experimentó una arcada y sin que tuviera tiempo de remediarlo me vomitó en los pantalones. En el acto, mi excitación disminuyó a cuarenta grados bajo cero.
Trasladé a Bea como pude hasta el cuarto de baño y allí terminó de despacharse a gusto. Tagliatelle al funghi, creo. Y todas las copas que se había endosado.
Limpié los restos de su cara y la refresqué un poco con una toalla húmeda.  Se quedó un momento tranquila, apoyada en la pared del baño y aproveché para quitarme los pantalones que ya apestaban a devuelto rancio.
La llevé en brazos hasta la cama, acomodándola como a un bebe. Enseguida se quedó dormida. Parecía aún más joven ahora. Apagué la luz y me fui a buscar una manta y el sillón para dormir.
Lorena, la abogada con mente de computadora, tenía razón. Tantas aventuras vividas por el  culo del mundo y al final soy un pringao.