domingo, 25 de noviembre de 2012

ALGUIEN AL OTRO LADO




Hablo en sueños,
mis ojos están húmedos pero sonrío,
he descubierto noches con asideros que suenan
con el tono de su voz,  años después de abandonar
el camino por el que transitábamos juntos
como si fuera el más hermoso.
En la orilla solo hay niebla y frío y relente que desgarra,
las sombras tienen un ritmo que condena cualquier intento
de sobrevivir al amor,
salvo tal vez su sonrisa mientras yo bebía un líquido fuerte
con la opalescencia de una minúscula Vía Láctea
cubierta de escarcha.
Todo,  el líquido, la luz de la luna, su sonrisa, nuestras miradas,
tenían  la misma densidad que glorifica la perfección de las olas,
que presiente la cosecha del beso.
Solo hay uno, un fondo con el misterio del alma,
una necesidad de descorrer cortinas de ausencia
en el color de sus ojos,
solo un fondo en la libertad del  calor que salta de piel en piel
y el deseo que lanza sus cartas inmutable,
haciendo caso omiso de la aproximación  en círculos
de la muerte,
como un pájaro de plumas rojas y pico de plomo.
De nuevo tomo sus manos y me estremezco,
puedo mirar durante horas el brillo del crepúsculo
que perdura en su pelo,
no existe el tiempo a su lado,
eso era para mí una certeza antes de que desapareciera,
antes de que besara por última vez su cuello
cubierto de estrellas de azafrán.
Estoy dormido y hablo en sueños
pero mis palabras vuelven solas, sin las suyas,
después de un largo viaje
por un cielo de flores oscuras.




domingo, 11 de noviembre de 2012

EL CIELO QUE TU AMABAS




Me despierto
desnudo de palabras,
he atravesado sueños esta noche
por los que nunca había viajado,
llevaba mares encerrados en los puños
y una sombra sin nombre vigilaba la realidad.
De alguna manera tomaba la memoria
que pasaba de la oscuridad a la luz y de la luz a la materia
rebotando en los costados del  universo,
dejando fragmentos de recuerdos
como estrellas muertas,
solos con una llama desvaneciéndose en los brazos,
islas donde se enfrían las voces
sin hogares al final del día,
sin el canon del beso,
desnudos como lobos,
solos en medio de leyes que están hechas para arder
y una clase de amor ronco,
el más doloroso
de todas las clases posibles,
esto es lo único que ha quedado.
Te quiero te decía al final,
debajo de un cielo cubierto de ojos
 y lágrimas cayendo a velocidad de vértigo,
esto es lo único que ha quedado.







jueves, 1 de noviembre de 2012

CRÓNICAS DE LA MARIPOSA NEGRA: EL INFRAMUNDO (I)



RESUMEN DE LAS ENTRADAS ANTERIORES
Una noche de tormenta JM sale de su apartamento en la playa para tomar una copa en el Brutus Bar. Allí conoce a  Rima, una extraña rumana que lleva un medallón en forma de mariposa negra. JM acompaña a Rima a su casa y allí sorprenden a un ladrón que, tras una pelea, consigue escapar con un antiguo libro, "El Libro de los Sollozos". Pasa un tiempo mientras JM tiene visiones de una mujer envuelta en un velo que oculta su rostro. Un día recibe la visita de la rumana en su apartamento  y en el mismo momento llega también Mónica, su mejor amiga, dando lugar a una embarazosa situación. Con posterioridad, Mónica y JM se hallan dando un paseo de noche por la ciudad y tienen un encuentro con una mujer que parece tener perturbadas sus facultades mentales y cuyo nombre es Mavra, "La Oscura".  Justamente en ese encuentro surge Rima de las sombras y Mónica y JM se alejan del lugar acompañados de la rumana. Deciden ir a tomar algo a un local llamado el Dukh, donde hay unos espectáculos que se diría sobrenaturales: Drac forma figuras de fuego en el aire y Gianna brota de una crisálida convertida en mujer-mariposa. Más tarde, Sight, la dueña del local, invita a JM y a Mónica a su despacho. De inmediato, JM se enamora de esa misteriosa mujer que está al tanto de muchos detalles de su vida; sin embargo le remuerde sentir el recuerdo de Rachel, la única mujer que había amado hasta entonces , una militar canadiense que resultó muerta en Afganistán. Bien avanzada la madrugada, JM se ofrece para acompañar a Sight a su domicilio, ayudándola a trasportar unos libros.


EL INFRAMUNDO (I)

La sangre se me heló literalmente en las venas cuando vi que aquel tipo, enjuto, pálido, vestido con un traje demasiado grueso para la estación del año, acercaba el filo de un enorme cuchillo de combate a la garganta de Sight. Delante de mí, otro sujeto, con una chaqueta abierta que liberaba un abultado abdomen y la mano derecha afianzada sobre la culata de una pistola a medio desenfundar, me bloqueaba el paso.
Apenas unos minutos antes, habíamos salido del Dukh, en dirección al domicilio de Sight, por una puerta lateral que daba acceso a una estrecha calzada antes de desembocar en un cruce.
-    Tú no te mueves o será peor –me había amenazado el cómplice de la pistola en un pésimo español–. Sólo queremos dar un consejo a la chica.
No me gustó nada la manera de transmitir el consejo.
Mi aspecto formal, con mi pulcra blazer azul y los voluminosos tomos del Gnosis de Mouravieff apuntalados entre mis brazos, me infundía el aire inofensivo de un bibliotecario y aumentaba la confianza del asaltante.
Parecía mentira que en unos instantes hubiéramos pasado de la conversación reposada que manteníamos  Sight y yo caminando sin prisa desde la salida del Dukh a la sórdida crudeza de esta coyuntura. Las luces de las farolas fijadas a los muros de las viviendas habían empezado a dar vueltas en mi cabeza al pasear al lado de la mujer que, de distintas formas y maneras, habitaba mis sueños desde la adolescencia. Nervioso, había apartado con premeditación de nuestra charla los temas que apuntaran a mis sentimientos personales.
-    Creo que aquí cerca están las excavaciones donde dicen haber descubierto restos de un altar dedicado al dios Moloch –había comentado, a sabiendas de la devoción de Sight por la Antigüedad.
-    Así es –asintió Sight–, pero el término Moloch se suele interpretar de modo inexacto: no es el nombre de un dios, sino que significa rito o sacrificio. En realidad,  el lugar era un tofhet, un recinto consagrado a Tanit, la diosa Madre, diosa cartaginesa de la Muerte y de la Magia. Lo más interesante es que, según las últimas excavaciones, hay indicios de que debajo existe un santuario aún más remoto dedicado a divinidades ctónicas, es decir, a los dioses o espíritus del inframundo.
-     No tenía noticias de ello. ¿Cómo estás tan bien informada?
-    Porque colaboro en la financiación de las investigaciones arqueológicas              – replicó Sight, dándolo por sentado–. Además, he realizado por mi cuenta estudios que…
Sight se había detenido de improviso.
Sus facciones, dulces hasta hacía un momento, se habían crispado en un rictus agresivo, sus pupilas dilatadas al máximo y la boca  entreabierta como un felino preparado para  lanzarse sobre la presa. Un segundo más tarde, su rostro se había suavizado de nuevo y me susurró: “Tranquilo, JM. Todo va a ir bien”.
“¡Maldita sea! –pensé con fastidio–. Siempre que oigo esas palabras es que a continuación ni voy a estar tranquilo ni nada va a  ir bien”.
 Una típica sacudida dolorosa en la cabeza y un ardor en la boca del estómago me alertaron sin equívocos de la inminencia de una situación peligrosa.
Fue entonces cuando dos ominosas sombras habían surgido velozmente de la esquina.
Ahora, Sight estaba retrocediendo unos pasos, forzada por el filo dentado del cuchillo.
-    ¿Qué es esto? –me interrogó el individuo del arma de fuego.
-    ¿Esto? –repetí, señalando con la mirada los tres volúmenes que sostenía.
-    Da. Esto –insistió, extrayendo algo más la pistola, una semiautomática, de su funda.
-    Esto, es el peso del conocimiento –dije, arrojando con fuerza los libros a sus pies.
La distracción provocada por mi maniobra fue fugaz, pero suficiente para que pudiera inmovilizar el arma con una mano, adoptar con la otra la forma de una horquilla y golpearle en la garganta. Tomando ventaja de la inercia del movimiento,  le derribé con una zancadilla, montándome a horcajadas encima de él. Con un breve vistazo,  observé que Sight había aprovechado también el momentáneo desconcierto de su agresor al escuchar el estrépito para encajarle una patada en el abdomen. En tanto, el matón que tenía inmovilizado se revolvió alcanzándome con un puñetazo en las costillas e intentó empuñar la pistola. Absorbí el dolor y procuré dispersarlo mentalmente como una mancha de aceite. Desde mi posición sobre su torso, me incliné para asestarle un codazo en la sien que le hundió en la inconsciencia.
“¡Sight! “
El pensamiento de que hubiera resultado herida me atravesó como el impacto de un disparo.
Me apropié del arma y de un salto me puse en pie temiendo lo peor.
Para mi asombro, el cuadro que contemplaba era propio de una coreografía musical: Sight apresaba la muñeca del hombre que blandía el cuchillo y mantenía su brazo estirado y retorcido. Con este agarre, le bandeaba como una marioneta de un lado  para otro,  parodiando un grotesco tango. Por fin, le obligó a voltear sobre su cuerpo, que se estrelló contra el pavimento. El cuchillo salió despedido, produciendo un repiqueteo metálico al rodar por el empedrado. Sin dar lugar a que se recuperase, Sight propinó al matón un puñetazo descendente en el pecho –una técnica típica del elegante y eficaz arte marcial ruso Systema, creado por Vladimir Vasiliev– que terminó con la confrontación.
El mismo Vasiliev había sentenciado en cierta ocasión: “En una pelea con cuchillos no hay vencedores, sólo supervivientes”. ¡Y ella se había impuesto a su atacante con las manos desnudas!
La actuación de Sight había sido formidable, pero no excepcional para una persona entrenada con rigor. Mi inquietud venía de la intuición de que esos no eran los únicos recursos que ella guardaba para enfrentarse a agresiones como la que acabábamos de sufrir.
Recursos más sutiles.
O, por el contrario, más salvajes…
La mirada de Sight se cruzó de súbito con la mía.
-    ¿Estás bien? –gritamos a la par.
Ninguno de los dos presentábamos heridas.
-    Vámonos de aquí –dijo Sight, con serenidad–. Odio las encrucijadas. ¿Puedes recoger los libros?
-    Claro. ¿Qué hacemos con la pistola?
-    No me gustan las armas de fuego.
-    Es una Gurzá rusa de 9 mm.
-    Gurzá es el nombre de una serpiente venenosa de Asia Central.
-    Pues los proyectiles que dispara esta serpiente son capaces de perforar el kevlar de un chaleco blindado como la mantequilla.
-     ¿Tú la necesitas para algo?
Sin demorarme en responder, arrojé por un desagüe la semiautomática, reuní los tomos abandonados en el suelo  y emprendimos raudos la marcha.
-    Trae, dame algún libro –se ofreció Sight.
-    No, no, tú sigue, que puedo con ellos –contesté con sacrificada cortesía.
Tras doblar un par de esquinas, una cuesta bordeada por sendas hileras de pinos mediterráneos nos condujo a una impresionante mansión de dos plantas. Varios focos encastrados en los muros del perímetro alumbraban con luz opaca la fachada  modernista, con herrerías que recreaban círculos y espirales. Franqueamos la puerta enrejada del jardín y nos recibió un sendero que zigzagueaba entre setos de adelfas. A un lado y otro, se adivinaban las siluetas temblorosas de los sauces y abundantes macizos de rosales.  Sin embargo, mirando hacia arriba, cautivaba un panorama aún más deslumbrante: el de una frondosa vegetación que excedía  la  balaustrada de la azotea para colgar fantasmalmente hacia la calle.
-    ¿Qué buscarían esos  hombres? –dije, con el aliento quebrado, mientras trotábamos hacia el edificio y aferraba los textos iniciáticos de Mouravieff para evitar que resbalaran.
-    Supongo que atracarnos –repuso Sight sin detenerse.
-    No tenían mucha facha de ladrones. Creí entender a uno de ellos que su cometido era darte un recado o algo así.
-    Hay gente muy rara hoy día.
-    Y que lo digas –farfullé–. Menos mal que era un barrio pacífico.
-    Lo es.
Por fin, alcanzamos el portal. Junto al margen derecho se leía en una placa metálica “Sight. Sargon Europe Co. Ltd.”. En la picuda parte superior del marco figuraba la inscripción de un indescifrable signo o ideograma.
-    Cabe la posibilidad de que todo el jaleo sea porque estás en una lista de morosos y te han enviado una modalidad más agresiva del cobrador del frac.
La ironía es a menudo el último recurso de la desesperación y con mi puya pretendía sonsacar a Sight la razón de nuestro desagradable encontronazo. Tenía todas las trazas de ser un encargo efectuado por sicarios y estaba convencido de que Sight conocía la verdad.
-    Eres muy chistoso, ¿no te lo han dicho? Entremos y ya hablamos luego.
Sight tecleó una combinación en el panel de una cerradura de combinación electrónica y nos introdujimos en la seguridad del recinto.
O eso esperaba.
También podría haberse mentado aquello de “meterse en la boca del lobo”.
Por fortuna, la boca del lobo no tenía nada de siniestra: rebasada la entrada, se abría en la planta inferior un gigantesco salón de acabado minimalista, con paredes agrisadas tirando a un granito claro. Un sofá de tres plazas junto a una lámpara Fortuny me atrajo como un oasis en el desierto. Mi gesto no le pasó desapercibido a Sight.
-    Deja los libros en cualquier sitio y ponte cómodo, por favor. ¿Te apetece tomar algo?
-    Por ahora no, gracias –decliné, colocando a Mouravieff sobre una suntuosa consola revestida con un estilo oriental–. De todos modos, tendré que irme pronto.
-    ¿Tienes que trabajar mañana domingo?
-    Hoy domingo –precisé, echando un vistazo al reloj–. Pero no, no tengo que ir al hospital.
-    En tal caso, si no te importa, hazme compañía un rato.
Se sentó a mi lado, estirando los músculos de la espalda, suspiró con desahogo y se recompuso la blusa. Recordé el borde del tatuaje que había atisbado en su pecho cuando estábamos en el despacho del Dukh y faltó poco para que volviera a poner fervor en el empeño de vislumbrarlo con mayor claridad. Antes de que Sight tomase mi actitud como una grosería, desvié mi atención hacia el perfil de su rostro.
Captando mi turbación, Sitght giró la cabeza y me miró con una leve suspicacia, pero risueña y confortadora. En sus ojos resplandecía la resurrección de un mundo extinguido, la oscuridad rasgada por el reflejo de un espejo, la niebla aguamarina que penetraba en mis entrañas. “¡Oh –pensé– moriría, moriría en esa mirada!”
-    No tardará mucho en amanecer, me quedaré hasta comprobar que todo sigue en calma –musité.
-    Te lo agradezco. Si no fuera por ti, no podría haberme enfrentado a los dos matones.
-    Lo peor es que estaban bien armados. Pero, bueno, tengo la impresión de que hubieras hallado un medio de deshacerte de ellos.
-    Sé defenderme…
-    Desde luego.
-    …pero creo que sobrevaloras mis capacidades. De cualquier manera, estabas allí. Y ya son, en realidad, varias cosas las que debo agradecerte.
-    ¿Ah, sí? ¿Cuáles?
-    No te lo he mencionado en el Dukh, pero  también estoy en deuda por haber ayudado a Rima cuando robaron en su casa. Aunque es palpable la confianza que tienes con Mónica, dudaba de si era acertado sacar a relucir la incidencia delante de ella. Rima me lo contó todo y, desde entonces, deseaba tener una ocasión para conversar con su caballero andante y darle las gracias. Ella es como una hermana pequeña para mí.
-    Rima te admira, yo diría que te adora. Precisamente, hablando de deudas, me reveló que ella tenía contigo una de esas que no son fáciles de saldar.
-    Exagera. Sin embargo, es cierto que las circunstancias en que nos reunió la vida fueron muy dramáticas.
-    Rima no quiso entrar en pormenores…
-    Es comprensible, fueron sucesos tan terribles como la más pavorosa de las pesadillas.
-    ¿Cómo coincidiste con ella? Si no es indiscreción…
-    No importa –murmuró Sight con una débil exhalación–. El caso –prosiguió en un tono más firme– no pasó inadvertido, corrió de voz en voz entre los habitantes de la región, al menos los datos superficiales. Sucedió en una época en que yo había regresado a Kirguizistán por motivos de negocios, después de largos años de ausencia. Me hallaba en una zona despoblada entre Biskek, la capital, y el aeropuerto de Manás, buscando solares para instalar una nave industrial.
-    ¿Rima vivía allí? –inquirí, en mi ansia de no perderme ningún extremo.
-    Los padres de Rima habían emigrado a Kirguizistán desde Rumania, siendo ella aún una niña, para trabajar en un modesto  comercio que poseían unos parientes en el principal mercado de la capital. Transcurrió su infancia con penurias, pero ella creció hasta convertirse en una jovencita muy agraciada, no sólo en el físico sino también en el temperamento, siempre alegre, cariñosa y muy independiente.
-    Sigue siendo muy atractiva –interrumpí de nuevo–, pero ahora tiende a exteriorizar un carácter adusto y sombrío.
-    Déjame continuar  –dijo con determinación, dejando patente que deseaba concluir cuanto antes con la historia–. Tenía un novio, o, mejor dicho, un pretendiente que conoció en el mercado de Biskek, pero a quien después rehuyó porque él había elegido relacionarse con el ambiente de delincuencia. Ella soñaba con escapar del agobio y la miseria donde había crecido y vivir en algún lugar del extranjero. Por desgracia, en aquellas fechas, todavía se toleraba, sobre todo en los estratos sociales más débiles, la vieja y bárbara costumbre de raptar a las novias.  En la mayoría de las ocasiones, existía un tácito acuerdo entre las parejas y sus respectivas familias, aunque aquí la situación era distinta, ya que tanto a Rima como a sus padres les desagradaba sobremanera un enlace con aquel hombre: un elemento pendenciero y sin escrúpulos que pertenecía a los Shestiorka, el escalón más ínfimo del hampa. Ellos se encargaban de ejecutar los trabajos más infames y violentos para alguna de las innumerables bandas de la Organizatsja, la mafia rusa. Un día, en definitiva, Rima fue secuestrada y la arrastraron hasta un desguace de automóviles abandonado, casualmente en las inmediaciones del área que yo tenía previsto inspeccionar para construir mis almacenes. En ese lugar, el que se pretendía novio de Rima la instó a que se fuera a vivir con él. Ante la obstinada negativa de ella, y con ayuda de varios compinches, la violó. Rima opuso feroz  resistencia y le mordió en un brazo, desgarrándole la carne justo donde aquel monstruo lucía con vil orgullo el tatuaje de una cabeza de tigre.
Me oprimí con los dedos el entrecejo y pestañeé con rabia, truncando con mi ademán el relato de Sight.
-    Perdona –me excusé ante su brusco silencio–. Conforme te escuchaba estaba temiendo ese desenlace… ¿Lo del tigre tiene alguna relevancia?
-    Lo tiene para esa gentuza: significa que el poseedor no se detiene ante nada y exhibe un desmedido grado de crueldad. Es muy popular y valorado entre ellos.
-    De acuerdo… ¿Qué sucedió después?
-    Una vez que aquel depravado satisfizo su deseo, continuó maltratándola  e injuriándola, enloquecido por el rechazo de Rima y el dolor de la mordedura. Dados los orígenes zíngaros de Rima y que ella había mostrado desde pequeña ciertas facultades extraordinarias –que no sabía aún controlar–, la ataron mientras la llamaban bruja, vampiro y un sin fin de barbaridades hasta que decidieron quemarla viva.
-    ¡Por Dios, es espantoso! –exclamé
-    No hay palabras…
Sight se enderezó en el sofá e inclinó la cabeza hacia atrás, deslizando su cabellera en el vacío como una ola de espumas doradas y carmesíes. Hizo una pausa, reclamándose un último esfuerzo, y reanudó la descripción de la trágica escena. 
-     La ciñeron el cuerpo con una llanta de neumático, rociándola con gasolina…
-    ¡Salvajes!
-    Quiso la fortuna que Sergei, el portero del Dukh a quien habrás conocido, y yo pasáramos cerca en ese instante en un vehículo todoterreno. Escuchamos los gritos desesperados de Rima y nos lanzamos en su auxilio.
Sight enmudeció como si el retorno de aquellas imágenes hubiera paralizado su respiración.
-    ¿Cómo terminó todo? –urgí, impaciente–. ¿Tuvisteis Sergei y tú dificultades para parar a los criminales?
-    Ninguna –pronunció ya con voz serena, mientras sus labios dibujaban una sonrisa desprovista de humanidad.
-    Me lo imaginaba. ¿Cómo acabó el sádico pretendiente de Rima?
-     Perdió la vista –respondió escuetamente.
-    ¿La vista?
-    Sí. Acabó ciego.
-    ¿Qué le pasó?
-    Es posible que alguno de los golpes que recibió…
-    Es posible –aprobé, sin convencimiento–. ¿Y Rima?
-    La recogimos y nos encargamos de que sanaran sus heridas… externas. Después, persuadimos a los padres de que, para evitar alguna eventual represalia, sería preferible salir del  país. Así que acogí a Rima y me ocupé de trasladarla a Inglaterra donde ingresó en una escuela privada que sustenta mi organización…, mi compañía, quiero decir. Allí permaneció muchos años, durante los cuales la visité a menudo, hasta que se mudó a España.  Ahora vive en la playa, como ya sabes.
-    Sí, ya sé. Es evidente que ahora no tiene nada que ver con aquella jovencita ingenua e indefensa.
-    Rima desplegó sus facultades naturales y aprendió a protegerse. Pero su pasaje por el infierno le dejó amargas secuelas.  Durante mucho tiempo no soportó la proximidad de un hombre y fue desarrollando una insana tendencia a recrearse en el dolor, incluso físico.
-    Cuando la conocí, bueno, fue en un bar de copas de la playa, el Brutus, a lo mejor has estado ahí, aunque no te pega…
-    Alguna vez.
-    Pues, me gustó, no, vamos, que me cayó bien, ¿entiendes?  Admito que me invadió una sensación de morbosidad… pero que no pasó nada entre nosotros, bobadas…
-    Estoy al tanto –atajó con expresión severa.
-    ¿Sí?
-    No te preocupes. Tú también le caíste bien a Rima. Y eso no es frecuente.
-    Me alegro, es estupenda… una buena chica, vaya.
-    O sea, que te hubieras acostado con ella…
-    ¿Eh? ¡Qué va, Sight! Ni se me pasó por la cabeza…
-    ¡No me lo digas!: ibas a su casa a escuchar su colección de manele y heavy metal.
Al traer a colación aquella turbulenta noche con Rima, estaba dispuesto a aprovechar la oportunidad para exigir algunas aclaraciones, puesto que en gran medida Sight era la responsable del incidente con el intruso al haber entregado la bolsa con el cofre y el misterioso libro a la rumana. Por el contrario, me hallaba atrapado en una encerrona, empujado a justificar mi conducta. Decidí imprimir un ligero sesgo al asunto.