domingo, 6 de mayo de 2012

LA MARIPOSA NEGRA: AVENTURA EN LA TIERRA DEL FUEGO



 Acababa de concluir un periodo de embarque a bordo de un buque que cumplía una campaña de investigación oceanográfica en aguas antárticas. Habían transcurrido varios meses navegando por el tormentoso Mar de Brandsfield y me desembarcaron en Usuahia, en la punta más austral de la Tierra del Fuego. Todavía conservaba vivas en mis retinas las imágenes sobrecogedoras de los icebergs de hielo azul, de sus amenazadores vástagos, los ʹgrowlersʹ, y de las espectrales apariciones de la aurora austral.
Deseaba un regreso tranquilo, saboreando los inacabables contrastes de la cordillera fueguina, los panoramas de los lagos helados y las caminatas a través de los bosques de lenga y canelo. Tras varios días en la zona, vagabundeando como cualquier turista, y reflexionando sobre cómo invertir mi tiempo libre, aposté por alcanzar la ciudad chilena de Punta Arenas y cruzar la Patagonia en autobús hasta el aeropuerto de Rio Gallegos. El ʹcolectivoʹ , como llaman allí al autobús,  estaba casi al completo, en su mayoría ocupado por habitantes de esas provincias, además de algún ave de corral que en ocasiones lograba liberarse de la prisión de su cesto. El viaje discurría con lentitud y normalidad, interrumpido por eventuales detenciones en encrucijadas próximas a pequeñas localidades. En una de esas paradas, subieron un hombre y una mujer  de edad madura y rasgos coreanos, acompañados por una joven que parecía ser su hija. Las mujeres se instalaron en unos de los pocos asientos libres, situados justo delante de mí, y el hombre se acomodó a mi lado. No había transcurrido ni una hora de marcha, cuando la joven se sintió indispuesta y el hombre tuvo que levantarse y mantener un precario equilibrio mientras trataba de atenderla y conversar con ella en su idioma. Yo había mantenido durante varios años una estrecha relación con nativos coreanos, cuando me entrenaba en taekwondo y hapkido, pero mi conocimiento del lenguaje se limitaba a unas cuantas formalidades y términos propios de las artes marciales. No obstante, me esforcé en hacerles comprender que era médico y que les ofertaba mi ayuda. El hombre me miró, hizo una leve reverencia y se expresó  en un español rudo pero inteligible. Agradeció mis intenciones y añadió que no eran necesarias porque sólo se trataba de un trastorno pasajero y ya estaba desapareciendo. En efecto, la joven recobró el color del rostro y bebió un sorbo de una botella de agua. El hombre volvió a sentarse y me dijo que se llamaba Kim y que viajaba junto a su esposa y su hija para que esta última fuese examinada en un hospital de Rio Gallegos. Padecía episodios súbitos de mareos y él mismo había comprobado que sus pulsaciones se comportaban de manera anormal. Ni la  acupuntura, ni el ʹAmmaʹ, ni otros métodos de revitalización energética, eran capaces de prevenir la recurrencia de los ataques. Por pura devoción  profesional, no pude menos que inquirir sobre las circunstancias de la enfermedad. Kim tomó mi curiosidad como muestra de genuina preocupación y, superando la natural reserva de su raza con los desconocidos, comenzó a deshojar fragmentos de sus vidas y de las circunstancias en las que había brotado la enfermedad de su hija. Al principio, pensé en algún tipo de crisis epiléptica, pero, como siempre, los datos de la historia en torno al origen de la afección serían claves para el diagnóstico.
 Kim y su esposa embarazada habían emigrado a Argentina en la década de los ochenta, alojándose en el barrio porteño de Coreatown. Las posibilidades de trabajo eran escasas y sólo lograron empleo en los servicios más humildes e ingratos, compartiendo fatigas con inmigrantes bolivianos. En esas condiciones, la mujer dio a luz y, transcurrido un año, acordaron trasladarse a una extensión montañosa de la Tierra del Fuego. Allí residían ya otros compatriotas, pues la región guardaba gran similitud con su población natal. Su hija siempre se había conservado sana hasta el inicio de los actuales síntomas, apenas hacía unos meses.
Me hallaba abstraído en el relato de Kim, barajando distintas sospechas diagnósticas, cuando el autobús se detuvo en seco al salir de una curva y se escucharon varios disparos que impactaron en el segmento delantero. Me asomé, medio agachado, para otear por las ventanillas y descubrí a tres hombres de aspecto miserable, vestidos con una mezcla de chaquetones, botas militares y raídas prendas civiles. Los tres aferraban sendos fusiles de asalto FAL y empezaron a ordenar a gritos que descendiésemos del autobús.  Obedecimos, entre gestos de pánico, chillidos y exclamaciones de  “¡nos van a matar a todos!” y “¡ya nos lo advirtieron las autoridades!”.  En el exterior, nos alinearon en una hilera y exigieron que depositásemos el dinero y nuestras pertenencias en el suelo. Yo estaba situado a continuación de Kim y su familia. Cuando uno de los atacantes desfiló a nuestra altura, se paró enfrente y deslizó un mugriento dedo sobre la delicada mejilla de la joven coreana.

(Realicé el mismo gesto que estaba describiendo sobre la cara de Mónica y ésta respondió simulando un exagerado estremecimiento).
 Noté que los músculos de Kim se tensaban.
-    ¡No está mal la chinita! –dijo aquel individuo con una carcajada, dejando al descubierto sus encías apergaminadas y una dentadura diezmada del color de la pólvora–-. ¿Qué os parece si  la llevamos con nosotros? –añadió, dirigiéndose a sus compinches, que celebraron a su vez con risotadas la propuesta.
-     ¡Espera –intervine–, deja en paz a la chica! ¡Tengo un montón de dórales en el forro del pantalón! –proseguí, adelantándome despacio y con los brazos caídos–. Puedes llevártelos y dejarnos marchar.
-    ¡Vaya con el  ʹgallegoʹ! –contestó el matón, al reconocer mi acento español–. ¡Venga, dame la plata!
Sin dejar de mirar el arma, me incliné para introducir la mano en el dobladillo de mis gastados pantalones  vaqueros.  El forajido trató entonces de manosear el pecho de la muchacha, que se encogió aterrada. Me enderecé enseguida, pero, antes de poder articular palabra, el repugnante individuo asió el  fusil con las dos manos y ejecutó un violento giro para golpearme en la cabeza. Volví a agacharme como un rayo y le asesté un puñetazo en el bajo vientre que le hizo soltar el FAL con un bramido de dolor. Pretendí apoderarme del arma, pero otro asaltante llegó corriendo por detrás y me propinó un violento golpe en la espalda con la culata que me llevó a estrellarme de bruces contra el terreno. Me esforcé por incorporarme, pero sentí el ominoso contacto de un cañón presionando sobre mi nuca.
-    ¡Date la vuelta!
 Me giré sin apresurarme y entreabrí la boca deslizando la lengua sobre el polvo de mis labios como si fuera la piel de una hermosa mujer donde depositaba mi último beso: estaba seguro de que me iban a pegar un tiro allí mismo.
 Una mariposa de alas oscuras aquietó su vuelo delante de mi visión, augurando la llegada de la muerte, pero el destello borroso de una sombra humana se interpuso entre nosotros con la agilidad de un depredador: Kim se lanzó como una exhalación contra mi verdugo y le descargó un puñetazo debajo de la clavícula, en el paquete vasculo-nervioso  emplazado debajo del punto llamado ʹde los mil placeresʹ o ʹcoin d’amourʹ, acompañado de otro impacto con la punta de los dedos en el entrecejo. No se molestó ni siquiera en comprobar las consecuencias, que ya suponía de sobra, y se abalanzó sobre el tercer atacante que, tras un segundo de estupor, abrió fuego sin precisión.  Kim brincaba de un lado para otro y yo aproveché la oportunidad para levantarme e intentar recuperar el fusil. En mi dirección, reapareció  tambaleante el sujeto a quien yo había golpeado y, sin cesar de moverme, le asesté un patada circular en la mandíbula, comprobando con satisfacción que varias piezas dentales putrefactas salían despedidas. Realicé una voltereta y agarré el arma como una náufrago la borda de una lancha. Comprobé que Kim no estuviera en la línea de tiro, mantuve el equilibrio, y efectué una ráfaga corta con el FAL que sacudió como a una marioneta al único agresor que restaba antes de caer muerto sobre unos arbustos.
 Los viajeros fueron recobrando gradualmente la serenidad y el conductor revisó el autobús en busca de posibles averías. Uno de los faros estaba hecho añicos y en el capó se apreciaban dos orificios  producidos por los balazos.  El motor arrancó, pero observamos que asomaban de manera esporádica hilillos de aceite ennegrecido.  Ante estos desperfectos, el conductor resolvió con buen juicio no seguir atravesando la Patagonia y retroceder hacia la población más cercana donde podría reparar el vehículo o pedir socorro a su central.  La travesía se nos antojó eterna y sofocante, hasta que arribamos a una localidad contigua al paraje donde habíamos recogido a la familia de Kim.
 Aguardamos a que el responsable del transporte procediera con sus gestiones, inmersos en una silenciosa incertidumbre. Me recosté en el rígido respaldo del asiento tratando de relajar la musculatura contundida.
-    ¿Cómo va tu espalda?  –inquirió Kim.
-     Bien, salvo por la losa con clavos que me está aplastando.
-     ¿Losa?... ¡Ah!, entiendo…un chiste español.
-     ¡Ya quisiera yo que fuera un chiste!
-    Estoy en deuda contigo por salir en defensa de mi hija –dijo Kim con gravedad–. Casi te cuesta la vida.
-    Que tú salvaste en el momento oportuno. Estamos en paz, Kim.
-     Déjame ver tu espalda.
 Me despojé del polo sudado y polvoriento que llevaba puesto y Kim recorrió con dedos firmes la zona lesionada para acometer con presiones las raíces nerviosas. Experimenté el alivio inmediato que provocaría la infiltración de un anestésico local.
-     Ahora, quítate una bota –ordenó.
 No adivinaba qué relación existía entre el músculo trapecio y mi pie, pero preferí no cuestionarle. Kim utilizó un dedo pulgar para ejercer compresión sobre un punto del talón.
-    ¿Mejor?
-    Mucho mejor – asentí, agradecido–.Me temo que he sido descuidado, todos los meses que he permanecido embarcado han debido de mermar mi entrenamiento.
-    No luchas mal, pero es un suicidio enfrentarse a hombres armados con las manos vacías.
-    No quería pelear, sólo pretendía que se conformaran con el dinero y se marcharan. De todas maneras, ¿tú qué habrías hecho?
-    Estaba dispuesto a atacarles –admitió Kim–. Quizás no de la misma manera que tú, pero lo hubiera hecho, aunque significara perder la vida.
-    Tú sabes combatir con una eficacia endiablada. Nunca había visto a nadie utilizar esa clase de técnicas.
-    ¡Ah, ja, ja! Tengo algo que proponerte, amigo español.

 
El resplandor de dos ojos como uvas carmesíes en la cabeza puntiaguda de un lagarto enroscado atrajo mi atención. Sólo era un teléfono, de supuesto diseño, acoplado detrás de la barra bajo un espejo de aguas mate en forma de T, que transmitía una llamada. Al mismo tiempo, la música evolucionó como un goteo hacia los paisajes oníricos de Kangding Ray,  flotando en cada átomo del Dukh: una selección bastante inaudita para un lugar de ocio; tan sólo mi amigo Héctor, el DJ del Brutus, me obsequiaba con esos temas cuando había poco público en el bar.  “Lo cierto –pensé, enarcando las cejas mientras suspendía mi relato– es que no puede sorprenderme ya nada de este lugar”. El camarero descolgó el teléfono y enfocó su mirada hacia nosotros. Con una seña, le acercó el estrambótico aparato a Mónica, quien apenas pronunció unas palabras.
-    Es Sight – reveló Mónica–. Dice que le agradaría mucho invitarnos a su despacho. “Si no es inconveniencia” –agregó, representando con los dedos unas comillas.
¿Cómo demonios sabía la dueña del establecimiento que estábamos allí?: las cámaras de video, cuidadosamente camufladas, eran una buena respuesta… sin mencionar que Rima había preguntado por “la jefa” en la entrada para desvanecerse acto seguido. Tanto guardaespaldas, tantas medidas de seguridad y tanto secreto, me estaban resultando cargantes por muy lujosa que fuera la sala de espectáculos.
-    Mira, Mónica, la verdad es que no tengo muchas ganas de invitaciones y visitas. ¿Por qué no te excusas diciendo que es tarde y que ya aceptaremos encantados otro día?
-    ¡Desde luego, qué arisco pareces, hijo! ¿Dónde está tu educación? Ya he contestado que subiríamos dentro de unos momentos. Hazlo por la buena marcha de mi trabajo –persistió Mónica, tozuda-. Además, creo que Sight es una de las pocas mujeres que conozco cuyo trato te conviene, aparte de mí, desde luego. Me da la impresión de que os llevareis bien. A lo mejor hago mal en presentártela, ja, ja…Pero antes que nada, tienes que terminar tu historia. Y no pongas esa cara, hombre –me espetó–-. Ya verás cómo te llevas una sorpresa.
-    No apostaría nada en contra… –refunfuñé, malhumorado–. Al final, siempre consigues liarme.
-    Venga, deja de protestar y sigue contando –ordenó Mónica.
-    No sé para qué… En fin –suspiré, aceptando lo inevitable–, ¿dónde me había quedado? Ah, sí…


 Después de una corta deliberación con su mujer y su hija, Kim optó por no permanecer allí más tiempo y emprender la vuelta a su domicilio. El área en que los compatriotas de Kim habían establecido un pequeño poblado distaba sólo una hora andando. La chica se encontraba restablecida y mostraba un aspecto muy saludable; ya acudirían al hospital con posterioridad, antes de que llegase la larga estación de frío. Kim me hizo ver que posiblemente el conductor habría informado a la Policía de los sucesos, en los cuales ambos nos hallábamos involucrados como protagonistas. A pesar de haber actuado en legítima defensa, al menos él no deseaba ser objeto de las complicaciones derivadas de una investigación policial. En cuanto a mí, me brindó la oportunidad de quedarme con ellos una temporada en las montañas. Comprendí que su oferta constituía un honor muy especial y la idea me conquistó de inmediato.
 Así fue como emprendí mi estancia con los coreanos en una aldea fueguina a la que accedimos por un sendero de guanacos, entre ollas rocosas y pequeños lagos nutridos por glaciares. Sumando mis vacaciones y permisos atrasados, disponía de dos meses libres. Sin embargo, un nuevo evento prolongaría mi permanencia mucho más de lo calculado: a los pocos días de llegar, la hija de Kim sufrió otro ataque con pérdida de consciencia. Al explorarla, constaté que, aunque aún respiraba,  el pulso era impalpable. Localicé el centro del pecho, puse una mano sobre la otra, y me dispuse a proceder con maniobras de reanimación cuando la joven recobró el conocimiento y tosió varias veces. Ahora, el pulso era irregular, pero poco a poco fue recuperando un ritmo y una amplitud de la onda normales. Pasé los dedos con delicadeza sobre su frente perlada por un sudor frío y despejé algunos mechones humedecidos de su pelo oscuro. La muchacha, aún desorientada, se incorporó en el suelo y me abrazó sollozando.
El contacto físico hizo emerger una cadena de  procesos sensoriales de carácter intuitivo desde los suburbios de mi cerebro: por unos segundos se agolparon en mis pensamientos secuencias de algoritmos  diagnósticos, mezclados con los antecedentes de la familia en Argentina que Kim me había narrado. Y entonces vislumbré una posibilidad que encajaba con todo: la Enfermedad de Chagas. El proceso consiste, abreviando, en una infección por parásitos que propagan unos insectos chupadores de sangre, conocidos en América del Sur como vinchucas o chinches gauchas. Recordé lo que Kim me había descrito: durante una temporada convivieron en penosos trabajos que duraban día y noche con inmigrantes bolivianos. La enfermedad era endémica en muchas comarcas de Bolivia, y  podía ser plausible considerar que  la hija del matrimonio coreano acabara contagiada por los insectos que los bolivianos albergaran entre sus ropas y prendas de abrigo. Sin tratamiento precoz, la infección entra en fase crónica y afecta a al corazón, provocando síntomas como arritmias y episodios sincopales, es decir, pérdidas de conocimiento. Existía una manera sencilla de confirmar el diagnóstico y una medicación eficaz para suprimir los síntomas. Decidí, por tanto, viajar a Buenos Aires y, una vez allí, acudir a la embajada española, donde tramité una solicitud de excedencia por un año. De paso, aproveché para adquirir un electrocardiógrafo portátil y llamar a mi hospital pidiendo que me enviaran por paquete urgente un envase clínico de ʹamiodaronaʹ, el medicamento capaz de suprimir los trastornos del ritmo cardiaco.
 Retorné a la aldea coreana cargado con el aparato y las medicinas y de inmediato realicé un electrocardiograma a la joven. El registro mostraba diversas alteraciones de la conducción cardiaca compatibles con la Enfermedad de Chagas y sin dilación le administré el medicamento. Discurrieron varias semanas y poco a poco los ataques se fueron distanciando hasta desaparecer, a la vez que el pulso se mantenía regular. Entre tanto, fui correspondido con el agradecimiento de Kim, quien me adiestró en los secretos de su arte de combate: el ʹSul Sa Doʹ primigenio, una suerte de ʹninjutsuʹ coreano que practicaban sólo algunos elegidos en un aislado territorio de su país. Sobrevino la época invernal y proseguí con la instrucción, que, a diferencia de los ʹdojosʹ bien equipados a los que estamos acostumbrados en Occidente, se realizaba en plena montaña o en los bosques y, con suerte, cuando las ventiscas no te permitían mantenerte de pie, en el refugio de piedra al que llamaban hogar. Con frecuencia, al finalizar la jornada, caía exhausto y lleno de moratones en el jergón y la hija, entre mis quejidos y las risas de sus padres, me frotaba con una loción de hierbas fuertemente aromática. Cuando Kim consideró que había progresado, me condujo también a una cueva cercana donde permanecía interminables horas a oscuras para, según él, “recuperar otros sentidos”. En aquella gruta, también me instruyó en el empleo de una modalidad ancestral de ʹmudrasʹ, que en Japón recibió entre los ninjas el nombre de ʹkujikiriʹ o ʹLos nueve sellos cortantesʹ
 
-    Un momento –interrumpió Mónica, atenta a los detalles de la narración–. ¿Qué es eso de los ʹmudrasʹ?
-    Los ʹmudrasʹ son –intenté, esclarecer–, en este caso, gestos de poder que se llevan a cabo  con las manos. Con ellos, se pretende canalizar la energía interna hacia cualquier parte de nuestro cuerpo o hacia el exterior de modo casi instantáneo. Pero para obtener éxito hay que ensayar antes infinidad de veces. En realidad, el proceso es muy interesante y lógico, ya que se basa en la repetición de engramas hasta que las acciones surgen sin pensamiento, como un movimiento de danza. Es decir –me animé a profundizar–, el cortex prefrontal es puenteado y…
-    ¡Vale, vale! –cortó, Mónica–. No te emociones, que te veo venir. Ya he captado la idea, creo.
-    ¿En serio? –repliqué-. ¡Vaya! No es fácil de entender. Otro día, si quieres, continuamos con el asunto.
-    Sí, otro día. No te apartes de la historia.
-    Ya estaba terminando…
Emprendí  la última etapa, donde, aparte de los sistemas de meditación y de los ʹmudrasʹ, se suponía que debía obtener o avivar algún sentido extraordinario. Hasta hoy, lo único que con certeza sé que se despertó son estos inoportunos dolores de cabeza.
-    Yo diría que algo más –apuntó Mónica con sagacidad.
-    Para ser sincero contigo, hay  circunstancias fortuitas en las que  experimento alteraciones visuales, e incluso auditivas. Por ejemplo, puedo “palpar” los sonidos y ver palabras escritas, números, e incluso zonas del cuerpo, iluminados en colores que en realidad no existen.
-    ¿Tienes algún problema en el oído o la vista?
-    No, son perfectamente normales. Bueno –confesé–, ya sabes, necesito gafas para leer pero...
-    En serio –insistió Mónica–. ¿No tendrás también esa clase de dones…?
-    No, nada de  eso. No puedo ver el futuro, ni detrás de las paredes, ni meterme en la cabeza de nadie. Es un fenómeno neurológico, inusual  pero no extraño, que se llama sinestesia.
-    Tú le encuentras  a todo una justificación científica.
-    Como debe ser.
-    No voy a discutir…Pero, ¿sabes?, es curioso, el verdadero nombre de la dueña del Dukh es Tatania, aunque se hace llamar Sight. Por supuesto, sabes qué significa Sight en inglés…
-    Sí: “Vista”.
-    Yo no tengo dones, qué envidia.
-    Sí que los tienes, Mónica: tu pintura, tu habilidad para captar la esencia de un retrato o un paisaje.
-    Bah, pero si no valen gran cosa. No vendo ni uno –gimoteó.
-    No estoy de acuerdo, a mí me parecen muy buenos. Me encanta ese que me regalaste de una pareja abrazada entre la niebla, no se ven los rostros, seguro que me lo diste porque sabes que me gustan esos ambientes de misterio.
-    Lo seguro es que eres tonto –exclamó cortante.
-    ¿A qué viene eso ahora? Te estoy diciendo de verdad que me gustan tus cuadros.
-    Anda, no seas pelotilla, aunque me gusta que me digas alguna cosa bonita de vez en cuando… Acaba tu narración.


Llegó, en fin, el tiempo de marcharme y volver a España, no sin antes recomendar a Kim que visitara con regularidad  un hospital para controlar el tratamiento de su hija… 

 
-    Y eso es todo… –concluí, acompañado de un ademán expectante con las manos–. No sé si ha sido pesado.
-    Qué va, es fantástico –exclamó Mónica con sincero entusiasmo–. Es como una novela de aventuras. Y encima, me he enterado de unos cuantos secretitos. Pero tengo la sensación de que has resumido el final  y te has guardado unos cuantos detalles.
-    Te he explicado lo que es importante –atajé, quizás arrepentido de haberme extendido en exceso–. ¿No tenemos una cita? Es una descortesía hacer esperar a la “jefa” –añadí con sarcasmo.
-    ¡ Ja, ja, qué cumplidor eres cuando quieres zafarte de algo que no te apetece! Está bien, vamos –aceptó, condescendiente–. En cualquier caso, creo que las lecciones de kung-fú  –dijo, adoptando una pose a lo Bruce Lee–, o como quiera que se llame…no fueron lo principal que aprendiste en esas montañas. ¿Me equivoco?
-    ¿Sabes, Mónica?, eres mucho más lista de lo que te empeñas en aparentar.
-    Viniendo de ti, lo tomaré como un cumplido.


La sala se doblaba en un extremo para acabar en un trayecto cegado. Sin embargo, a cierta altura, emergía del muro de granito el contorno elíptico de un ventanal tintado.  A su derecha, despuntaba el brillo mórbido de una puerta lacada en negro. Desde allí, brotaba la curva de una escalera que imitaba la cola de un enorme reptil. Mónica subió delante de mí, vacilante, aprensiva, tanteando los escalones arqueados.  El pasamano de madera reproducía los relieves de una coraza de escamas y los balustros poseían el aspecto de gárgolas invertidas. Se diría que detrás de la puerta se levantaba un escenario acorde con los universos más tenebrosos de Clive Barker.
En el umbral, Mónica se volvió hacia mí antes de llamar y me miró con profundidad. Hubiera jurado que sus pupilas irradiaban una inmensa tristeza.




37 comentarios:

  1. Es curioso, el hombre puede aprender las cosas más comunes, en los lugares más inverosímiles.Podríamos ser más receptivos y no tener que ir tan lejos...:)
    es broma
    Como siempre, entretenido tu relato.
    Gracias por tus comentarios.Un besito

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  2. Navegar en un carguero alrededor del mundo... querría pero no puedo. O sí, pero bajaría a tierra sin poder caminar. Óxido en las planchas de hierro y olor a sexo rancio en las manos. Camarotes estancados en el tiempo, alcohol y estupefacientes. Tiempo, juego, crudeza. Horizontes desesperanzados. Perdedores.


    Lu.

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  3. Muy buena la historia, y divina la musica, excelente entrada.

    Besos

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  4. Buda decía QUE LO QUE PROVOCA DOLOR, ES EL DESEO, decía que hay que matar el deseo, el deseo como origen de todas nuestro dolor, del Duhkha . El deseo como origen del miedo y del sufrimiento. La noble verdad de la cesación del dolor y/o sufrimiento. Casi todas las filosofías y “religiones” orientales tienen mucho en común con este principio espiritual.
    Es un proceso espiritual que se logra aprendiendo el lenguaje tanto de la razón como de los símbolos. Esta es la manera en la que se alcanza a percibir el sutil mensaje en igual forma por el corazón como por la mente. Descubriendo aquéllas energías particulares que hacen aflorar desde nuestro interior. Dejando fluir nuestro “yo” espiritual y avanzando en nosotros hasta la verdadera iluminación interior. La meditación como medio para llegar a ese estado y comenzar nuestra propia búsqueda. El hecho de centrar la atención sobre algo que actúa sobre nosotros como un símbolo arquetípico, puede lograr profundos cambios en nuestra mente. Es es el caso de los mandalas, de los mantras también. Con los mudras pasa algo parecido pero utilizan no sólo las manos, si no los ojos, el cuerpo, la respiración…
    Las religiones antiguas están repletas de estos gestos o mudras. La Cristiana no es menos, hay que pararse a observar los movimientos, (arrodillarse, juntar las manos, la señal de la Cruz…)todos estos gestos místicos forman parte de los rituales, ceremonias, y ayudan a un fin: la oración y esta como medio de búsqueda y consecución de un espíritu, una sabiduría, una compasión…cualidades que de forma innata habitan dentro de nosotros.
    Tuviste una experiencia irrepetible, y la suerte de ser instruido por alguien importante, por un maestro, que seguramente te enseñó algo más que a luchar.
    Una historia preciosa, no hablo de la Tierra del Fuego, ni de la Patagonia, ni de lo demás, los demás sitios, su paisaje, su aurora austral... una suerte de aventura.
    Un beso J.M.
    ana

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  5. Precioso relato, que nos trasporta hasta tu mundo de aventuras.

    Besos.

    Lunna.

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  6. Estuve a punto de terminar la lectura cuando hablabas de armas y gente de mala fe, ya veo mucho por aquí de eso pensé y me ha sido grato leerte hasta el final.

    Maravillosa experiencia has tenido para relatarlo de forma por demás preciosa

    Besos Intimista

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  7. A media que iba leyendo y viviendo tus aventuras en la Tierra de Fuego, iba pensando que tiene que ser una gozada ir contigo a cualquier parte, porque la aventura esta asegurada y el pelín de riesgo que siempre atraes es el punto justo de excitación que el corazón agradece para que no le falte jamás sangre ni oxigeno… (Bromita, eh).
    No se, tal vez Sight te cuente sus secretos de poderes y todo eso porque los tuyos ya se los sabe todos, de hecho siempre esta cuando el peligro te acecha en forma de mariposa…, aunque yo en su lugar no me preocuparía por ti, te sabes defender muuuuuuuuy bien, ¡anda que tienes peligro tu!
    Mira, una cosita… que las palabras escritas también las veo yo… jajaja y las zonas del cuerpo también (si se me ponen a tiro de ojo, claro) jajaja No te enfades eh, jajaja

    Besitos.

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  8. Mañana entro a comentarte Inti!!

    Un besito!

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  9. Increible relato, me ha gustado mucho. Enhorabuena

    un abrazo

    fus

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  10. Si pasabas por Tierra del fuego y llegaste hasta Buenos Aires, que te cosataba cruzar el charco y llegar hasta Montevideo?
    Precioso relato en el cono sur de América, abrazos miles!

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  11. Ha! COSTABA, escribí mal la palabra en el comentario, ahora si me voy!

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  12. Hola mi querido Inti!!!!

    Estaría encantada de leer todos tus relatos en un libro,¿por qué no te animas y lo intentas???,yo lo compraría!!!!
    Te comento(cosa que no hago mucho,jaja,ya sabes por qué!)que la música es ideal para esta ocasión,es preciosa,de verdad,has tenido buen gusto esta vez,jaja(es broma).

    Fíjate que me quedo con ganas de leer más,de que siguieras contando a Mónica y a nosotros tu aventura por la Tierra de Fuego,me parece que hay más que no cuentas,quizás en otra entrega lo hagas,qué más aprendiste allí??,realmente se agudizaron tus sentidos?,percibías lo que no se capta con el ojo humano?,muchas veces nos cuentas sobre tus intuiciones cuando te viene un peligro,eso lo aprendiste de Kim o es algo innato en ti??
    Me parece fascinante todo cuánto cuentas,sea parte real y parte ficción y me asombra que allí donde estés siempre ocurra algo fuera de lo corriente o peligroso,sin duda,tú eres un buen acompañante en cualquier circunstancia,pues resuelves cualquier problema que pueda aparecer,sin vacilar,me iría contigo al fin del mundo,jajaja!!

    Quiero saber más,qué pasa con Sight,cómo será su encuentro???tendrá la corazonada de que se conocen,de que tienen algo en común????vamos escribe yaaaaa.....

    Por cierto,me gusta la fotografía que has puesto,se te ve feliz,sonriente(como a mi me gusta) y en tus ojos hay confianza,no sé si será por la Dama de Oro,jaja,pero se te ve muy bien...si es que no se puede ser más guapo,por favorrrr,jajaja....

    Vaaaale te dejo ya,que aunque no lo sepas llevo contigo ya una hora,entre que leo,me levanto,me pongo un café,suena el móvil(no eres tú,me cachis...),llaman a la puerta,me siento,sigo leyendo,me pongo tu música y continuo,me pierdo...vuelvo a encontrarme,sigo leyendo,te comento(que tiene miga el asunto)...y ya se ha pasado más de una hora a tu lado,pero ha sido muy satisfactorio,si hasta me da pena dejarte,jaja,en fin,no me enrollo más.

    Que sigas sonriendo siempre,querido amigo,perdona la extensión y quizás el exceso de confianza en mis palabras,es con buena fe siempre.

    Un fuerte abrazo y un sonoro besito,jaja!!!!!

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  13. Un relato con todos los ingredientes para ser asombroso y estupendo,una vez empezado, te engancha hasta que lo terminas, escribes de maravilla,...
    Besitos en el alma
    Scarlet2807

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  14. HE DE DECIRTE QUE ESTA VEZ TE HAS SUPERADO Y CON HONORES.UNA HISTORIA FANTÁSTICA CON TODOS LOS INGREDIENTES
    NECESARIOS PARA MANTENERNOS EN VILO.
    lOS MUDRAS SON GESTOS DE PODER... CREO QUE SE UTILIZAN EN YOGA Y OTRAS MEDITACIONES.
    ENHORABUENA,INTI,TE HAS SUPERADO.
    MI BESO...COMO SIEMPRE.

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  15. Pepi, es verdad que a veces huimos muy lejos para poder conocernos por dentro.
    Besos.

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  16. Luna, tampoco es que todos los barcos sean tan cutres, ni mucho menos, pero casualmente en el que fui a la Antárdida era, en algunos aspectos, como tu dices.
    Besetes.

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  17. Ana, qué te voy a contar, tú lo has descrito perfectamente. Hay una cosa en la que tienes mucha razón: la principal aventura ocurrió no fuera sino dentro de mí mismo.
    Besos, amiga mía.

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  18. Ameny, gracias por seguir hasta el final. Besos.

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  19. Campoazul, lo de la mariposa negra que apareció volando en el momento más crítico fue una casualidad, a veces pasan. No vayas a creer que soy 007, no te rias, soy una persona normal que ha vivido unas cuantas situaciones intensas, me imagino que como otras muchas personas. Aquí cuento esas anecdotas, siempre salpicadas con la salsa picante de un poco de ficción. En otros relatos, la ficción es mucha y lo notarás.
    Besos.

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  20. He disfrutado de tu relato, me ha encantado como lo has relatado y el video genial, una combinación estupenda.
    Besos y susurros cálidos

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  21. Otra vez lo has hecho !...
    Deliciosas descripciones de episodios repletos de buen gusto, intriga y a su vez piceladas de sensualidad...

    El video ... sin palabras.

    Mil besos

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  22. Cristina, pasé después a Montevideo, iba por las tardes a una confitería que me encantaba en el paseo marítimo. Después pasé también unos días en Punta del Este. Me gusta mucho Uruguay y sobre todo su gente.
    Besazos.

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  23. Estrella, qué bien que por una vez coincidamos en la música, pero no te creas, es una composición de violín con un ritmo de Dubstep, aunque suavito.
    Sí, todos estos relatos son mezcla de ficción y realidad, pero en este caso concreto hay mucho de recuerdos reales.
    No voy a decir que no me gusta que me digan cosas buenas y bonitas, pero contigo haces que me ponga colorado como un tomate. Soy un hombre tímido, ja, ja, no, en serio, me sacas los colores, no merezco tan buenas palabras.
    Besos gordos.

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  24. Scarlet, algún día me gustaría volver a esas tierras. Gracias por tus bonitas palabras.
    Besos.

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  25. Mor, que contento estoy de que te haya gustado este relato de aventuras, que tiene una gran parte de recuerdos, de hechos reales.
    Sí, los mudras son gestos principalmente con las manos que en teoría canalizan la energía del cuerpo.
    Besos siempre.

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  26. Siempre un grato placer el visitarte.

    Gracias por compartir!

    Abrazos de luz

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  27. Que decirte , es verdad has vivido cosas muy intensas, la vida nos da lecciones verdad mi querido JM , a ti a mi y a muchos nos ha enseñado a valorarla ... En mi blogg he dejado un comentario que me dan ganas de eliminar porque me da pena lo que he escrito, cuando uno cae en la mas terrible depresión no valora la vida JM eso me paso a mi , estaba envuelta en una oscuridad que no se explicar todo mi mundo estaba en tinieblas , espero que me comprendas

    Besos JM , sigue escribiendo así al Tío le dejo un abrazo

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  28. como contador de historias no tienes precio, las encantas como a serpientes curiosas por asomar el cascabel de su veneno

    (tienes más peligro que tu "amiga" Sight ;-))

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  29. Yemaya,es siempre un placer real pasear entre páginas cercanas a nuestras sensaciones, a nuestras experiencias. A mí me pasa con tus páginas, gracias por venir hasta las mías.
    Besos.

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  30. Amie, de verdad que me alegro que encuentres atractivos mis relatos porque yo me quedo siempre fascinado con la fuerza, la pasión y sensualidad de tus entradas.
    Besos.

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  31. R de R, Beatriz, gracias por la visita, es un placer compartir.
    Abrazos.

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  32. Patus, ya te he contestado en tu página. Siempre he sentido tu compañía y tu cariño, cuanto más me sentía hundido en mi oscuridad con más fuerza llegaban tus palabras, parecía que lo adivinaras. Así que gracias y besos con todo mi cariño.

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  33. Shang, siempre me resulta excitante saber que me has visitado, que me has visto, que has estado en compañía de mis palabras. Pero hay algo que te digo de verdad, pero de verdad de la buena: no trato de "encantar" a nadie, el único que está encantado de estar rodeado por personas tan maravillosas soy yo. Y, sí, me gusta estar rodeado de mujeres, ¿hay algo malo en ello?
    Y tampoco hago ascos a las replicantes ginoides, ja, ja.
    Pero sobre todo trato de ser tal y como siento las cosas. Odio las mentiras.
    Besos grandes.

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  34. Pues me he reído... No quería porque me lo habías pedido, pero no pude evitar verte en plan 007, y me partí.
    Oh si, si que eres una persona normal a la que le ocurren anécdotas normales, si, ¡¡¡vamos yo conozco a muchíííísimas como tu!!!

    Más besitos y :)

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