La primera vez su mirada apenas revoloteó sobre mí. Vació una copa en la que quedaban dos dedos de un líquido naranja, introdujo el paquete de tabaco y un mechero de plástico en un bolso violeta de Tous y se alejó con una estudiada indiferencia.
"Bueno, no seré tu tipo" ─pensé, encogiéndome de hombros.
Pero yo ignoraba que ella había decido ya abrirme las puertas de su mundo. Y que allí dentro, tenía sus propias reglas.
La segunda vez nos encontramos en "La Rubia", un bar de copas del centro de la ciudad. Los altavoces del local martilleaban una versión "trance" del tema "Rise Up", de Yves Larock, cuando Carmille surgió de la nada. No advertí su presencia. De repente me envolvió una tenue fragancia a madera, sus labios se posaron en mi cuello y una voz susurrante palpitó en mi oído.
- Escucha a la noche ─me dijo, con voz ansiosa─ Escucha como te reclama.
- Sí, por eso estoy aquí tomando una copa ─repliqué intentando hacerme el duro.
Ella se dio la vuelta con brusquedad, ofreciéndome su espalda. Vestía un top negro y unos jeans ajustados. Me gustaron los arcos de sus caderas en la penumbra, la redondeada suavidad que adivinaba en sus muslos, la sal lasciva que se insinuaba bajo el borde de su cintura.
- Espera, es mentira. Estoy aquí porque confiaba en volverte a ver. ¿Cómo te llamas?
- Carmille.
Sin saber la razón, me sacudió un escalofrío irreprimible y las raíces de un hielo oscuro penetraron en mi interior. Por un instante, me sentí como una animal herido al que una bestia persigue degustando por anticipado el sabor de la sangre.
No existía el perdón para mí. No había salida, ni amanecer, ni despertar sin pesadillas.
Sólo contaba el aquí y ahora. Las masas grises de gente no importaban: iban y venían rotos en sus alucinaciones, en la nada pegajosa de sus vidas.
Carmille volvió a girarse. Estábamos cara a cara, apoyados en una esquina de la barra de un bar de copas de tercera. En medio de la noche, todos los secretos asomaron a nuestras miradas. Nuestros sueños incompletos. Nuestros movimientos sellados. Nuestros labios predestinados.
Mudos y ebrios de deseo nos perdimos en la calle.
Atravesamos una plaza desierta, mal iluminada por farolas anticuadas. Nuestros pasos apenas levantaban ecos en el pavimento adoquinado. La niebla de la madrugada era espesa y alcanzaba nuestras rodillas.
Carmille me rozó la mejilla con dedos helados y yo no pude disimular un respingo.
- No temas ─me dijo con un brillo de luna en su boca─, que no voy a morderte.
- Ya lo supongo -─repliqué intentando adoptar un tono de broma─. Además creo que te resultaría correoso.
Por encima de nuestras cabezas, se escuchaba el alboroto de pequeños murciélagos descolgándose en la bóveda de las sombras. Carmille, ahora con las dos manos, continuó palpando la piel de mi rostro como lo haría un invidente. Se detuvo en mis sienes y comenzó a acariciarme el cabello con sensualidad. Incliné la cabeza y acerqué despacio mis labios a los suyos buscando la dulce humedad de su boca.
De improviso, dio un paso atrás, retiró las manos de mi rostro y empezó a rebuscar en los bolsillos de sus jeans. Por fin, con una sonrisa de satisfacción, me mostró un objeto en la palma de su mano que desprendió destellos grisáceos bajo la luz macilenta.
Era una gargantilla de plata con una mariposa de azabache.
- Toma, abróchamelo en el cuello. A partir de este momento, tus reglas serán mis reglas.
Aquello me sonó a juego, a capricho. O a una especie de ritual íntimo que debía cumplir antes de que ella me permitiera tocar la cuenca blanca de su vientre.
La tentación llegaba entre fragmentos de misterio cada vez más oscuros. Aún así, decidí complacer a Carmille. Al y fin al cabo, ¿qué importaba? El recuerdo de la piel que amé de verdad se disolvía en el rocío helado de un olvido contra el que no podía luchar.
- En cuanto te vi ─dije como si no hablara con ella, mientras manipulaba el cierre del collar─, supe que me gustabas. Y también que llevaba todas las papeletas para el premio de la chica más rara de la ciudad.
- Eres libre. Puedes marcharte, doblar esa esquina, pensar en ella, la que perdiste, y beberte solo tus lágrimas. Beberlas a mares. Hasta que te ahogues. Porque ella no volverá. Antes fue luz, tu luz azul, y ahora es oscuridad. Nada.
- ¡Basta! Tú no lo entiendes. Para mí no es...
- O puedes llevarme contigo ─prosiguió Carmille, imperturbable─. Y dejar caer tus lágrimas como plumas negras sobre mi pecho. Y besarme con dolor. Y acariciarme con furia.
- ¿Por qué me invitas a que vuelque en ti mi sufrimiento? ¿Qué ganas tú con que yo te haga sentir la expresión de ese dolor?
- No es el dolor. Lo que quiero sentir es lo mejor que aún queda en ti. Quiero que me lo des aunque sea clavando tus dientes en mí, aunque a veces sientas que me odias. A cambio yo seré tuya. Seré por completo tuya. Este es el pacto.
- Un pacto que nos haría bajar a un abismo de los que transforman almas y cuerpos. Un sitio del que ya no volveremos a subir siendo los mismos.
- Ven, vámonos ─urgió, con la mano crispada y las uñas clavándose en mi brazo─ Quiero que duermas sobre mi carne, que tus dedos me recorran como gotas de seda y cera ardiente, que tu boca vibre en mis párpados y en mis muslos. Que maldigas tu pasado y que te doblegues bajo mis caderas. Que estalles cada noche como un animal de fuego y te despiertes abrazada a mí ligero como un ángel. O un muñeco sin huesos.
- Hablas como si leyeras mis recuerdos en el aire de la noche. Hablas con palabras que yo escribí para otra mujer. ¡Eres tan extraña, Carmille!
- No luches más. Decídete de una vez. ¿Aceptas?
- Acepto. ¿Cuánto durará este pacto?
- No sé. Unas noches. Unos meses. O una vida.
Intimista tus descripiciones son muy buenas, porque a pesar de estar relatando una escena oscura, dejas traslucir un halo de luminosidad poética, en la dosis justa como para que dicha oscuridad no sea total, ni la luz tanta como para estropear el dramatismo lugúbre y misterioso que necesitas trasmitir. Muy bueno, felicitaciones y cuidado con Carmille, es demasiado misteriosa. Un abrazote.
ResponderEliminarGracias, Melody, tu comentario es acertado. Se nota que tienes sensibilidad para captar la corriente bajo las palabras. Carmille representa al "espíritu vampiro", no al vampiro tradicional de novelas y películas, sino a alguien real, personas con las que me he encontrado. Esas personas encuentran placer en la oscuridad y sus apetencias sexuales pueden ser extrañas para la gente normal. Hay una novela del escritor irlandés del siglo XIX, Joseph Sheridan Le Fanu que se titula "Carmilla". Carmilla es en el relato un vampira típica de novelas góticas, dotada de gran erotismo y sensualidad, pero en este caso más orientado hacia su mismo sexo. Nunca me he encontrado con una vampira, claro, pero lo que sí tienen estos relatos de los papeles arrugados son un base de experiencias reales que he vivido.
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