jueves, 25 de febrero de 2010
LA SUMISION DE CARMILLE
La primera vez su mirada apenas revoloteó sobre mí. Vació una copa en la que quedaban dos dedos de un líquido naranja, introdujo el paquete de tabaco y un mechero de plástico en un bolso violeta de Tous y se alejó con una estudiada indiferencia.
"Bueno, no seré tu tipo" ─pensé, encogiéndome de hombros.
Pero yo ignoraba que ella había decido ya abrirme las puertas de su mundo. Y que allí dentro, tenía sus propias reglas.
La segunda vez nos encontramos en "La Rubia", un bar de copas del centro de la ciudad. Los altavoces del local martilleaban una versión "trance" del tema "Rise Up", de Yves Larock, cuando Carmille surgió de la nada. No advertí su presencia. De repente me envolvió una tenue fragancia a madera, sus labios se posaron en mi cuello y una voz susurrante palpitó en mi oído.
- Escucha a la noche ─me dijo, con voz ansiosa─ Escucha como te reclama.
- Sí, por eso estoy aquí tomando una copa ─repliqué intentando hacerme el duro.
Ella se dio la vuelta con brusquedad, ofreciéndome su espalda. Vestía un top negro y unos jeans ajustados. Me gustaron los arcos de sus caderas en la penumbra, la redondeada suavidad que adivinaba en sus muslos, la sal lasciva que se insinuaba bajo el borde de su cintura.
- Espera, es mentira. Estoy aquí porque confiaba en volverte a ver. ¿Cómo te llamas?
- Carmille.
Sin saber la razón, me sacudió un escalofrío irreprimible y las raíces de un hielo oscuro penetraron en mi interior. Por un instante, me sentí como una animal herido al que una bestia persigue degustando por anticipado el sabor de la sangre.
No existía el perdón para mí. No había salida, ni amanecer, ni despertar sin pesadillas.
Sólo contaba el aquí y ahora. Las masas grises de gente no importaban: iban y venían rotos en sus alucinaciones, en la nada pegajosa de sus vidas.
Carmille volvió a girarse. Estábamos cara a cara, apoyados en una esquina de la barra de un bar de copas de tercera. En medio de la noche, todos los secretos asomaron a nuestras miradas. Nuestros sueños incompletos. Nuestros movimientos sellados. Nuestros labios predestinados.
Mudos y ebrios de deseo nos perdimos en la calle.
Atravesamos una plaza desierta, mal iluminada por farolas anticuadas. Nuestros pasos apenas levantaban ecos en el pavimento adoquinado. La niebla de la madrugada era espesa y alcanzaba nuestras rodillas.
Carmille me rozó la mejilla con dedos helados y yo no pude disimular un respingo.
- No temas ─me dijo con un brillo de luna en su boca─, que no voy a morderte.
- Ya lo supongo -─repliqué intentando adoptar un tono de broma─. Además creo que te resultaría correoso.
Por encima de nuestras cabezas, se escuchaba el alboroto de pequeños murciélagos descolgándose en la bóveda de las sombras. Carmille, ahora con las dos manos, continuó palpando la piel de mi rostro como lo haría un invidente. Se detuvo en mis sienes y comenzó a acariciarme el cabello con sensualidad. Incliné la cabeza y acerqué despacio mis labios a los suyos buscando la dulce humedad de su boca.
De improviso, dio un paso atrás, retiró las manos de mi rostro y empezó a rebuscar en los bolsillos de sus jeans. Por fin, con una sonrisa de satisfacción, me mostró un objeto en la palma de su mano que desprendió destellos grisáceos bajo la luz macilenta.
Era una gargantilla de plata con una mariposa de azabache.
- Toma, abróchamelo en el cuello. A partir de este momento, tus reglas serán mis reglas.
Aquello me sonó a juego, a capricho. O a una especie de ritual íntimo que debía cumplir antes de que ella me permitiera tocar la cuenca blanca de su vientre.
La tentación llegaba entre fragmentos de misterio cada vez más oscuros. Aún así, decidí complacer a Carmille. Al y fin al cabo, ¿qué importaba? El recuerdo de la piel que amé de verdad se disolvía en el rocío helado de un olvido contra el que no podía luchar.
- En cuanto te vi ─dije como si no hablara con ella, mientras manipulaba el cierre del collar─, supe que me gustabas. Y también que llevaba todas las papeletas para el premio de la chica más rara de la ciudad.
- Eres libre. Puedes marcharte, doblar esa esquina, pensar en ella, la que perdiste, y beberte solo tus lágrimas. Beberlas a mares. Hasta que te ahogues. Porque ella no volverá. Antes fue luz, tu luz azul, y ahora es oscuridad. Nada.
- ¡Basta! Tú no lo entiendes. Para mí no es...
- O puedes llevarme contigo ─prosiguió Carmille, imperturbable─. Y dejar caer tus lágrimas como plumas negras sobre mi pecho. Y besarme con dolor. Y acariciarme con furia.
- ¿Por qué me invitas a que vuelque en ti mi sufrimiento? ¿Qué ganas tú con que yo te haga sentir la expresión de ese dolor?
- No es el dolor. Lo que quiero sentir es lo mejor que aún queda en ti. Quiero que me lo des aunque sea clavando tus dientes en mí, aunque a veces sientas que me odias. A cambio yo seré tuya. Seré por completo tuya. Este es el pacto.
- Un pacto que nos haría bajar a un abismo de los que transforman almas y cuerpos. Un sitio del que ya no volveremos a subir siendo los mismos.
- Ven, vámonos ─urgió, con la mano crispada y las uñas clavándose en mi brazo─ Quiero que duermas sobre mi carne, que tus dedos me recorran como gotas de seda y cera ardiente, que tu boca vibre en mis párpados y en mis muslos. Que maldigas tu pasado y que te doblegues bajo mis caderas. Que estalles cada noche como un animal de fuego y te despiertes abrazada a mí ligero como un ángel. O un muñeco sin huesos.
- Hablas como si leyeras mis recuerdos en el aire de la noche. Hablas con palabras que yo escribí para otra mujer. ¡Eres tan extraña, Carmille!
- No luches más. Decídete de una vez. ¿Aceptas?
- Acepto. ¿Cuánto durará este pacto?
- No sé. Unas noches. Unos meses. O una vida.
lunes, 22 de febrero de 2010
CUANDO ME ESCRIBES
Al llegar ya no duermes
y me besas
en las ruinas llanas de mi otra vida
y lo difícil
vuelve en los tonos de las linternas
como si el roce del papel cruzara
el cautiverio de las formas.
Deseo el cuerpo que entra lento,
mecido por el riesgo del lenguaje
hasta las bóvedas del pulso,
y se insinúa en las rendijas de mis manos
y se resbala cuando subes los peldaños
de mis labios,
tan pendientes de tus pequeños misterios.
Habrá incendios
en los caminos que nunca aprendimos,
mareas en las franjas
donde se ensanchan las ausencias
de nuestros rostros turbios,
antes del duelo y el laberinto
que eluden el rito de las máscaras.
viernes, 19 de febrero de 2010
EL TREN DE MALASIA
Fuera de la estación de tren la noche es espesa. La noche arde con llamas de oscuridad.
Sentado en un banco, he perdido la noción del tiempo. Debo coger un tren que quizás ha partido hace ya tiempo.
Puedo haberme quedado dormido. Ya nadie circula por los pasillos.
Los letreros no anuncian salidas o llegadas. Todos marcan los mismo, una serie de números: 6666666...
Algo no está bien. El griterío, las pisadas aceleradas de la gente, crac, crac, la grisura asfixiante de lo cotidiano. Absorbidos por otra realidad.
Una mujer, rubia, joven..., no, sin edad, se detiene a mi altura cargando con un maletín y un bolso. Mueve la cabeza a uno y otro lado y al final se gira despacio, como quien tiene que vencer una resistencia invisible. Me clava los ojos con una mirada que se remonta a varios siglos atrás.
"¿Sabe usted si falta mucho para que salga el tren de Malasia?" ─me pregunta con un aire de ingenuidad, casi de desamparo.
"Me temo que no existen trenes para Malasia ─respondo en tono de voz dulce".
Ella no replica. Continua mirándome como si esperara que yo le diese una solución o le revelase un secreto.
"Me parece ─añado ante su silencio─ , que no hemos quedado solos. Y que ya no hay trenes para ninguna parte".
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martes, 16 de febrero de 2010
EL CUERPO DE LA HECHICERA
Aún puedo recordar tu cuerpo alargado y candente como una sinuosa llama, como una herida pálida abriendo fosforescencias en la noche. Una orilla desnuda y secreta mimada por el roce de los labios con la suavidad de las olas sin viento.
Otra clase de sentimientos es la que pasa todos los días a nuestro lado sin que sepamos muy bien qué hacer con ellos. Ni si quiera tu oscuridad está ya cerca de mí. También yo me he ido de ti. Estamos solos como contornos de un museo inconfesable de tiempos laberínticos y efectos oscuros. Solos en la sensualidad de estas palabras que giran escondidas en espacios deshabitados.
A cada fragmento de existencias, a cada eslabón de desmemorias, llamamos vida. Pero sólo había vida entre caderas enfrentadas y vacío entre pieles que se trizan y despiden.
Aun puedo sentir tu rostro cayendo sobre mi rostro, sobre mi pecho. Nuestras miradas alobadas por la penumbra y el dolor de un nuevo deseo que no estaba en nuestros sueños, que no estaba en nuestra búsqueda.
domingo, 14 de febrero de 2010
BUENOS DIAS, PRECIOSA
(Me hubiera gustado saber más de ti).
Sólo porque
tuvimos el contacto
que lleva encima la noche
o un poema en aguas dóciles.
Y al amanecer
fuimos esquinas de olvidadas excepciones,
y no parte de nuestra búsqueda
Sólo porque
tuvimos el contacto
que lleva encima la noche
o un poema en aguas dóciles.
Y al amanecer
fuimos esquinas de olvidadas excepciones,
y no parte de nuestra búsqueda
en los callejones de recuerdos ahogados.
Percepciones de despertar
o señales mucho antes
de que mis versos hicieran rutas sin daño
en tus ojos,
en tus ojos volviéndose invisibles,
hojas sin nombre sobre el barro del lecho
que ascendieron como cuentas implacables.
Seca luz de tu desnudo,
de tus piernas talladas hasta el final
del vaivén en el deseo,
de cenizas ocultas
que entre sí no tienen forma.
Percepciones de despertar
o señales mucho antes
de que mis versos hicieran rutas sin daño
en tus ojos,
en tus ojos volviéndose invisibles,
hojas sin nombre sobre el barro del lecho
que ascendieron como cuentas implacables.
Seca luz de tu desnudo,
de tus piernas talladas hasta el final
del vaivén en el deseo,
de cenizas ocultas
que entre sí no tienen forma.
viernes, 12 de febrero de 2010
PEPE EL VIAGRA
Llegado aquel fin de semana de carnavales, con mi sobrino JM disfrutando de las fiestas en una localidad de la costa murciana, resultó que mi amigo Pepe "El Viagra" se ofreció para acompañarme a comprar un nuevo teléfono móvil.
Mi amigo había trabajado antes de retirarse en una empresa de Ignífugos y Revestimientos y ocupaba también otras horas dedicado al oficio de reparador de máquinas de escribir. Ahora se hallaba retirado de ambos trabajos. Y no sólo por la edad sino por otras razones: su oficio de reparador de máquinas de escribir se había extinguido por desuso y el otro empleo era el causante de su enfermedad.
El mote de "El Viagra" no provenía de ninguna afición desmesurada a los potenciadores sexuales sino que era debido al tono azulado de su rostro. ¡Hay que ver, Señor, cuanta maldad tiene alguna gente!
Los médicos llamaban a ese color de la piel "cianosis". Y la causa era que tenía los pulmones destrozados. No había fumado un solo pitillo en su vida, pero en la fábrica de Ignífugos y Revestimientos estuvo inhalando partículas de amianto durante años, hasta que se descubrió que ese material era responsable de enfermedades pulmonares y se prohibió su uso.
Lo que viene al caso: Pepe "El Viagra" era también gran conocedor de los artilugios electrónicos y me aconsejó durante la compra del teléfono.
Pepe decidió hacer alarde de su pericia con esos aparatos y me pidió que le dictara un mensaje para enviarlo al teléfono móvil de mi sobrino. Al invento por lo visto le llaman ese-me-sé o algo parecido.
Lo que pretendía ─debo admitirlo─ era impresionar a mi sobrino con el uso de tan sofisticados adelantos. Así que pusimos: "Estoy probando mi nuevo móvil. ¿Cómo lo estás pasando?"
Ti-ti-ra-ró.
Oh, increíble, después de ese extraño sonido, tenía en mi flamante teléfono la contestación de mi sobrino: "De película".
- Mi sobrino está bien ─le comenté satisfecho a mi amigo─. Sé ve que le he pillado en el cine. Pobrecillo, después de todo lo que ha pasado, necesita un poco de distracción. Además, es de esas personas que les cuesta relacionarse y establecer contactos.
- Sí, debe de ser eso ─respondió Pepe "El Viagra" con una mirada en la que me pareció atisbar cierto escepticismo─. Bueno, qué. ¿Hace unos carajillos?
- Hace ─asentí.
jueves, 11 de febrero de 2010
SCARAMOUCHE
Pocos días antes del inicio de las fiestas de carnaval, llamé por teléfono a mi sobrino. Precisamente, había decido cambiar de teléfono móvil y quería pedirle consejo ya que él era muy entendido en lo tocante a nuevos aparatos electrónicos. Bien sabía yo que a menudo abusaba de su paciencia, pero al dejarme viudo mi Enriqueta sin haber tenido descendencia, sólo quedaba como familiar cercano mi sobrino.
─ ¡No te entiendo, sobrino! ¿Qué es ese alboroto de música que tienes en tu casa? ─a través de la línea llegaba un ruido penetrante y ensordecedor.
─ ¡Ah, es un remix de Loco Dice! Ya lo quito.
─ Qué alivio. Encima que no oigo muy bien... ¿De qué me hablabas? Algo de un loco que decía no sé qué.
─ No, hombre. Loco Dice es un DJ, un "disc jockey" de música "Techno". Ese era el "ruido" que te molestaba.
─ Jesús, qué cosas.
─ Escucha, tío. Que este fin de semana me voy fuera. Al carnaval de Águilas. ¿Recuerdas? Pero si no tienes prisa, la semana que viene te acompaño a elegir un móvil.
─ Es verdad. Me comentaste que te ibas. No te preocupes, no tengo prisa.
─ Haces bien en cambiar de móvil. Ahora ya no hay que darle a una manivela para que funcione.
─ No sé a quién habrás salido de la familia, tan gracioso, sobrino. ¿Vas a llevarte algún disfraz?
─ Pues claro. Son las fiestas de carnaval. Me voy a disfrazar de Scaramouche.
─ ¿Scaramouche? Recuerdo una emocionante película de espadachines. Janet Leigh estaba bellísima. Y Eleanor Parker.
─ Yo también he visto la película. Y estoy de acuerdo, esas dos actrices eran muy guapas, aparecían en la pantalla como diosas. La película se basaba en una novela de Sabatini. En el relato, Scaramouche era el discípulo de un maestro de esgrima. La acción se desarrollaba durante la época de la revolución francesa. Scaramouche debía cumplir una deuda de honor y batirse en duelo; pero mientras tanto su vida transcurría en un terreno no menos peligroso que el de las espadas: el amor de dos mujeres.
─ No puedo imaginarme cómo estarás vestido de espadachín del siglo XVIII. Vaya un poema.
─ No es para tanto. Será un disfraz en versión "minimal". Vamos, que con una máscara, una capa y un pincho, me apaño.
─ ¿Y tú crees que así vas a ligar?
─ Ya te digo.
─ Eso, ya me dirás.
lunes, 8 de febrero de 2010
MASCARADA
- Este fin de semana me voy de carnavales
No me produjo sorpresa escuchar ese comentario a mi sobrino. En nuestras conversaciones telefónicas de los últimos días había notado un tono de voz con más vitalidad. Quizás, dentro de las fases que sufría de brumas oscuras y otras –aunque no luminosas– menos nubladas, podría decirse que se encontraba en un día soleado de invierno.
En ciertas ocasiones, pensaba que no debía haber sobrevivido al accidente de tráfico donde murió la mujer que amaba. En otras, llegaba a creer que todo lo que quedaba atrás era perdonado.
Y que tal vez encontraría un alma semejante a la de aquella mujer que había querido con todas sus fuerzas.
- ¿Dónde vas? ¿A Rio de Janeiro, a Venecia? –pregunté, conociendo sus inquietudes viajeras.
- No. Ya visité Río y no me apetecen más batucadas. Venecia siempre es maravillosa y realmente mágica en carnaval. Pero ya estuve allí, en Venecia, con ella, ¿recuerdas? Y no podría volver ahora.
- Es verdad, sobrino, perdona. No me acordaba de que hicisteis aquel viaje al carnaval de Venecia juntos. Qué mala cabeza tengo.
- No te preocupes, tío. Verás, ahora no voy a salir de España.
- Déjame adivinar… ¿A Tenerife?
- Frio, frio.
- ¿A Cádiz?
- Frio, frio. No sigas. Me voy a Águilas, en la costa de Murcia.
- Ahora que lo dices, mis amigos de Cartagena me han hablado muy bien de las fiestas de carnaval de Águilas. ¿Vas solo?
- Sí. Ya encontraré compañía allí.
- Estoy seguro. Que sea para bien.
- ¡Qué cosas tienes! ¿Por qué no va a serlo?
- Porque tienes la facultad de enredarte con las mujeres más complicadas y extrañas.
- No exageres. Hay veces en que pareces más mi abuela que mi tío. Ya te contaré.
Un atardecer del verano pasado, mientras le acompañaba dando un paseo por la Plaza de España, mi sobrino se detuvo en seco, con la mirada perdida entre la multitud que iba y venía. De repente, comenzó a murmurar algo tan raro que no lo he olvidado. Dijo que muchos iniciados de todas las épocas habían afirmado que lo que llamamos realidad no tiene forma, que es como una niebla ondulante. Son nuestros sentidos los que hacen que esa realidad sea sentida por nuestro cerebro como color, como sonido, como placer, como dolor... Allí fuera no hay nada; sólo es "maya", ilusión. Y nosotros, durante la fugacidad de una existencia, hacemos que lo inmaterial se convierta en tangible. A eso es lo que llamamos vida.
- Entonces para ti la vida sería como una mascarada –comenté en aquel momento.
- Exacto. Tú lo has dicho, tío.
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