RESUMEN DE LAS ENTRADAS ANTERIORES
Una noche de tormenta JM sale de su apartamento en la playa
para tomar una copa en el Brutus Bar. Allí conoce a Rima, una extraña rumana que lleva un
medallón en forma de mariposa negra. JM acompaña a Rima a su casa y allí
sorprenden a un ladrón que, tras una pelea, consigue escapar con un antiguo
libro, "El Libro de los Sollozos". Pasa un tiempo mientras JM tiene
visiones de una mujer envuelta en un velo que oculta su rostro. Un día recibe
la visita de la rumana en su apartamento
y en el mismo momento llega también Mónica, su mejor amiga, dando lugar
a una embarazosa situación. Con posterioridad, Mónica y JM se hallan dando un
paseo de noche por la ciudad y tienen un encuentro con una mujer que parece
tener perturbadas sus facultades mentales y cuyo nombre es Mavra, "La
Oscura". Justamente en ese
encuentro surge Rima de las sombras y Mónica y JM se alejan del lugar
acompañados de la rumana. Deciden ir a tomar algo a un local llamado el Dukh,
donde hay unos espectáculos que se diría sobrenaturales: Drac forma figuras de
fuego en el aire y Gianna brota de una crisálida convertida en mujer-mariposa.
Más tarde, Sight, la dueña del local, invita a JM y a Mónica a su despacho. De
inmediato, JM se enamora de esa misteriosa mujer que está al tanto de muchos
detalles de su vida; sin embargo le remuerde sentir el recuerdo de Rachel, la
única mujer que había amado hasta entonces , una militar canadiense que resultó
muerta en Afganistán. Bien avanzada la madrugada, JM se ofrece para acompañar a
Sight a su domicilio, ayudándola a trasportar unos libros.
Al salir del Dukh
sufren un asalto por dos maleantes armados con aspecto de mafiosos pero
salen bien librados y Sight muestra un inusual entrenamiento en el combate
cuerpo a cuerpo. Llegan a casa de Sight y ésta relata la historia de Rima, cómo
la encontró en un lugar de Kirguizistán cuando estaba a punto de ser quemada
viva tras ser violada. Sight logró rescatar a Rima y desde entonces sus
destinos han estado unidos. JM espera el amanecer en casa de Sight con la
confianza de poder averiguar más detalles sobre su vida. Durante esas horas,
Sight revela que es dueña de una empresa
que se dedica al comercio con diamantes.
- ” ¿Entonces, qué es lo que detiene a Mavra?”
Esta vez, tampoco Sight mostraba intención de abundar en explicaciones.
- ¿Ponemos un poco de música?
- Mientras no nos quedemos dormidos –objeté, temiendo que me obsequiase con algún tipo de música cacofónica acorde con la decoración del recinto.
- Con esto, seguro que no –proclamó, exhibiendo un CD.
- ¿Epica?..."The road to Paradiso" –murmuré leyendo la carátula del CD–. Son fantásticos, pero en este momento preferiría algo un punto más tranquilo.
Sight se encogió de hombros.
- Es un CD de Rima: los deja por todas partes. Vamos a escuchar música persa, pero moderna, electrónica, como a ti te gusta.
- Interesante.
Comenzó a sonar una melodía que me enganchó de inmediato: una voz aguda y ligera conducida por el ritmo suave pero vigoroso de la percusión electrónica. Lo único que entendía de la letra en persa era “Arisú”, probablemente un nombre propio.
Con una taza en la mano, me di la vuelta avanzando hacia la biblioteca. Sight dejó la bandeja sobre la mesa y se puso a mi lado.
- ¿Qué te parecen mis libros?
- Uf, me pasaría las horas muertas ojeándolos. Tienes una colección fascinante por lo que veo… historia, arte, literatura medieval… pero eso de ahí me parece que es una novela de amor.
- ¿Cuál? –me preguntó mirándome con sensualidad a los ojos en lugar de a la estantería.
- La que está a continuación de El mundo de la antigua Mesopotamia.
- ¿Yamila?
- Sí, esa.
- Yamila: Un día más largo que una vida. Es de un autor kirguiso, un compatriota: Aitmátov. Hay quien opina que es el más bello relato de amor.
- He leído comentarios en algún foro de internet…
- ¿Te gustan las novelas románticas?
- Pues…, no, es decir, sí. No es que haya leído muchas, pero sí que me que me gustan cuando están bien narradas.
- Lo mismo pienso yo –convino, sin apartar la mirada, abriendo puertas a un vertiginoso vínculo de intimidad–. ¿Quieres que te la preste? ¡Ay, no! Este ejemplar está en ruso.
- ¡Vaya, qué pena! Hablando de libros…
- Dime.
- El que robaron en casa de Rima, El Libro de los Sollozos, tenía la apariencia de ser un objeto único, extraordinario. ¿Era de tu propiedad?
- Se puede decir que sí –declaró, entornando los ojos y abriéndolos de nuevo con un resplandor dorado en el que ya no había rastros de vulnerabilidad–. Los volúmenes que son en especial originales o antiguos suelo guardarlos en otros sitios.
- Pues, al margen de que el apartamento de Rima no es un escondrijo muy seguro, cualquiera hubiera dicho que se le daba todas las facilidades a los potenciales ladrones.
- Aciertas –confesó sin ambages en un tono áspero–. Exactamente es eso lo que pretendía: que lo robaran. Y contaba para ello con la complicidad de Rima.
- ¿Y con la mía? –aventuré, con cierto resentimiento.
- Llegaste en el momento preciso –susurró, ahora con suavidad, mientras dirigía su mirada al suelo.
- ¿Preciso en el sentido de adecuado o de coincidente?
- Fue casualidad. Me hubiera gustado encontrarte a través de Rima, hace ya meses, pero no esperaba que estuvieras allí justo esa noche y te vieras enzarzado en una pelea. Estoy siendo del todo sincera contigo. Fueron muy rápidos localizando el libro
- ¿Quiénes? Fueron quiénes.
- Tamerlán -replicó –mirándome de nuevo.
- ¿Quién es Tamerlán?
- Podría calificarse de una banda muy poderosa, dirigida por ex militares, aunque toma su nombre de una antigua sociedad secreta, forjada a su vez en torno a la leyenda que envuelve al verdadero personaje histórico: el guerrero y conquistador mongol Tamerlán.
- Sight –dije, pronunciado su nombre con dulzura–, ¿qué tengo que ver yo en todo esto? ¿Se trata de hechos casuales o hay algo más? Cada vez entiendo menos.
No me sentía molesto, sino desconcertado, atónito.
- No es azar. Es tu destino. No, no sonrías. No puedes pararlo, nunca hemos podido… además posees algo muy valioso.
- ¿Algún don que yo ignoro y tú has descubierto?
- No me refiero a eso, aunque lo tienes, por más que te empeñes en ignorarlo. Se trata de un objeto que conservas: esa placa que llevas colgada bajo la camisa.
- ¡Oh, vamos, sólo es un recuerdo! –dije, jugueteando con la cadena que rodeaba mi cuello–. Es algo muy antiguo, mi familia lo apreciaba como una joya durante generaciones, por eso lo llevo.
- Y es lo que está buscando Mavra. Vale mucho más que El Libro de los Sollozos.
- No sé de qué me hablas. Pero, para ir por partes, ¿qué contiene ese libro y por qué has dejado arrebatártelo?
- Tengo una copia escaneada. De todos modos, su lectura no tiene ya utilidad práctica.
- Entonces por qué es tan importante para la banda esa…, la Tamerlán.
- Ellos no sabían que en la actualidad, desde hace mucho tiempo, es sólo una hermosa reliquia.
Con un largo suspiro, me giré de nuevo hacia la estantería dando a medias la espalda a Sight. ¿Tan difícil era encontrar una mujer que absorbiera mi soledad y a quien amase? Había decidido compartir mi vida con Rachel y terminó muerta en mis brazos. Los extraños destinos de los que hablaba Sight me habían conducido hasta ella y era como si por fin me hubiera alcanzado un huracán que iba tras mis pasos aun antes de nacer. La amaba. La amaba desde el mismo momento en que me hundí en la eternidad de sus ojos por primera vez. Y ahora, cada vez que intentaba sondear sus sentimientos y abrirle los míos, descargaba un diluvio de complicaciones.
- Hasta donde soy capaz de llegar a estas horas –dije, sin cambiar de postura–, hay una conexión intrincada entre el libro, los Tamerlán, mi maldita chapa y tú o tu organización.
- Ven, vamos a sentarnos. Es un poco complicado, pero ya es momento de que empieces a estar al corriente.
Esta vez, tampoco Sight mostraba intención de abundar en explicaciones.
- ¿Ponemos un poco de música?
- Mientras no nos quedemos dormidos –objeté, temiendo que me obsequiase con algún tipo de música cacofónica acorde con la decoración del recinto.
- Con esto, seguro que no –proclamó, exhibiendo un CD.
- ¿Epica?..."The road to Paradiso" –murmuré leyendo la carátula del CD–. Son fantásticos, pero en este momento preferiría algo un punto más tranquilo.
Sight se encogió de hombros.
- Es un CD de Rima: los deja por todas partes. Vamos a escuchar música persa, pero moderna, electrónica, como a ti te gusta.
- Interesante.
Comenzó a sonar una melodía que me enganchó de inmediato: una voz aguda y ligera conducida por el ritmo suave pero vigoroso de la percusión electrónica. Lo único que entendía de la letra en persa era “Arisú”, probablemente un nombre propio.
Con una taza en la mano, me di la vuelta avanzando hacia la biblioteca. Sight dejó la bandeja sobre la mesa y se puso a mi lado.
- ¿Qué te parecen mis libros?
- Uf, me pasaría las horas muertas ojeándolos. Tienes una colección fascinante por lo que veo… historia, arte, literatura medieval… pero eso de ahí me parece que es una novela de amor.
- ¿Cuál? –me preguntó mirándome con sensualidad a los ojos en lugar de a la estantería.
- La que está a continuación de El mundo de la antigua Mesopotamia.
- ¿Yamila?
- Sí, esa.
- Yamila: Un día más largo que una vida. Es de un autor kirguiso, un compatriota: Aitmátov. Hay quien opina que es el más bello relato de amor.
- He leído comentarios en algún foro de internet…
- ¿Te gustan las novelas románticas?
- Pues…, no, es decir, sí. No es que haya leído muchas, pero sí que me que me gustan cuando están bien narradas.
- Lo mismo pienso yo –convino, sin apartar la mirada, abriendo puertas a un vertiginoso vínculo de intimidad–. ¿Quieres que te la preste? ¡Ay, no! Este ejemplar está en ruso.
- ¡Vaya, qué pena! Hablando de libros…
- Dime.
- El que robaron en casa de Rima, El Libro de los Sollozos, tenía la apariencia de ser un objeto único, extraordinario. ¿Era de tu propiedad?
- Se puede decir que sí –declaró, entornando los ojos y abriéndolos de nuevo con un resplandor dorado en el que ya no había rastros de vulnerabilidad–. Los volúmenes que son en especial originales o antiguos suelo guardarlos en otros sitios.
- Pues, al margen de que el apartamento de Rima no es un escondrijo muy seguro, cualquiera hubiera dicho que se le daba todas las facilidades a los potenciales ladrones.
- Aciertas –confesó sin ambages en un tono áspero–. Exactamente es eso lo que pretendía: que lo robaran. Y contaba para ello con la complicidad de Rima.
- ¿Y con la mía? –aventuré, con cierto resentimiento.
- Llegaste en el momento preciso –susurró, ahora con suavidad, mientras dirigía su mirada al suelo.
- ¿Preciso en el sentido de adecuado o de coincidente?
- Fue casualidad. Me hubiera gustado encontrarte a través de Rima, hace ya meses, pero no esperaba que estuvieras allí justo esa noche y te vieras enzarzado en una pelea. Estoy siendo del todo sincera contigo. Fueron muy rápidos localizando el libro
- ¿Quiénes? Fueron quiénes.
- Tamerlán -replicó –mirándome de nuevo.
- ¿Quién es Tamerlán?
- Podría calificarse de una banda muy poderosa, dirigida por ex militares, aunque toma su nombre de una antigua sociedad secreta, forjada a su vez en torno a la leyenda que envuelve al verdadero personaje histórico: el guerrero y conquistador mongol Tamerlán.
- Sight –dije, pronunciado su nombre con dulzura–, ¿qué tengo que ver yo en todo esto? ¿Se trata de hechos casuales o hay algo más? Cada vez entiendo menos.
No me sentía molesto, sino desconcertado, atónito.
- No es azar. Es tu destino. No, no sonrías. No puedes pararlo, nunca hemos podido… además posees algo muy valioso.
- ¿Algún don que yo ignoro y tú has descubierto?
- No me refiero a eso, aunque lo tienes, por más que te empeñes en ignorarlo. Se trata de un objeto que conservas: esa placa que llevas colgada bajo la camisa.
- ¡Oh, vamos, sólo es un recuerdo! –dije, jugueteando con la cadena que rodeaba mi cuello–. Es algo muy antiguo, mi familia lo apreciaba como una joya durante generaciones, por eso lo llevo.
- Y es lo que está buscando Mavra. Vale mucho más que El Libro de los Sollozos.
- No sé de qué me hablas. Pero, para ir por partes, ¿qué contiene ese libro y por qué has dejado arrebatártelo?
- Tengo una copia escaneada. De todos modos, su lectura no tiene ya utilidad práctica.
- Entonces por qué es tan importante para la banda esa…, la Tamerlán.
- Ellos no sabían que en la actualidad, desde hace mucho tiempo, es sólo una hermosa reliquia.
Con un largo suspiro, me giré de nuevo hacia la estantería dando a medias la espalda a Sight. ¿Tan difícil era encontrar una mujer que absorbiera mi soledad y a quien amase? Había decidido compartir mi vida con Rachel y terminó muerta en mis brazos. Los extraños destinos de los que hablaba Sight me habían conducido hasta ella y era como si por fin me hubiera alcanzado un huracán que iba tras mis pasos aun antes de nacer. La amaba. La amaba desde el mismo momento en que me hundí en la eternidad de sus ojos por primera vez. Y ahora, cada vez que intentaba sondear sus sentimientos y abrirle los míos, descargaba un diluvio de complicaciones.
- Hasta donde soy capaz de llegar a estas horas –dije, sin cambiar de postura–, hay una conexión intrincada entre el libro, los Tamerlán, mi maldita chapa y tú o tu organización.
- Ven, vamos a sentarnos. Es un poco complicado, pero ya es momento de que empieces a estar al corriente.
Biskek, Kirguizistán.
Se suponía que era un restaurante de lujo pero estaba decorado como una caseta de feria. Abundaban bombillas en racimos colgantes de todos los colores y las mesas y sillas eran de estilo rústico. Eso sí, el mantel, de un blanco impoluto, mostraba unos delicados bordados artesanales y los platos eran famosos por su soberbia elaboración, mención aparte del excelente caviar de Beluga.
Todo esto no parecía interesar al general Titov, verdadero propietario del local. Acomodado en su silla de ruedas junto a la mesa, se limitaba a sorber un líquido espeso y parduzco, una especie de puré diluido, con una larga pajita: no podía tomar otra cosa sin riesgo de atragantamiento, debido a las secuelas neurológicas que padecía por sus enfermedades.
Nikolai, su segundo al mando y mano derecha, clavaba la vista en la cazuela de barro que tenía enfrente, con carne muy especiada y cubierta por una costra de harina, sin apenas haber arañado el suculento plato con la cuchara: había perdido el apetito. Las cosas no habían transcurrido tan bien como se esperaba y los ojos oscuros y sangrientos del general Titov, como agujeros negros que absorbieran toda energía cercana, no cesaban de escudriñarle.
Desde otra mesa distante, llegaban los ecos apagados de las carcajadas de sus hombres, insensibles a la tenebrosa atmósfera que emanaba de Titov, el 'zar' de la organización, gracias a las numerosas botellas de vodka que se amontonaban sobre la mesa.
Nikolai admiraba, odiaba y temía, a la vez, a aquel viejo caquéctico y medio paralizado. Podría haberse dicho que era un auténtico despojo humano, pero hubiera sido falso: no existía ya nada de humano en él. Desde que había empezado a servir bajo sus órdenes en Afganistán, durante la invasión soviética, había aprendido del general que no hay fronteras para la crueldad. Más allá de la ausencia de sentimientos y el sadismo que puede manifestar el peor de los psicópatas, Titov parecía buscar la maldad en su mayor pureza, como un dios de los infiernos a quien rendir culto. A pesar de todo, Titov había favorecido la carrera de Nikolai, tomándole bajo su protección y adiestramiento como un sucesor y como el hijo que nunca llegó a tener.
- ¿Me estás diciendo, Nikolai, que los esfuerzos para descifrar ese libro no han valido para nada? –Titov había pronunciado la frase como una sentencia más que como una pregunta, mientras restos de saliva se acumulaban en sus comisuras.
- El libro es un conjunto de pergaminos ilustrados con profusión, el texto está escrito a mano en persa antiguo con acotaciones más modernas en latín. Parece una colección de rituales centrados en la adoración de lo que llama la 'piedra del infinito'. Hasta ahí, todo indicaba que contenía las pistas necesarias para explotar las propiedades de la gema. Pero…
Nikolai intentaba ser lo más preciso posible con las indagaciones que habían realizado. Sabía que el general no toleraba ni un atisbo de incompetencia y deseaba ser minucioso para exonerarse del fracaso. Sin embargo, el viejo no daba muestras de interesarse en los detalles de la investigación y, por el contrario, su temblor habitual se hizo más patente denotando que estaba al borde de una explosión de cólera.
- Pero ¿qué? –explotó Titov, derramando de un manotazo el vaso de puré sobre el inmaculado mantel– ¡Acaba de una vez! ¡No me queda vida para oír estupideces!
- Que no tiene sentido. Es pura fantasía. En los dibujos aparecen animales que no existen y las notas hacen referencia a la sangre de esas bestias imaginarias, donde se supone que debía introducirse la piedra para después ser expuesta a la luz de…
- ¿Qué clase de animales son esos?
- Bueno, es como una mezcla de murciélago y mariposa gigante.
- Una mariposa negra –masculló Titov para sí, casi ininteligible.
- Sí, una enorme mariposa chupadora de sangre, como un vampiro. En el libro se narra también que cierto clan de guerreros, que habitaba en un desierto próximo a la antigua Mongolia, cazaba a esos animales y bebía su sangre en medio de ceremonias dedicadas a la piedra del infinito. Al parecer, la piedra representaba para ellos un legado de dioses primigenios, seres divinos con monstruosas formas de insectos. No cabe duda –concluyo Nikolai– que son meras supersticiones de pueblos primitivos recogidos por algún relator exaltado.
Titov no escuchaba ya, había regresado a sus islas de tinieblas. La atmósfera en el interior se tornó lóbrega y espesa y la festiva iluminación del restaurante se marchitó de golpe por unos instantes. Los hombres que bebían vodka en la mesa apartada interrumpieron sus risotadas sin ni siquiera atreverse a dirigir la mirada hacia donde se encontraba el "zar".
- Entonces tendremos que averiguarlo por nuestra cuenta –dijo por fin el general, volviendo a la realidad de los mortales con voz asombrosamente firme y enérgica–. A no ser que Tatiana, es decir, Sight, esconda otra clase de información. En cualquier caso, ha llegado la hora de ir en su busca y arrebatarle la piedra.
Nikolai no contestó de inmediato, se tomó un respiro y tragó un sorbo de agua antes de continuar. Sí, había llegado la hora de que estuviese en situación de alcanzar el poder.
- Ella es la guardiana. Suele ir siempre escoltada por uno o dos de los suyos. Eso no es problema.
- ¿No? ¿Qué sucedió la última vez? –cortó de nuevo con rudeza el general.
- Se trataba sólo de asustarla. Nos informaron de que salía acompañada por un hombre que…
- ¡Idiotas! El mismo que se enfrentó a Oleg, ¿me equivoco?
- En aquella ocasión, en casa de Rima, nos pilló por sorpresa.
- ¡Basura! ¡Estoy rodeado por la escoria de los ineptos! –escupió Titov entre toses–. ¡No podemos permitirnos ninguna improvisación!
Nikolai volvió a tomar el vaso de agua, tragando el líquido, su orgullo, y su deseo de fulminar allí mismo al viejo. Aguardó a que sus pulsaciones disminuyeran antes de hablar.
- Ya tenemos datos de ese individuo, mi general.
- ¿Qué datos?
- Se llama Sangrás, doctor JM Sangrás. Los informes que hemos podido reunir indican que trabaja como médico en un hospital local, pero está relacionado con algún servicio de inteligencia, con toda probabilidad en el seno de la OTAN. Además, ha estado ausente largos periodos, se dice que desaparecido en Argentina, en La Patagonia, aunque es posible que estuviese en Irak con los blackwater, el ejército de mercenarios empleado por los americanos.
- Ese perfil cuadra mejor con lo sucedido.
- En efecto, mi general –asintió Nikolai, satisfecho de captar la atención de su jefe–. Sabemos también que después de la muerte de una militar canadiense en Afganistán, con la que estaba liado, emplea la mayoría de su tiempo en el hospital, salvo por breves viajes a Bruselas.
Nikolai guardó silencio y se mantuvo a la espera: recordó que al viejo no le gustaban las parrafadas, siempre demandaba a sus subordinados la información esencial, desprovista de cualquier adorno.
- Por alguna razón –conjeturó Titov, secándose la boca con el dorso de una mano trémula-, ese hombre está ahora al servicio de Sight. Él estará recibiendo un generoso salario, Sight puede permitírselo, y ella dispone de un escolta experimentado y encubierto. Debe de sospechar que se le avecinan problemas y ha reforzado su seguridad. Será mejor que eliminéis al nuevo guardaespaldas.
- No será ningún obstáculo, mi general. Si me permite la observación, lo que me preocupa no es ese hombre, ni tampoco la resistencia de Sight o sus lacayos, sino que Sargón, su organización, se nos eche encima… esos engendros son muy poderosos.
- Nikolai, llama a la camarera –dijo el general por respuesta.
- Sí, claro, mi general –se apresuró Nikolai girándose en la silla para hacer una seña.
El pequeño cuerpo de una camarera surgió con rapidez de un rincón agitando una larga coleta oscura. Su rostro ancho y pálido, casi infantil, de ojos negros y oblicuos y labios regordetes, estaba deformado por el terror.
- Limpia todo esto y sírvenos de nuevo la cena –ordenó el general. Luego, enfocó sus ojos sanguinolentos y oscuros en los de su lugarteniente–. No pasará nada, Nikolai, una vez que tengamos la piedra. Suplicarán para negociar con nosotros. Pero en esta ocasión hay que planearlo contemplando varias alternativas, no puede existir ningún error. Utiliza todos los recursos necesarios y presiona al máximo a tu contacto en el negocio de Sight en España para que coopere… hasta las últimas consecuencias.
“Va a hacer un día precioso” –pensé, mirando a los cristales.
Sight había hecho una pausa, permitiendo que asimilara sus palabras. De la serie musical que ella había seleccionado a su gusto, sonaba ahora una canción de Mylène Farmer, La Veuve Noire:
“Mira a esta viuda negra, tú la has amado
Pobre enamorado de una noche de mayo.
Mira a esta dama negra…”
En la habitación, comenzaba a infiltrarse el manto luminoso de la mañana. Un rayo prematuro incidió en los cabellos de Sight arrancando un reflejo azafranado.
Ella se apartó un mechón de pelo y se frotó con delicadeza la mejilla como si la luz naciente incendiara su cutis de nácar.
- Voy a cerrar las cortinas –murmuró Sight entornando los ojos–. Después de toda la noche en vela no soporto la claridad.
“Toda la noche en vela –repetí para mí–. Quizás, como en Yamila –la novela de Aitmátov–, horas más largas que una vida. O, al menos, horas en que la vida anterior se funde en una fracción de segundo con el presente, y se franquea el portal de la cordura con la sospecha de haber penetrado en un mundo extraño donde los sueños son sólidos.”
Sight se sentó a mi lado tras sumir otra vez la habitación en la penumbra. Me rozó un brazo con su mano delgada, pareció dudar un momento, y acercó su rostro que mostraba débiles huellas de cansancio en torno a los ojos. Por un momento pensé, o deseé, que fuera a besarme.
- Eso que llevas ahí colgado –dijo, tocándome el pecho con un dedo– tiene una clave.
- ¿Cómo que una clave?
- Los símbolos que están trazados perforando la chapa son un código. La pieza forma parte de una lámina más grande que fue cortada en varios trozos, los demás se han perdido. La inscripción es muy, muy, antigua. Y la misma placa es de un material que no se conoce con exactitud, pero de una época en que todavía la Humanidad no había empezado a usar los metales.
- ¿Cómo sabes todo eso? ¿Y cómo ha llegado a parar hasta mí?
- La compañía a la que pertenezco es propietaria de un avanzado laboratorio de análisis de cristales y piedras preciosas y, desde hace poco, ha extendido sus cometidos hacia otras ramas de la investigación científica… Formamos una sociedad que ha existido desde hace muchos siglos y almacena documentos de toda la historia de nuestra civilización.
- Algo así como los herederos de la biblioteca de Alejandría –comenté escéptico.
- ¡Hablo en serio! –protestó, alejando su rostro del mío-. De hecho, tenemos manuscritos que sobrevivieron al incendio de la biblioteca de Alejandría. Pero, déjame seguir sin desviarme, la organización conserva en particular archivos relacionados con su propio origen y curso histórico. En ellos, hay referencia a la placa perforada con símbolos arcanos, al Libro de los Sollozos y a un tesoro ancestral que se daba por desaparecido…
- ¿Pero qué tengo yo que ver en todo esto? –insistí.
- Hay objetos esenciales, vitales para nuestra identidad, que tienen un custodio específico. Tu familia ha sido la depositaria de la lámina durante siglos.
- ¿Estás diciéndome que existe una conexión entre mis antepasados y tu organización? –pregunté estupefacto.
- Así es. Sin embargo, hace tiempo tu familia decidió separarse de las directrices de la organización y seguir su propio camino. Su actitud fue considerada por algunos de los nuestros como una herejía, pero siguieron siendo los guardianes de la placa.
- Parece que estamos hablando de sectas, de hermandades, casi de extrañas iglesias con sus propios disidentes y herejías. Todo me suena muy peliculero.
- ¿Crees que lo que te está pasando es casual?
- La verdad es que no… Un detalle… ¿por qué no se le reclamó esa chapa a mi familia?
- Porque su objetivo, su complemento, ese tesoro que he mencionado, había desaparecido. Y por otra razón fundamental: sólo los guardianes serían capaces de interpretar esos símbolos.
- Pues si estás insinuando que yo soy el actual –e involuntario- guardián, puedes estar segura de que no tengo ni idea de lo que significa esa inscripción. De todas formas, ya no tiene importancia: según me has dicho, el Libro de los Sollozos es una antigüedad apreciable pero sin valor práctico. Respecto a la placa que contiene una suerte de información cifrada, su posible aplicación, o lo que sea, con ese tesoro es inútil al haber desaparecido.
- Ya no es inútil. El tesoro volvió a ser descubierto.
- ¿Y cuál es ese tesoro?
- Una gema: la piedra del infinito.
No dije nada. Todo aquello me sonaba a cuento de hadas.
- La gema tiene cualidades extraordinarias – prosiguió Sight –, sobrenaturales, según los relatos de nuestra sociedad. Existen varias maneras de activar esas propiedades. Algunas son ya imposibles de llevar a cabo; otra manera es a través de un código que está depositado en la placa.
- ¿Y qué ocurriría si se activa esa piedra? –pregunté, sin poder contenerme –… Espera, no sé si quiero que me lo digas, me temo que no será nada bueno.