Estaba de buen humor, aunque llevaba ya varios meses
destinado en un puñetero despacho en Madrid, lejos del sabor del mar, lejos de
los desiertos, lejos de la acción. Pero a media mañana había tenido una visita
sorpresa: Alfonso, un viejo colega de aventuras que ahora estaba en un
acuartelamiento de Melilla.
-
¿Te acuerdas cuando aquel pringao de cabo que
estaba con nosotros en Qualinow apareció con una cesta de tortas o panes o lo
que fuera aquello. Con el hambre que llevábamos encima.
-
Sí –confirmé-, claro que me acuerdo. Cuando le
preguntamos de dónde las había sacado nos contó que las había conseguido
gracias a ciertos favores inconfesables.
-
Sí, favores, ja. Pagando con billetes turcos
fuera de circulación, una pila que no valía ni para lumbre.
-
Los afganos estarán atrasados pero no son
tontos.
-
Y tienes una mala leche que te cagas.
-
Como que tuvimos que salir zumbando para la ruta
Lithium, a toda pastilla, colega. Y eso que les ofrecí dólares de verdad, pero
es igual, el cabreo no se los quitaba nadie.
-
Qué disparate. Vaya una carrera. Pabernos matao.
Y que ahora pensara en aquella época con nostalgia... Quién lo
iba a suponer. En fin, lo dicho, estaba de buen humor y decidí, después de
largo tiempo, tomarme un golpe en el Kraken.
Aunque nada más entrar me di cuenta que aquel no era mi Kraken. Como que estaban poniendo
salsa, no sé si salsa cubana, salsa colombiana o salsa de tomate, pero aquello
me hacía chirriar los tímpanos. Dónde estaba el ritmo de Tiesto o el de los
closing party de Sasha. Dudé si salir pitando de inmediato, pero ya que estaba
(siempre nos pierde un “ya que”) tomaría un Stolichnaya y me marcharía.
Humm. En lo que era la vieja pista había un grupo
interesante bailando. Tres o cuatro chicas, no tan chicas ya, siguiendo esos
ritmos a su aire. Y pegado a su lado el típico plasta, un tío con una cabeza
como un melón mutante que se movía como una sabandija, intentando amortizar,
sin duda, la pasta que había invertido en vaya usted a saber cuántas clases de
bailes de salón. No, si la cosa tenía hasta su punto de entretenido. Mientras
me apuraba la copa, claro.
Alguien, sin embargo, reclamó mi atención de repente. Entre
aquel grupito de bailonas me fijé en otra mujer que no había distinguido antes.
Morena, con una mirada misteriosa e intensa, llevaba un vestido ajustado y
corto de color negro. Y a mí me pareció que se movía como si toda la noche se hubiera
condensado una sensualidad antigua y prohibida y adoptase forma de mujer. Atraído,
como un marinero por el canto de las sirenas, me acerqué hacia ella sin pensar
en más, mientras sonaba en ese preciso instante una canción de Bajofondo: “Pa’
Bailar”.
“No sé de qué voy a pintarte,
No sé muy bien qué
nombre darte”.
-
¿No bailas? – me espetó una de las chicas del
grupo que estaba más cerca. Sus ojos
delataban que ya había sobrepasado la segunda copa. O la tercera.
-
Es que no sé cómo se baila esto.
Ni lo sabía ni me importaba un
pimiento. Sólo quería acercarme a aquella extraña mujer. Volví a buscarla entre
los otros cuerpos que la tapaban y cuando la descubrí de nuevo me quede
paralizado. Su rostro. Su rostro era blanco, no pálido, blanco, pintado como el
de un arlequín.
-
Entonces, ¿no bailas? –volvió a insistir aquella
pesada.
Irritado por la interrupción estuve a punto
de contestarla: “Ya te he dicho que no, que no bailo una mierda.” Pero me contuve
pensando que la mujer que me hipnotizaba y que estaba bailando con su grupo
sería, lógicamente, una amiga suya.
-
Sí, ahora bailo –conteste al fin,
contemporizando-. Pero, quiero preguntarte algo.
-
Vale.
-
Esa chica con vestido negro que está con
vosotras cómo se llama.
-
Ninguna de mis amigas ha venido con vestido
negro.
-
Pero está con vosotras. Mira.
Allí ya no estaba. Había desaparecido. Fruto de mi
imaginación o de los recuerdos que me ataban todavía a ese lugar, a
lugares donde había perseguido el
secreto de una pasión desesperada.
-Te estás quedando conmigo, majo. Aquí se
viene pa bailar –insistió la pesada.
- Pues baila con el cabeza huevo de los
cojones.
Los deseos más oscuros duermen sumergidos bajo una capa
frágil en el hielo de lo que creemos olvidado, dispuestos a retornar cuando la
vida declina por los caminos grises de la monotonía; dispuestos, cuando ya piensas
que es imposible, a reclamarte una cuenta
pendiente.
Un placer volver a leerte, se te extrañaba.
ResponderEliminarUn beso dulce de seda.
Me alegra sentir tu dulce compañía. Besos de melocotón para ti.
EliminarPues a bailar querido Inti,
ResponderEliminarQue bien!, volver a disfrutar de tus letras, espero y deseo que te quedes para siempre.
Te mando un fuerte abrazo desde Murcia.
La alegría es mía siempre que vuelvo a estar en contacto contigo, aunque sea a través de breves palabras. Pero, en fin, aquí seguimos, con nuestras ilusiones. Un millón de besos, guapa.
EliminarFeliz tarde Inti.
ResponderEliminarBesos!