La noche desde dentro 1
Love is gone, love is back (y yo en un chiringuito de la costa)
La camarera de El Lebechico se ajusta por enésima vez la mascarilla y echa un vistazo a su reloj. Falta ya poco para que, cumpliendo con las medidas de la “nueva normalidad” por la pandemia del Covid-19, cierren la terraza. Mientras tanto, como por lo visto no tiene nada mejor que hacer, me mira de reojo y seguro que piensa que estoy intentando acostarme con la rumana. He ido y he vuelto de estas situaciones en un pasado que recuerdo como vivido por una persona completamente diferente. Y quizás sea así. Lo único que permanece siempre con nosotros son los recuerdos y hasta ellos se vuelven infieles, o los volvemos infieles, y terminan por borrar la frágil línea que los separa de los sueños.
El rostro de la rumana es extraño, se diría que aglutina los rasgos de por lo menos tres o cuatro razas, algo de eslava, algo de asiática, algo de gitana. Y una pizca de no sabría decir qué, tal vez de una raza de la que ya no quedan vestigios. Pero, a ver si me explico, no es que su cara sea como una pizza cuatro estaciones, la mezcla es hasta cierto punto armónica; no es que la dote de unas facciones bellas en términos estándar pero sí de un misterioso atractivo. O así me lo parece a mí, en particular tras dos generosas copas de Stolíchnaya en el cuerpo.
Es poco habladora, pero a veces lanza parrafadas en las que mezcla palabras en su idioma nativo y de tarde en tarde, cuando me juzga más indefenso, me sorprende con algún consejo tan bueno como el que podría haberme dado mi abuela.
Alina −ese es su nombre, aunque yo cariñosamente la llamo Ali−, toma también vodka, pero con naranja. Yo invito y tal vez por eso esta noche está incluso locuaz.- ¿Entonces qué vas a hacer en el puente de la Virgen Agusta? ¿Te vas a Madrid o te quedas por aquí? – me pregunta Alina repasándome con su mirada, brillante aún con la escasa iluminación del local.
- Ali, cariño, es el puente de la Virgen de Agosto. Además, no es puente porque cae en sábado. Bueno, es igual, supongo que el fin de semana me quedo por aquí, con esto del coronavirus la playa está más tranquila este año y no tengo muchas ganas de jaleo.
- Pero esto, ya sabes, está muerto, todos los locales nocturnos están cerrados en la costa.
- Pues precisamente por eso.
Cualquier otra persona, aunque hubiera sido solo por aparentar empatía o buenos modales, hubiese dicho algo como “La vida es corta y hay que aprovechar todos los momentos” o “No se debe de quedar uno solo en lo mejor del verano” o cosas parecidas. Pero Alina no era cualquier otra persona.
- Haces bien. Para lo que hay que encontrar. Y encima con lo raro que te has vuelto.
- Quién fue hablar. ¿Y tú que vas a hacer? ¿No te vas unos días a tu país?
- Tampoco creas que tengo nada allí. No sé, lo mismo me voy a Alicante con unas amigas que trabajan en la playa de San Juan. Pero si no me voy, si quieres podemos salir juntos y tomarnos algo, aunque sea aquí en esta mierda de sitio.
- No sé, que luego me acabo arrepintiendo.
- Oye, que no pasa nada. Si yo lo digo por ti.
- Dijo el gato al ratón.
- ¿Pero qué gato?
- Nada, olvídalo.
Bien mirado, tampoco era la peor idea del mundo. Tomar el sol y cenar en un chiringuito de playa con una rumana que, además de hacerme reír con sus ocurrencias, tenía un cuerpazo de campeonato, podía ser cualquier cosa menos aburrido.
Cuando estábamos tirados en los barrancos de Afganistán soñaba con cosas como esta. Allí todo era más simple: comer, dormir, sobrevivir. Era, en cierto modo, regresar a lo básico, a lo primitivo. Aquí, ahora, en el mundo real, se habla nuevamente de confinamiento y los políticos van a lo suyo, o sea, a vivir del cuento y a trincar todo lo que se pueda. Aquí y ahora, en mi mundo y con la rumana enfrente, eso es algo que me la pela por completo.
Desde un botellón cercano en la playa llega la música de una Propuesta indecente:
“Si te invito a una copa y me acerco a tu boca…”
Alina vuelve a clavarme su mirada felina como si ocultase un secreto que yo ardiera por conocer.
Sigo escuchando la bachata:
“Una aventura es más divertido si huele a peligro…”
Le devuelvo la mirada a Alina, que aún espera una respuesta sobre lo de los días de vacaciones.
Ya he tomado una decisión.
La noche desde dentro 2
Por las sensaciones que me van llegando, puedo estar muerto, aunque no lo sepa. Puedo estar durmiendo, aunque no lo sepa. Puedo estar en coma, puedo ser un sueño de alguien que me está soñando, aunque no lo sepa.
Al principio, su voz llega profunda desde una lejanía que aún no acierto a distinguir, como el sonido ululante del viento entre las grietas de una vetusta mansión. Luego, se convierte en un suave murmullo, una brisa apaciguada y dulce. Pero, conforme mi consciencia se abre paso a la realidad, lo que escucho es la voz de Alina y en un tono que dista de ser relajante:
- ¡Vamos, despierta! ¡Despierta, idiotule! -añade, propinándome un bofetón.
- Ya, ya -acierto a proferir- qué pasa, deja de arrearme, Ali.
- Menos mal, qué susto, creí que te habías quedado…tieso.
- ¿Tieso?
- Sí, ya sabes, kaput. ¿Cómo estás? Tienes la piel muy fría.
Me hallo sobre la arena, tumbado cerca de la orilla, con la cabeza reposando en los muslos de Alina. No me siento demasiado bien, las estrellas parecen hacer extraños giros encima de mi cabeza y me invade una sensación gélida desde mis entrañas. Como dicen en esta tierra cuando uno se encuentra hecho polvo, “estoy pa que me den el Señor”, pero no le respondo eso a la rumana porque malgastaría demasiado tiempo y esfuerzo en explicárselo.
- Estoy bien, no te preocupes. ¿Qué ha pasado?
- Pues…, estábamos mirando al mar y hemos visto en el cielo una estrella fu…
- Fugaz.
- Sí, con un brillo maravilloso…y de repente te has levantado y has ido andando hasta las olas. Luego te has parado, como si vieras algo o alguien en el agua.
- Es verdad. Había alguien que me llamaba. El caso es que sabía que no había nadie real allí enfrente, en medio de las olas, pero mi impulso era ir hacia dentro, hacia dentro del mar, hacia dentro de la noche. Han tenido que ser las copas, hacia tiempo que no tomaba nada más fuerte que una cerveza.
- No -dijo, Alina con rotundidad-. Yo también he visto algo. Ya sabes que tengo sangre gitana, un poquito de bruja también. Había algo y no era una persona, no era un bañista.
- ¿Qué es lo que has visto tú, entonces?
- No solo alguien sino más personas, o seres o cosas, no sé, estaban envueltos en una especie de niebla.
- Yo sólo he visto una presencia, casi más sentido que visto, algo dentro de mí, algo entre dos mundos. En fin, no sé qué digo, estoy atontado.
- Luego te pusiste de rodillas y te caíste al suelo, al agua, en la orilla, pero no contestabas cuando te llamaba. Si no te hubiera sacado, te hubieras ahogado ahí mismo, en un palmo de agua.
- Eres mi ángel de la guardia, Ali.
- Todo estaba previsto, creo que sí.
- Qué dices. Han sido las copas. No me vengas con tus supersticiones rumanas, ya sabes que soy un escéptico. Ali, no hay nada más allá, ni antes ni después. Somos un producto efímero de la evolución, algo frágil y breve en esa infinitud, en esa negrura que vemos ahora.
- No. Tú sabes -dijo poniendo su mano sobre mi corazón-que hay otras vidas que van y vienen y que tú mismo tienes un don dentro de ti.
- ¿Un don? Por favor, no digas tonterías.
- ¿Por qué tienes encerrado lo que sientes dentro de ti? Déjalo fluir, te sentirás más libre.
- Ay, ya he tenido bastante esta noche. Estoy empapado, me voy a casa a secarme. ¿Me acompañas?
- Sí, pero solo hasta el portal. Esta noche ya tienes compañía.
- Ay, Dios, cuanta locura.
- Vete y descansa. Tendrás buenos sueños.
- Vale. Y…gracias. Gracias de verdad, Ali, por todo.
- De nada. Ya me compensarás en el puente de la Virgen Agusta.
- ¡Ali! ¡Qué voy a hacer contigo!
Dice Buda en la Segunda Noble Verdad que todo deseo que ha sido truncado tiene que volver, que hay retorno para los sentimientos poderosos que no mueren con nuestro cuerpo. Todo regresa, de una u otra forma. Hay infinitas existencias e infinitas vidas que algunas veces – aunque raramente- vuelven a encontrarse.